“Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Ramón
Jiménez
28 de
Marzo, 2013
La Biblia registra en Marcos 15:27-28:
“27Crucificaron
también con él a dos ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda.28 Y
se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos.”
La referencia que se hace es a Isaías 53:12: “por
cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores,
habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.”
A este punto, Jesús ha sido azotado, insultado,
escupido, humillado. Ahora es clavado en
la cruz entre dos ladrones. Como si no
bastase con el maltrato físico; como si no fuese suficiente con todo el dolor
espiritual y emocional de pasar por aquel momento, Jesús también debe ser
tenido por un delincuente más. Es la
observación que podría hacer cualquier espectador aquella tarde: la muerte de cruz estaba reservada sólo
para los más bajos miembros de la sociedad, y Él estaba rodeado por dos tales miembros,
dos criminales (ladrones, insurgentes, malhechores).
Su desamparo, la inevitabilidad de su muerte física,
eran compartidos por estos dos insurgentes crucificados a su lado.Y uno de
ellos, en medio de su desesperación, se suma a los ataques contra Jesús:
Lucas 23:39 NVI “39 Uno de los criminales
allí colgados empezó a insultarlo: —¿No
eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!”
Este hombre quizás piense que con ofenderlo, con
tentar su orgullo humano, hará que Jesús se conmueva y obre en beneficio de
ambos. Pero su aparente “arenga” o motivación esconde una carga terrible de pecado:
·
Cuestiona la
identidad de Jesús (“Si eres el Cristo…”)
·
Pretende
escapar a su justo destino final y ser salvado inmerecidamente de su
condena. Se considera digno de una
segunda oportunidad, de librarse de un castigo ya acordado por su faltas,
minimizando éstas
En cambio, la actitud del otro criminal es muy diferente:
Lucas 23:40-42 NVI “40 Pero el otro
criminal lo reprendió: —¿Ni siquiera
temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? 41 En nuestro
caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; éste,
en cambio, no ha hecho nada malo. 42
Luego dijo: —Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas en tu reino.”
Este hombre reconoce
la deidad de Jesús. Sabe que Él es
Dios. Le reprocha al primer delincuente su
maldad. Le recuerda que la condena de
ellos dos es merecida por sus delitos, en tanto hace justicia a Jesús, declarando que Él, a diferencia de ellos, no
merece esa muerte. Y le pide a Jesús
que le recuerde cuando venga en su reino – lo cual, dadas las circunstancias,
claramente no sucederá en esta vida que para ellos está a punto de terminar
Este hombre sabe quién es Jesús.
Escuchó su mensaje. Conoció su
plan. Quizá no reaccionó a tiempo, pero
en los últimos minutos de su vida, puso su mirada en lo eterno y supo reconocer
y apelar correctamente al único que podía cambiar su destino en esa eternidad
venidera.
Jesús, que ha guardado silencio a lo largo de este
intercambio de moribundos, lo rompe para
sellar con esperanza cierta el arrepentimiento y la fe de este hombre:
Lucas 23:43 RV60 “Entonces Jesús le dijo: De cierto te
digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” [NVI “Te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso”]
De cierto. No es una ilusión, es una certeza, una verdad
segura. Hoy. No hay ya más castigo. No hay más condenación. No hay un lugar intermedio para pagar la
deuda pendiente. La sangre del único justo que vivió es pago total y suficiente por
cualquier maldad pasada. Aunque
nuestro concepto de justicia no comprende tan gran amor, en Su generosidad, la
oferta de Dios es la misma sin importar que la aceptemos en la mañana, al
mediodía o en la última hora de nuestras vidas
La escena en el Gólgota que mueve a Jesús a hablar por
segunda vez es un espejo para nosotros.
Un retrato claro, sincero, desgarrador, de nuestra situación de pecado y
nuestra necesidad de salvación. Muchas
veces somos como el primer criminal.
Quizá para la sociedad nuestro pecado no amerita ser exhibido en una
cruz y recibir el rechazo y desprecio de todos, pero para Dios es conocido, y es abominable; sin embargo, lo
justificamos, evadimos nuestro compromiso y las consecuencias, y aún podemos
culpar o cuestionar a Dios en nuestra hora de dificultad.
El segundo criminal nos da un ejemplo perfecto de la
conciencia que deberíamos tener de nuestra necesidad y del plan de salvación de
Jesús. Necesitamos entender que Él es
Dios. Que sólo Él es bueno. Que en nuestra vida hemos fallado, hemos
pecado, y nuestro destino natural es recibir las terribles consecuencias de
esta maldad. Pero también saber que nos
espera algo más que esta vida, y que ese hombre que murió entre criminales es
Rey y Señor de un reino de amor eterno, Rey y Señor tan poderoso que, sin
importar nuestro pasado, puede recibirnos en ese reino de amor y perdón porque
pagó el precio en la cruz
“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. El hombre que hizo esta promesa moriría pocas
horas después. Pero para quienes pueden
reconocer que Él es Dios, que se hizo hombre, que murió pero resucitó; y que la
maldad y pecado propios son realmente grandes, pero sólo necesitan ser lavados
con esa sangre bendita para ser perdonados; esa promesa de pasar la eternidad en la presencia de Dios sigue vigente
hoy.
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