Séptima
palabra
“En tus manos encomiendo mi espíritu”
“En tus manos encomiendo mi espíritu”
Milton Tejada C.
28 de Marzo, 2013 – 7:00 pm
“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lc 23:46).
Hermanos
Todo había terminado y
todo le era adverso.
Todo era gris, no había
salida, Dios hecho carne estaba a punto de morir…. Y de esa agonía espiritual,
de esa soledad inmensa, surge un grito
de esperanza: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”.
Es el acto de amor más grande
jamás presenciado en toda la historia de la raza humana. Dios no sólo se
despojó de su gloria, sujetó su ser a un cuerpo humano, habitó con nosotros. No
sólo compartió nuestras miserias, penas, pobrezas y sufrimientos, sino que se
humilló a lo sumo, hasta la muerte en cruz.
No hay manera, hermanos,
de comprender cómo Dios, tan grande y poderoso, santo y puro, quiso poner su
vida por nosotros, pecadores. El justo por los injustos.
Este hecho estremeció los
cielos, los oscureció e hizo sacudir la tierra de modo que no pudo contener a
muchos de sus muertos…
Las Escrituras se estaban
cumpliendo al pie de la letra.
Son las mismas palabras
utilizadas en el Salm 31:5 y que solían las madres judías enseñar a sus hijos
como oración antes de acostarse.
Son palabras, hermanos, que expresan:
·
El carácter voluntario de la entrega hasta la muerte
por parte del Señor. En Juan
10:17-18, Jesús había proclamado: “Por
eso me ama el Padre, porque yo pongo mi
vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la
pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”.
No fueron los líderes religiosos judíos, ni Pilatos, ni la multitud, ni
siquiera los guardias mismos, quienes le arrebataron la vida; El entregó su
vida voluntariamente.
La diferencia entre un niño y un cristiano maduro es que el cristiano
maduro entrega voluntariamente su vida. Estamos llamados a poner nuestra vida
al servicio de la causa de Jesús….
·
Dependencia de Dios y fe en su
bondad para con su pueblo, para con nosotros.
Son las mismas palabras
que utilizó Esteban mientras era apedreado (Hechs 7:59). Es la confianza de que
todas las cosas son para bien para quienes confían en el Señor (Rom 8:28).
En medio de la prueba y la
tempestad, quiero preguntarte: ¿Dónde tienes puesta tu confianza? Si somos
cristianos, estamos llamados a depender totalmente de nuestro Padre.
Dice Job: “Mi confianza es
que el omnipotente testificará por mi, aunque el adversario me forme proceso…”
(Job 31:35).. ¿Tienes esa misma confianza?
Confiar en Dios, Iglesia,
es más fácil decirlo de boca que ponerlo en práctica durante toda nuestra vida.
Es más fácil cuando las cosas nos van bien, que cuando viene la tempestad.
Es una confianza puesta en
nuestro Padre, que El mismo fortalece y cuyo fruto es la paz. Proclama Isaías:
“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque
en ti ha confiado…” (Is 26:3). Paz en la tormenta…
Confianza absoluta que
libra al corazón humano de su principal enemigo: el miedo, el temor… Dice el
salmista: “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque
contra mí se levante guerra, yo estaré confiado…” (Salm 27:3).
Paz, vivir sin temor…
aunque la enfermedad esté comiendo tus huesos, aunque la crisis económica haya
desfondado tus bolsillos, aunque tu aceptación del Señor haya abierto una
guerra en tu familia…
Paz, vivir sin temor…
aunque las amenazas te cerquen y no comprendas qué pasa con esta o con aquella
relación; aunque parezca ser que la muerte es el camino hacia el cuál te están
empujando…
Paz, vivir sin temor…
frutos de la confianza absoluta en Dios.
Esa confianza fue la
mostrada por Jesús en el calvario: “Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu…”, y mostró esa confianza, dice la Palabra, con gran voz…
Sin embargo, mis hermanos,
quiero decirles que es una confianza que no se reduce a las horas de tormenta,
que no se reduce al momento de la muerte: confiar siempre, en todo lugar, en
todo tiempo…
Como hombre, sean de la
Red de Pareja o de la Red de Hombres o incluso de la Red de Jóvenes, quiero
darles una palabra especial a los hombres (por favor, si es posible, ponte
en pie, hombre): necesitas confiar,
de modo absoluto, en tu Padre, en Dios… y verás que tu responsabilidad de
líder te será ligera, verás que el gozo crecerá en tu vida, verás que aunque
sea viernes santo, tiempo de muerte y crucifixión, Dios te asegura que habrá un
domingo de resurrección, de victoria (por favor, siéntense).
Como dominicano, quiero
dar una palabra a ustedes y a mi nación: No desmayemos en nuestro afán de ser
mejores esposos o esposas, mejores hijo, mejores hermanos, mejores ciudadanos,
aunque el enemigo, como dice Job, nos forme proceso, nos ataque… confía de modo
absoluto en tu Padre y tendrás paz en medio de la tormenta.
Pido a la sociedad
dominicana no tener miedo y no tirar la toalla ante los múltiples problemas que
nos aquejan. La pobreza extrema de muchos hogares, la desintegración familiar, la
dependencia de las drogas, la corrupción pública y privada, la inseguridad en
nuestras calles, la carencia de un salario digno y justo, el desempleo, la
violencia doméstica… son algunos de los múltiples fantasmas que quieren
hacernos creer que estamos solos y que buscan llenarnos de miedo y
arrodillarnos. Yo les pido que digamos que NO, que no nos arrodillaremos ante
los problemas, que sólo tenemos rodillas para bajar nuestro rostro ante nuestro
Padre Dios y, al igual que Jesús, clamar con absoluta confianza en El: En tus
manos encomiendo mi espíritu.
La muerte no es el peor
enemigo, el peor enemigo es el miedo a la muerte. Los problemas que he
mencionado no son nuestros peores enemigos, lo es el miedo a enfrentar dichos
problemas, la falta de confianza en un Dios en quien sabemos que podemos
confiar –aunque no lo sintamos-.
Jesús enfrentó la muerte
no con miedo, sino con confianza, con dependencia absoluta de nuestro Padre y
eso es lo que permite asegurar que no
hay viernes santo sin domingo de resurrección.
Que Dios nos bendiga.
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