lunes, 4 de marzo de 2013

Desde la fe / No se quedó en la multitud


Jesús o la multitud

Yolanda Tamayo
Cuando en mí se debaten ciertos asuntos ante los cuales me cuesta saber qué decisión tomar, siempre pienso: ¿Qué haría Jesús si estuviese en mi lugar?
Reflexionar sobre ello hace que mis dudas se esclarezcan, vislumbrando con una precisión santa lo que debo hacer y cómo llevarlo a cabo.
Decidir ver lo que nos acontece desde los ojos de Dios hace que aquello que nos rodea se simplifique, y aunque a priori parece que en realidad es un complicado procedimiento, compruebas lo acertado que es dejarse llevar por las indicaciones divinas.
Hacer la voluntad de Dios debiera ser nuestra prioridad. Una máxima diaria en la vida cristiana. Pero… siempre ha resultado mucho más sencillo seguir a la multitud que posicionarse en un lugar apartado, lejos de la muchedumbre.
La multitud te lleva, te rodea, te hace sentir protegido.
Nadar contra corriente te envuelve de soledad, te rodea de obstáculos y acabas neciamente barajando la posibilidad de un eterno abandono.
Jesús no se quedó en medio de ninguna multitud. Después de saciar estómagos, de sanar heridas, de devolver vista a los ciegos y resucitar a muertos, Él volvía a quedarse siempre a solas con el Padre. Abandonaba la multitud y buscaba un apartado lugar donde tener intimidad con Dios.
Las aglomeraciones llegan a asfixiar. El gentío empequeñece y coarta.
Quienes deseamos ser liberados de las ataduras terrenales sabemos positivamente que pasar tiempo con Jesús redunda en una vida abundante. Él ofrece claridad absoluta a nuestras dudas, un albor que nos hace resplandecer en medio de la oscuridad.
Encontrarse a solas con Dios es la mejor manera de descubrirnos, de conocernos, de vernos en nuestra total complejidad y contemplar lo insignificantes y frágiles que en realidad somos.
Jesús buscaba momentos de soledad en los que disfrutar de la presencia del Padre. Nosotros necesitamos hacer lo mismo. Yo necesito esa cercanía. Encontrar la razón por la que ha de vivir el alma mía y ver a través de Dios aquello que no puedo percibir con mis humanos y torpes ojos.
Siempre existirán quienes nos indiquen otras sendas, personas que fingiendo hacer un favor nos muestren un sendero menos abrupto. Cuando fundamentas tu vida en Dios, sabes que el sendero no es fácil, que todo lo que te espera está salpicado de un desconcertante aislamiento, pero mientras lo transitas descubres que en verdad no estás solo, que Él está cerca de ti y que te ha prometido que nunca te dejará ni te abandonará.
A veces se buscan multitudes para no sentirse excluidos, para no encontrarse a uno mismo. En realidad la multitud crea muchos solitarios, gente que rodeada de gente no encuentra un roce tierno, una mano amiga, una sonrisa de complicidad.
Con Dios todo es distinto. Nadie queda vacío cuando encuentra a Dios. Los corazones se llenan, los ojos se abren, las manos se tornan dadivosas, los pensamientos se transforman, las vidas son llenas de una forma que aún después de tantos años me sigue pareciendo sorprendente.

Tomado de Protestante Digital 2013

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