sábado, 30 de marzo de 2013

Jesús en la cruz / "Dios mío, Dios mío..."


CUARTA PALABRA
Por Ana Ysabel Acosta de Tejada
28 de Marzo, 2013 – 7:00 pm

Mateo 27 relata: "45 Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.  46 Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.

Este clamor del Señor Jesús provino precisamente de aquellas tinieblas porque fue en ese justo momento, en la hora sexta, cuando lo cubre la oscuridad que carga todos los pecados de la humanidad; El mismo fue hecho pecado.

Nuestro Señor Jesús se encontraba en ese momento en la parte más oscura de Su camino, había pisado ya el sendero de dolor durante horas, y la obra estaba casi consumada. Este es Su doloroso lamento procedente de lo más profundo del abismo de la miseria: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

Cuando leemos en los Evangelios las circunstancias que rodearon la muerte de nuestro Señor Jesucristo, salta a la vista la intensidad de sus sufrimientos, físicos y emocionales. Había sido físicamente masacrado por los soldados romanos en el camino hacia la cruz y se había encontrado de frente con la maldad y crueldad humana en toda su extensión.

El salmo 22, escrito 1,000 años antes de Cristo y donde se describe su crucifixión antes de que este método fuera inventado, dice en sus versículos iniciales 1 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? 2¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?”.

Las palabras que encabezan este Salmo fueron las mismas repetidas literalmente por nuestro Señor Jesucristo, un poco antes de su muerte, y expresan uno de los más grandes misterios de toda la Biblia. Al Espíritu Santo le pareció necesario revelarnos que Cristo fue desamparado por su Padre en el momento más terrible de todo su ministerio.

No se trataba simplemente de una sensación de abandono, como la que quizás hemos experimentados en ocasiones, sobre todo cuando estamos atravesando por un fuerte período de aflicción y no percibimos la presencia de Dios en nuestras vidas. En el caso de Cristo cuando estaba en la cruz, el abandono no fue una mera sensación, su abandono fue real. De hecho, esta es la única ocasión que registran las Escrituras en que Cristo no se dirige a Dios llamándole Padre, sino que le llama “Dios”.

La razón de este abandono es claramente revelada en las Escrituras. Dice el profeta Habacuc que “Dios es muy limpio de ojos para ver el mal (1:13)”; y en esa hora sexta Cristo estaba cargando con el pecado de Su pueblo. En una dimensión que nosotros no podemos entender, Cristo fue hecho pecado, para que nosotros pudiésemos ser justificados. El Dios, absolutamente santo y justo no podía por tanto tener con Él la comunión deleitosa que siempre habían tenido desde toda la eternidad y por eso se aparto de El.

“Todo nosotros nos descarriamos como ovejas, dice en Isaías 53, cada cual se apartó por su camino; más Jehová a cargo en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). Esa es la esencia del mensaje del evangelio, que Aquel “que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2Cor. 5:21).

Esto es difícil de entender para nosotros porque el pecado con frecuencia lo tomamos con mucha ligereza. Pero para Dios el pecado es algo tan serio que para redimir al pecador, alguien adecuado tenía que asumir la culpa y pagar por ella y eso fue lo que hizo Jesús.

Ese clamor de Cristo en la cruz, Dios mío….., que se había expresado en el Salmo 22 no fue una expresión de duda, sino de agonía. Cristo sabía por qué había sido desamparado; Él sabía de antemano que eso iba a suceder, y aún así, por amor a nosotros, a ti y a mí, decidió voluntariamente pasar por ese valle de sombra de muerte.

Él sabía que había venido a morir, pero sabía también que la muerte no tendría sobre él la última palabra. Por eso clama a Dios, a pesar del desamparo, y apela al hecho de que seguía siendo su Dios: dos veces le llamo “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

Esto parece paradójico; si se sentía desamparado ¿por qué clamó a Dios? Clamó porque la fe de Cristo como Hombre aún se mantenía intacta. El mero hecho de citar este Salmo en esa hora de agonía, era una prueba de eso. El Señor Jesús conocía todas las escrituras y sabía que este salmo 22 concluye con un canto de victoria, no con un grito de frustración como inicia.

Así que este no es un grito de duda, sino el clamor de Alguien que está atravesando por el más intenso sufrimiento que hombre alguno haya experimentado jamás. Por eso continúa librando esta batalla en oración, clamando a ese mismo Dios que lo había desamparado.

Y Su oración fue respondida. Al tercer día se levantó victorioso de la tumba y hoy está sentado a la diestra de Dios intercediendo por nosotros.

Este relato tan breve y dramático nos inspira a acciones muy concretas:
- Algo que pensar: nos da una oportunidad para entender el sentido de la cruz como la culminación del plan de Dios para reconciliarnos con el.
- Algo que sentir: una oportunidad para quebrantarnos, arrepentirnos y aferrarnos a la salvación que Jesús obtuvo para nosotros con tanto dolor.
- Algo que hacer: comenzar o continuar una vida de amor al prójimo y santidad, siguiendo la voluntad de Dios y rechazando el pecado.
- Algo que creer: fortalecernos en la fe de que Jesús es el hijo de Dios y su sacrificio es suficiente para ponernos en paz con Dios.
- Algo que decir: aprovechar cada oportunidad para animar a los que no creen a que se aferren a la salvación que Jesús nos ofrece.

El fue desamparado para que tú y yo nunca seamos abandonados en nuestros pecados, sino perdonados, salvados y restaurados por el amor de Dios para siempre.

Dios les bendiga mucho.

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