Jesús
o la multitud
Yolanda
Tamayo
Cuando en mí se debaten ciertos asuntos ante los
cuales me cuesta saber qué decisión tomar, siempre pienso: ¿Qué haría Jesús si
estuviese en mi lugar?
Reflexionar sobre ello hace que mis dudas se
esclarezcan, vislumbrando con una precisión santa lo que debo hacer y cómo
llevarlo a cabo.
Decidir ver lo que nos acontece desde los ojos de
Dios hace que aquello que nos rodea se simplifique, y aunque a priori parece
que en realidad es un complicado procedimiento, compruebas lo acertado que es
dejarse llevar por las indicaciones divinas.
Hacer la
voluntad de Dios debiera ser nuestra prioridad.
Una máxima diaria en la vida cristiana. Pero… siempre ha resultado mucho más sencillo seguir a la multitud que
posicionarse en un lugar apartado, lejos de la muchedumbre.
La multitud
te lleva, te rodea, te hace sentir protegido.
Nadar contra corriente te envuelve de soledad, te
rodea de obstáculos y acabas neciamente barajando la posibilidad de un eterno
abandono.
Jesús no se
quedó en medio de ninguna multitud. Después de
saciar estómagos, de sanar heridas, de devolver vista a los ciegos y resucitar
a muertos, Él volvía a quedarse siempre a solas con el Padre. Abandonaba la
multitud y buscaba un apartado lugar donde tener intimidad con Dios.
Las
aglomeraciones llegan a asfixiar. El gentío empequeñece y coarta.
Quienes deseamos ser liberados de las ataduras
terrenales sabemos positivamente que pasar tiempo con Jesús redunda en una vida
abundante. Él ofrece claridad absoluta a nuestras dudas, un albor que nos hace
resplandecer en medio de la oscuridad.
Encontrarse
a solas con Dios es la mejor manera de descubrirnos, de conocernos,
de vernos en nuestra total complejidad y contemplar lo insignificantes y
frágiles que en realidad somos.
Jesús
buscaba momentos de soledad en los que disfrutar de la presencia del Padre.
Nosotros necesitamos hacer lo mismo. Yo necesito
esa cercanía. Encontrar la razón por la que ha de vivir el alma mía y ver a
través de Dios aquello que no puedo percibir con mis humanos y torpes ojos.
Siempre existirán quienes nos indiquen otras
sendas, personas que fingiendo hacer un favor nos muestren un sendero menos
abrupto. Cuando fundamentas tu vida en Dios, sabes que el sendero no es fácil,
que todo lo que te espera está salpicado de un desconcertante aislamiento, pero
mientras lo transitas descubres que en verdad no estás solo, que Él está cerca
de ti y que te ha prometido que nunca te dejará ni te abandonará.
A veces se
buscan multitudes para no sentirse excluidos, para no encontrarse a uno mismo.
En realidad la multitud crea muchos solitarios, gente que rodeada de gente no
encuentra un roce tierno, una mano amiga, una sonrisa de complicidad.
Con Dios
todo es distinto. Nadie queda vacío cuando encuentra a Dios. Los corazones se
llenan, los ojos se abren, las manos se tornan dadivosas, los pensamientos se
transforman, las vidas son llenas de una forma que aún después de tantos años
me sigue pareciendo sorprendente.
Tomado
de Protestante Digital 2013
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