CUARTA PALABRA
Por Ana
Ysabel Acosta de Tejada
28 de Marzo,
2013 – 7:00 pm
Mateo
27 relata: "45 Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra
hasta la hora novena. 46 Cerca de la
hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto
es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
Este
clamor del Señor Jesús provino precisamente de aquellas tinieblas porque fue en
ese justo momento, en la hora sexta, cuando lo cubre la oscuridad que carga
todos los pecados de la humanidad; El mismo fue hecho pecado.
Nuestro
Señor Jesús se encontraba en ese momento en la parte más oscura de Su camino, había
pisado ya el sendero de dolor durante horas, y la obra estaba casi consumada.
Este es Su doloroso lamento procedente de lo más profundo del abismo de la
miseria: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
Cuando leemos en los Evangelios las circunstancias
que rodearon la muerte de nuestro Señor Jesucristo, salta a la vista la
intensidad de sus sufrimientos, físicos y emocionales. Había sido físicamente
masacrado por los soldados romanos en el camino hacia la cruz y se había
encontrado de frente con la maldad y crueldad humana en toda su extensión.
El salmo 22, escrito 1,000 años antes de
Cristo y donde se describe su crucifixión antes de que este método fuera
inventado, dice en sus versículos iniciales 1 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado? 2¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras
de mi clamor?”.
Las palabras que encabezan este Salmo
fueron las mismas repetidas literalmente por nuestro Señor Jesucristo, un poco
antes de su muerte, y expresan uno de los más grandes misterios de toda la Biblia.
Al Espíritu Santo le pareció
necesario revelarnos que Cristo fue desamparado por su Padre en el momento más
terrible de todo su ministerio.
No se trataba simplemente de una sensación de abandono, como la que quizás hemos experimentados en ocasiones, sobre todo cuando estamos atravesando
por un fuerte período de aflicción y no percibimos la presencia de Dios en
nuestras vidas. En el caso de Cristo cuando estaba en la cruz, el abandono no
fue una mera sensación, su abandono fue
real. De hecho, esta es la única ocasión que registran las Escrituras en
que Cristo no se dirige a Dios llamándole Padre, sino que le llama “Dios”.
La razón de este abandono es claramente
revelada en las Escrituras. Dice el profeta Habacuc que “Dios es muy limpio de
ojos para ver el mal (1:13)”; y en esa hora sexta Cristo estaba cargando con el
pecado de Su pueblo. En una dimensión que nosotros no podemos entender, Cristo
fue hecho pecado, para que nosotros pudiésemos ser justificados. El Dios,
absolutamente santo y justo no podía por tanto tener con Él la comunión
deleitosa que siempre habían tenido desde toda la eternidad y por eso se aparto
de El.
“Todo nosotros nos descarriamos como
ovejas, dice en Isaías 53, cada cual se apartó por su camino; más Jehová a
cargo en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). Esa es la esencia del
mensaje del evangelio, que Aquel “que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2Cor. 5:21).
Esto es difícil de entender para
nosotros porque el pecado con frecuencia lo tomamos con mucha ligereza. Pero
para Dios el pecado es algo tan serio que para redimir al pecador, alguien
adecuado tenía que asumir la culpa y pagar por ella y eso fue lo que hizo Jesús.
Ese clamor de Cristo en la cruz, Dios
mío….., que se había expresado en el Salmo 22 no fue una expresión de duda,
sino de agonía. Cristo sabía por qué había sido desamparado; Él sabía de
antemano que eso iba a suceder, y aún así, por amor a nosotros, a ti y a mí,
decidió voluntariamente pasar por ese valle de sombra de muerte.
Él sabía que había venido a morir, pero
sabía también que la muerte no tendría sobre él la última palabra. Por eso
clama a Dios, a pesar del desamparo, y apela al hecho de que seguía siendo su Dios:
dos veces le llamo “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?”
Esto parece paradójico; si se sentía
desamparado ¿por qué clamó a Dios? Clamó porque la fe de Cristo como Hombre aún
se mantenía intacta. El mero hecho de citar este Salmo en esa hora de agonía,
era una prueba de eso. El Señor Jesús conocía todas las escrituras y sabía que este
salmo 22 concluye con un canto de victoria, no con un grito de frustración como
inicia.
Así que este no es un grito de duda,
sino el clamor de Alguien que está atravesando por el más intenso sufrimiento
que hombre alguno haya experimentado jamás. Por eso continúa librando esta batalla en oración,
clamando a ese mismo Dios que lo había desamparado.
Y Su oración fue respondida. Al tercer
día se levantó victorioso de la tumba y hoy está sentado a la diestra de Dios
intercediendo por nosotros.
Este
relato tan breve y dramático nos inspira a acciones muy concretas:
-
Algo que pensar: nos da una oportunidad para
entender el sentido de la cruz como la culminación del plan de Dios para
reconciliarnos con el.
-
Algo que sentir: una oportunidad para
quebrantarnos, arrepentirnos y aferrarnos a la salvación que Jesús obtuvo para
nosotros con tanto dolor.
-
Algo que hacer: comenzar o continuar una vida
de amor al prójimo y santidad, siguiendo la voluntad de Dios y rechazando el
pecado.
-
Algo que creer: fortalecernos en la fe de que
Jesús es el hijo de Dios y su sacrificio es suficiente para ponernos en paz con
Dios.
-
Algo que decir: aprovechar cada oportunidad
para animar a los que no creen a que se aferren a la salvación que Jesús nos
ofrece.
El fue
desamparado para que tú y yo nunca seamos abandonados en nuestros pecados, sino
perdonados, salvados y restaurados por el amor de Dios para siempre.
Dios
les bendiga mucho.
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