viernes, 29 de marzo de 2013

Jesús en la Cruz / Estarás conmigo...

Segunda Palabra:

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”

Ramón Jiménez
28 de Marzo, 2013

La Biblia registra en Marcos 15:27-28:
“27Crucificaron también con él a dos ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda.28 Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos.”

La referencia que se hace es a Isaías 53:12: “por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.”

A este punto, Jesús ha sido azotado, insultado, escupido, humillado.  Ahora es clavado en la cruz entre dos ladrones.  Como si no bastase con el maltrato físico; como si no fuese suficiente con todo el dolor espiritual y emocional de pasar por aquel momento, Jesús también debe ser tenido por un delincuente más.  Es la observación que podría hacer cualquier espectador aquella tarde: la muerte de cruz estaba reservada sólo para los más bajos miembros de la sociedad, y Él estaba rodeado por dos tales miembros, dos criminales (ladrones, insurgentes, malhechores).

Su desamparo, la inevitabilidad de su muerte física, eran compartidos por estos dos insurgentes crucificados a su lado.Y uno de ellos, en medio de su desesperación, se suma a los ataques contra Jesús:
Lucas 23:39 NVI “39 Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo:  —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!”

Este hombre quizás piense que con ofenderlo, con tentar su orgullo humano, hará que Jesús se conmueva y obre en beneficio de ambos.  Pero su aparente “arenga” o motivación esconde una carga terrible de pecado:
·         Cuestiona la identidad de Jesús (“Si eres el Cristo…”)
·         Pretende escapar a su justo destino final y ser salvado inmerecidamente de su condena.  Se considera digno de una segunda oportunidad, de librarse de un castigo ya acordado por su faltas, minimizando éstas

En cambio, la actitud del otro criminal es muy diferente:
Lucas 23:40-42 NVI “40 Pero el otro criminal lo reprendió:  —¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? 41 En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; éste, en cambio, no ha hecho nada malo.  42 Luego dijo:  —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.”

Este hombre reconoce la deidad de Jesús.  Sabe que Él es Dios.  Le reprocha al primer delincuente su maldad.  Le recuerda que la condena de ellos dos es merecida por sus delitos, en tanto hace justicia a Jesús, declarando que Él, a diferencia de ellos, no merece esa muerte.  Y le pide a Jesús que le recuerde cuando venga en su reino – lo cual, dadas las circunstancias, claramente no sucederá en esta vida que para ellos está a punto de terminar
Este hombre sabe quién es Jesús.  Escuchó su mensaje.  Conoció su plan.  Quizá no reaccionó a tiempo, pero en los últimos minutos de su vida, puso su mirada en lo eterno y supo reconocer y apelar correctamente al único que podía cambiar su destino en esa eternidad venidera.

Jesús, que ha guardado silencio a lo largo de este intercambio de moribundos, lo rompe para sellar con esperanza cierta el arrepentimiento y la fe de este hombre:
Lucas 23:43 RV60 “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” [NVI “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”]

De cierto.  No es una ilusión, es una certeza, una verdad segura.  Hoy.  No hay ya más castigo.  No hay más condenación.  No hay un lugar intermedio para pagar la deuda pendiente.  La sangre del único justo que vivió es pago total y suficiente por cualquier maldad pasada.  Aunque nuestro concepto de justicia no comprende tan gran amor, en Su generosidad, la oferta de Dios es la misma sin importar que la aceptemos en la mañana, al mediodía o en la última hora de nuestras vidas

La escena en el Gólgota que mueve a Jesús a hablar por segunda vez es un espejo para nosotros.  Un retrato claro, sincero, desgarrador, de nuestra situación de pecado y nuestra necesidad de salvación.  Muchas veces somos como el primer criminal.  Quizá para la sociedad nuestro pecado no amerita ser exhibido en una cruz y recibir el rechazo y desprecio de todos, pero para Dios es conocido,  y es abominable; sin embargo, lo justificamos, evadimos nuestro compromiso y las consecuencias, y aún podemos culpar o cuestionar a Dios en nuestra hora de dificultad.

El segundo criminal nos da un ejemplo perfecto de la conciencia que deberíamos tener de nuestra necesidad y del plan de salvación de Jesús.   Necesitamos entender que Él es Dios.  Que sólo Él es bueno.  Que en nuestra vida hemos fallado, hemos pecado, y nuestro destino natural es recibir las terribles consecuencias de esta maldad.  Pero también saber que nos espera algo más que esta vida, y que ese hombre que murió entre criminales es Rey y Señor de un reino de amor eterno, Rey y Señor tan poderoso que, sin importar nuestro pasado, puede recibirnos en ese reino de amor y perdón porque pagó el precio en la cruz

“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.  El hombre que hizo esta promesa moriría pocas horas después.  Pero para quienes pueden reconocer que Él es Dios, que se hizo hombre, que murió pero resucitó; y que la maldad y pecado propios son realmente grandes, pero sólo necesitan ser lavados con esa sangre bendita para ser perdonados; esa promesa de pasar la eternidad en la presencia de Dios sigue vigente hoy.

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