martes, 30 de abril de 2013

Del Pastor / Reino presente y futuro

Venga tu Reino, presente y escatológico


(Entrega 4)
Pastor Rafael Montalvo
Domingo 28 de Abril, 2013

La segunda petición, aunque es la más breve, es igualmente solemne y trascendente en su alcance. Si la primera petición fija nuestra mirada en la persona de Dios, la segunda la fija en su obra y sus designios en la historia humana.
Las palabras: Venga tu reino se dicen fácilmente, pero tienen grandes implicaciones para nosotros, así como para el mundo en general. ¿Qué, pues, es lo que estamos pidiendo cuando expresamos el deseo de que venga el reino de Dios?¿A qué se refiere esto?
Esta petición se refiere tanto al futuro como al presente. Futuro, escatológico y presente, actual, en la vida diaria.

Reino futuro
Un día el Señor establecerá Su Reino. Un reino de justicia y paz. Reino de prosperidad. De satisfacción y deleite. Reino de santidad y pureza. De amor, unidad y armonía. Donde seremos libres del poder del pecado y sus consecuencias, libres de la influencia de Satanás, libres de la maldad y corriente de este mundo, libres por completo de nuestras inclinaciones pecaminosas carnales. Libres por completo. Disfrutando de verdadera paz, justicia y amor. Sin enfermedades, sin pecado, sin maldad, sin dolor y sufrimiento. Sin muerte y separación.

¡Anhelamos este Reino! ¡Que Su Reino venga!

Viviendo en la santidad y presencia de Dios. Viviendo en Su gozo, Su luz, disfrutando de las relaciones, disfrutando la Nueva Tierra y el Nuevo Cielo, y el nuevo orden de cosas. La Nueva Creación.
Viviremos obedeciendo a Dios, cumpliendo Sus normas, mandamientos y estatutos.

Reino presente

Jesús dijo: “El Reino de Dios se ha acercado…Está entre ustedes”…Es como una semilla de mostaza…pequeña, pero después se convierte en un gran árbol…
El Reino presente viene con el mensaje del Reino, el poder del Reino y estilo de vida del Reino.
El Reino de Dios también es presente, actual. Irrumpe en nuestras vidas hoy. Disfrutamos en el presente de chispitas de lo porvenir. Tenemos avances de lo que nos espera. Ejs. Pecado-santidad, tentaciones-liberación, sanidad-enfermedades, armonía-conflictos, etc.
“Venga Tu Reino”. Que Tu estilo, Tu gobierno, Tu sistema, Tu estilo de vida se instale en mi vida, en los míos, mi nación y el mundo. Que se te obedezca hoy. Que experimentemos Tu Reino hoy, en el presente. Que veamos y experimentemos Tu poder hoy. VTR
Que veamos Su justicia, equidad, vida pura, santa, armonía en medio nuestro.

¿Qué es el Reino de Dios?
Es donde Dios reina, donde Dios gobierna, donde Él es Rey.
En el Reino de Dios tenemos: Al Rey, Sus leyes (normas) y los súbditos.
El Reino es donde el Rey gobierna, donde se cumplen Sus leyes, Sus normas, Sus mandamientos. Donde los ciudadanos de ese Reino están sujetos y obedientes a esas leyes.
Fuera de ese reino, hay otras leyes, otros ciudadanos, que no están sujetos a esas normas. Pertenecen a otro reino, con otras normas, otros valores, otras leyes.
Venga Tu Reino, es gobierna en medio nuestro. Que Tu gobierno permee todas las esferas de nuestra sociedad. Que Tus leyes se obedezcan en todo lugar.
Cuando el reino de Dios viene a una persona, su vida es transformada, cuando viene a una familia, la familia es transformada, restaurada, las relaciones se sanan, hay perdón, liberación, un nuevo amor los cubre...el amor de Dios viene.

¿Cómo se hace esto? ¿Cómo se logra? ¿Cómo se logra que el Reino de Dios venga?
Cuando más personas se colocan bajo el reinado de Cristo. Cuando más personas tienen a Cristo como Rey y Señor. Cuando Cristo gobierna más vidas. Cuando la salvación llega a más personas.

Pero ¿cómo la salvación llega a más personas? ¿Cómo el Reino llega y se instaura en los demás?

1.       Viviendo nosotros vidas del Reino. Mostrando por nuestra conducta otra manera de vivir…más elevada…inspiradora.
2.       Y compartiendo el mensaje transformador de Jesucristo. Predicando las Buenas Nuevas de Salvación.
3.       Ayudando a crecer a estos nuevos miembros del Reino. Seguimiento y discipulado.

Un reino no es una democracia. No se gobierna por la mayoría. No es un gobierno representativo. Se gobierna por las leyes del rey y por lo que él diga. El reinado es una monarquía. Mono: uno. Arjé (arquía): gobierno. Es decir, el gobierno de uno solo. En el Reino de Dios no se argumenta, no se discute...solo se obedece.
El Reino de Dios es la esfera donde Dios gobierna, donde Él es Rey.
* ¿Queremos que Su Reino venga? ¿Anhelamos que Su Reino se manifieste en nuestras vidas, familias y nación?

“Ha llegado el reino de Dios”. Ha llegado una nueva forma de vivir. Un nuevo estilo de vida. Vida de amor, de fe, poder, sanidad, liberación, etc. Es como unos combatientes que llegan a un país gobernado por una dictadura. Quieren traer la democracia. Van conquistando personas, sembrando otra manera de pensar y de vivir. Van despertando a una nueva forma de vida. A una vida mejor.
“Venga Tu Reino”. Que Tu gobierno, Tus leyes, Tus mandamientos, sean vividos por nuestra sociedad, por nuestros gobernantes, por nuestros empresarios, por nuestros profesionales, por nuestros obreros, trabajadores, maestros, estudiantes, ciudadanos, por nuestra juventud.
Esta petición, “venga tu reino”, debe continuar mientras existan personas en este mundo que deban ser introducidas en este reino. Ej. Importancia de las Misiones, evangelismo. Es necesario seguir promoviendo este reino para que muchos más tengan entrada en él.
Venga Tu Reino a nuestras familias, a mi familia, a mis vecinos. ¡Venga Tu Reino!

* ¿Estoy reflejando la vida del Reino en mi vida, en mi trabajo, en mis estudios, en mi familia?
* ¿Qué normas están guiando mi vida? ¿Las normas de este mundo o las del Reino de Dios? ¿Soy un fiel representante del Reino de Dios en lo que hago? Venga Tu Reino.

Esto va más allá que meramente llamarse cristiano. A este reino no pertenecemos por el nombre religioso que llevamos sino por nuestra genuina experiencia espiritual.

Oramos para el Reino de Dios venga a nuestros gobiernos, a los medios de comunicación, a las artes, a la educación, a las familias, la economía…A TODAS las esferas de nuestra sociedad.

viernes, 26 de abril de 2013

Creciendo / Por qué es tan tentadora la tentación


¿Por  qué es tan tentadora la tentación?

 

Este es un estudio inspirado en el material para células “Personal Holiness in Times of Temptation” (Santidad Personal en Tiempos de Tentación), de Bruce Wilkinson.

Objetivo

Que cada hombre pueda entender cómo funcionan las tentaciones, a fin de prepararse para poder vencerlas en el nombre de Cristo.

 

Introducción

¿Sabes qué hay entre tú y tu próximo pecado?  Algo llamado “tentación”.  Si vas a tomar en serio tu santidad personal, deberás tomar en serio también la tentación.  Al ser la puerta de entrada al pecado, se interpone entre tú y tu santidad personal.  Aunque no lo hayas reconocido, antes de pecar fuiste tentado.  Al momento de una tentación, puede venir una derrota o una victoria: en derrota pecarás, pero en victoria tendrás vida.  Satanás sabe que la Biblia tiene las claves de la victoria, y por eso quiere destruirla y tergiversar lo que conoces de ella, para evitar tu santidad personal.

La Verdad Acerca de Tus Tentaciones

Leamos este pasaje de la primera carta de Pablo a los corintios:
1 Co 10:12-13 12 Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer. 13 Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.”
Veamos algunas realidades o verdades sobre la tentación que nos enseña este pasaje:
·         Estás en terreno peligroso si crees que no puedes caer
·         Tus tentaciones buscan sobrecogerte
·         Tus tentaciones no son únicas o exclusivas a ti; son comunes
·         Dios nunca te abandona en tus tentaciones gracias a Su fidelidad
·         Dios nunca permite que tus tentaciones vayan más allá de lo que puedes soportar
·         Dios siempre provee en cada tentación una salida

En ocasiones escuchamos decir  “la tentación fue muy fuerte y no soporté”, o bien “nadie enfrenta tentaciones como las mías”.  Pero de este pasaje vemos que no es así.  Es una mentira del diablo que tus tentaciones son únicas o más fuertes que las de los demás.  Tus tentaciones son también las de Fulano, Perencejo y Zutanejo; sólo que Fulano, Perencejo y Zutanejo tal vez no te las han confesado los tres juntos.  Y si alguno de ellos puede enfrentar su tentación y decirle “no” vez tras vez, ¿cómo es que otros han decidido que la única cosa que pueden hacer es ceder?
En el pasaje vemos que Dios “dará una salida”.  Esta salida es hecha por Sus propias manos, y es específica a la persona y a la situación de tentación que la afecta.  No es “una” salida cualquiera, sino la salida que Dios mismo preparó para ti y para ese momento de dificultad.
¿Cuáles crees que son las tres tentaciones más difíciles que enfrentamos los hombres hoy?
Cuando eres tentado, ¿cuáles son los pensamientos que típicamente pasan por tu mente mientras estás pensando morder esa carnada y pecar?

Nuestra responsabilidad ante la tentación

De modo que cuando somos tentados, no estamos solos.  Dios está presente, y de manera activa, construyendo nuestra salida.  Si repasamos el pasaje de nuevo, vemos que hay tres elementos clave:
1.        Dios limita la tentación
2.        Dios provee una salida
3.        Nosotros podemos resistir

De los tres elementos, los dos primeros son responsabilidad de Dios.  Pero el tercero es responsabilidad nuestra.  Imaginemos que un ángel, disfrazado como un rico hombre de negocios, se aparece justo en el momento en que un hombre iba a pecar y le ofrece un puñado de billetes de 100 dólares, prometiendo dárselo si pudiera resistir la tentación sólo 10 minutos más.  Y por cada minuto adicional a partir de ahí, le daría otros 100 dólares, hasta llegar a un millón si fuese necesario.   ¿Qué pasaría con la capacidad de resistir de ese hombre?
Hablando en serio, tenemos la responsabilidad de resistir la tentación.  Dios ha hecho grandes cosas para prepararnos, de modo que podamos tener santidad personal.  Pero necesitamos aprender a resistir la tentación.  Necesitamos reconocer que, como dice Pablo, Dios es fiel y hace un gran trabajo cada vez que somos tentados.  Nos toca corresponder ese esfuerzo resistiendo la tentación.  En nuestras próximas dos reuniones, veremos a más detalle por qué nos cuesta tanto resistir y empezaremos a ver cómo vencer la tentación.

Discusión Final

·         ¿Estás de acuerdo con lo que dice la Biblia acerca de la tentación?  ¿Qué te cuesta más aceptar?  ¿Por qué?
·         ¿Por qué parece tan fácil caer en la tentación y tan difícil resistirla?
·         Hacer una oración agradeciendo a Dios Su fidelidad en nuestra tentación y pidiéndole discernimiento y fortaleza para escudriñar cada tentación e identificar la salida y poder resistirla y huir de ella

sábado, 20 de abril de 2013

Del Pastor / Santificado sea tu nombre


Santificado sea tu nombre…
Pastor Rafael Montalvo
Iglesia Cristiana
(Entrega 3).



¿Qué significa que Su Nombre sea santificado? ¿Acaso no es Su Nombre santo?Y esto ¿qué quiere decir? ¿Acaso puede Dios ser más santo de lo que ya es? ¿En qué, pues, consiste nuestra santificación del nombre de Dios? ¿Y por qué es necesaria?
 Objetivamente, es imposible aumentar la santidad de Dios. No podemos santificar su nombre, en el sentido de que no podemos hacerlo más santo de lo que es. Pero subjetivamente, sí. Es decir, Él puede ser más grande a nuestros ojos.

Nombre

Santificado sea Tu Nombre. En la antigüedad el nombre generalmente era considerado como una expresión de la naturaleza misma de la persona. El nombre estaba ligado al carácter, ocupación, función de la persona. Así lo vemos, por ejemplo, en Mat 1:20.
Esto era así a tal punto, que con frecuencia, cuando los hechos respecto de un hombre sufrían algún cambio importante, se le daba un nuevo nombre. Ejs: Jacob-Israel; Simón-Pedro, etc.

De modo que el nombre se identificaba con la persona. Esto es especialmente válido con respecto a los nombres de Dios (Jehová mi proveedor, mi sanador, mi salvador, mi paz, etc.).

Cuando hablamos del Nombre de Dios estamos hablando de Dios mismo. Contemplamos a Dios mismo. Consideramos su «nombre»; es decir, su personalidad, su ser, todo lo que él es en sí, todo lo que le hace distinto de los demás.

Santificar

Por otro lado “Santificado”...La palabra santificado significa “apartado para uso sagrado o santo,” es decir, no para uso común ni profano. Santificado sea—Es decir, que sea tenido en reverencia; mirado y tratado como santo. Que se le dé a Dios el honor y la gloria que le pertenece (v. Is. 8:13, 1 P. 3:15).
 Santificar algo es apartarlo como cosa sagrada, considerarlo con respeto y santo temor. Ej: Este piano es santo, quiere decir que está separado, destinado para Dios. No se le puede dar otros usos.
 Cuando santificamos el nombre de Dios, no lo cogemos de relajo, no lo usamos de manera indiscriminada. Sino que tratamos con suma reverencia la realidad de su persona. La engrandecemos, no en el sentido de hacerla objetivamente mayor de lo que ya es, sino en el sentido de hacerla más grande ante nuestros propios ojos.

Por eso, santificar el Nombre de Dios es reverenciar a Dios mismo, honrarlo, glorificarlo y exaltarlo. Para hacer esto, se necesita más que un conocimiento puramente intelectual del sentido de los nombres divinos. Ciertamente significa humildad de espíritu, gratitud del corazón, estudio fervoroso de las obras de Dios hasta que la observación se convierte en un arrebato de asombro y adoración.
 Le exaltamos. Deseamos que nuestro Creador sea glorificado y honrado (Juan 12:28). Vaciamos nuestra mente de las muchas pequeñeces que la llenan, y damos espacio a la inmensidad de Dios. Celebramos su realidad. Le honramos, le reverenciamos y le tememos (Isaías 8:13). Le damos el homenaje que le corresponde. Nos dejamos abrumar por la gloria de su persona y la inmensidad de su obra a nuestro favor. Nos deleitamos en él.

¿Estoy santificando Su Nombre? ¿Le estoy honrando, respetando, reverenciando?

Santificado sea Tu Nombre es una expresión de reverencia que evita una confianza excesiva. Hay una tendencia de parte de algunos creyentes de tratarse con Dios con términos demasiado familiares, a veces casi irreverente, como por ejemplo, “Mi pana ful”, “mi canchanchán”, “compadre”, “el viejito”, o “el Viejo de arriba”. “Diosito lindo”, “mi papachito”, etc.
 Tal actitud dista mucho del concepto de respeto y reverencia de los profetas (Isa. 6:1–8), de Jesús y de los apóstoles (Hech. 9:3–6). Tanta era la reverencia de los judíos ante Dios que usaban con sumo cuidado su nombre, por temor de profanarlo. Esta reverencia les llevó a sustituir la palabra Jehovah o Yaveh por “Señor” (Adonai). Aun en la Septuaginta traducían el nombre “Jehovah” con el término griego kurios, que significa Señor.
 Honramos el nombre de Dios al usarlo con respeto. Si usamos el nombre de Dios ligeramente, no tomamos en cuenta la santidad de Dios.

La santidad como conducta

A causa de nuestro comportamiento, podemos traer descrédito al nombre de Dios y hacer que el nombre de Dios sea blasfemado entre los gentiles (Romanos 2:24). Pero, si de verdad somos hijos suyos, anhelaremos conocerle más y que nuestras vidas le honren. Desearemos que él crezca en nuestra apreciación y llene más cabalmente nuestra visión. En este sentido, desearemos que él sea exaltado en nuestras vidas; y no sólo en ellas, sino también en la estimación de todo ser humano.
 Ez. 36:19-23. 19 dice: Les esparcí por las naciones, y fueron dispersados por las tierras; conforme a sus caminos y conforme a sus obras les juzgué. 20Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron mi santo nombre, diciéndose de ellos: Estos son pueblo de Jehová, y de la tierra de él han salido. 21Pero he tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron.
22Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. 23Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos.
 *No santificamos el nombre de Dios cuando por nuestras acciones hacemos que se hable mal de Él. Cuando por nuestro testimonio, conducta, los demás irrespetan el Nombre de Dios. Cuando por nuestra causa, las personas hablan mal de Dios.
 “Santificado sea Tu Nombre”. Que se respete Tu Nombre. Que se reverencie. Que no demos ocasión de que se hable mal de Tu Nombre por nuestro mal testimonio. Que donde quiera se respete Tu Nombre.

¿Mi conducta, mis acciones hacen que se hable bien de Dios o que se hable mal de Él?

¿Debemos tolerar y escuchar chistes basados en irreverencia e irrespeto a Dios? ¿Debemos ver u oír  programas de radio o televisión donde se blasfeme Su Nombre, se burlen del Nombre de Dios, se relaje con Su Nombre? ¿Debemos ser parte de esto, ser pasivos? ¿O deseamos que Su Nombre sea reconocido, reverenciado, respetado? Ej: David se indignó con Goliat por desafiar a los ejércitos de Dios. Era una afrenta, un irrespeto a Dios. Una burla. Los Salmos (indignación)
 Ex. 20:7 (10 Mandamientos). “No tomarás el Nombre de Dios en vano”. También irrespetamos el Nombre de Dios cuando lo usamos en vano, sin importancia, sin respeto, sin reverencia, sin cuidado, con ligereza. Se profana o se toma el nombre de Dios en vano cuando los no cristianos, relajan, se burlan, hacen chistes con el nombre de Dios o las cosas sagradas.

¿Cómo uso el Nombre de Dios? ¿A la ligera o con respeto?

Santificado: alabanza y adoración

“Santificado sea”t ambién establece el principio de orar como una forma de adoración.
 Esta oración modelo es también una declaración de alabanza y dedicación a honrar el nombre santo de Dios.
 La persona que sabe lo que significa orar “Santificado sea tu nombre”, con todo gozo magnificará al Señor cada vez que contemple el azul del cielo estrellado. Alaba a Dios cuando ve Su gloria reflejada en los matices del arco iris, en las montañas llenas de árboles, en los huertos frutales, en los arroyos, en los lagos, en el mar y en los ríos, las nubes, se maravilla cuando contempla la sabiduría de Dios revelada en la construcción del cuerpo humano (Sal. 139:15, 16).
 “Santificado sea tu nombre” es también una invitación a adorar juntos…significa que quien ha sido introducido en la comunión con este tierno y amante Padre ahora invita a todos a compartir esta experiencia con él y a exaltar a este glorioso Dios.(Esto significa mucho más que sólo hacer lo sumo por luchar contra la profanación del nombre de Dios).Tiene un contenido positivo. ¡Alabanza y adoración!
 El salmista exclama: “Engrandeced a Jehová conmigo, y exaltemos a una su nombre” (Sal. 34:3). Quiere que todos adoren y glorifiquen a Dios a causa de Sus hechos maravillosos.

Santificado: evangelismo

Deseamos que Su persona sea «santificada», tenida por sagrada y reverenciada por todo el mundo, empezando —claro está— por nosotros mismos. El anhelo de nuestro corazón es que Dios sea temido, amado, respetado, exaltado y adorado como merece por TODOS.

¿De qué manera podemos lograr que el mundo honre a Dios, santifique Su Nombre, adore a Dios, respete Su Nombre?

El nombre del Padre no será santificado a través del mundo a menos que se reconozca su soberanía real.
 En esta petición, oramos que el Nombre de Dios sea glorificado y santificado por todos.
 Es decir que TODOS reconozcan a Dios. Que TODOS le honren. De toda tribu, lengua y nación.

¿Cómo logramos esto?

1.        Viviendo una vida que levante el Nombre de Dios.
2.        Evangelizando. Compartiendo las Buenas Nuevas de salvación con TODOS los hombres.




miércoles, 17 de abril de 2013

Del Pastor / Padre Nuestro que estás en el cielo



Padre Nuestro que estás en el Cielo
Pastor Rafael Montalvo /
Iglesia Cristiana
(Entrega 2).

Esta es la primera parte de la prédica de nuestro pastor Rafael Montalvo el pasado domingo 14. Abordó la primera frase del “Padre Nuestro” que es una invocación, así como la segunda que es la primera petición (santificado sea tu nombre).

Padre
Quiénes pueden orar y a quién oran
Queda en claro inmediatamente que no todos tienen el privilegio de dirigirse a Dios de esta manera. Esa es la prerrogativa exclusiva de los que están “en Cristo” (Jn. 1:12; Ro. 8:14–17; Gá. 4:6; 2 Co. 6:18; 1 Jn. 3:1, 2). Es decir, de los hijos de Dios.
Naturalmente, hay un sentido en que Dios puede ser llamado correctamente Padre de todos los hombres. El los creó a todos, y da el mantenimiento a todos (Mal. 2:10; Sal. 36:6).
Pero se hace claro que esta oración modelo es para los creyentes en el Señor Jesucristo y para ellos solamente. Solo un hijo de Dios, alguien que ha nacido de nuevo, puede llamar a Dios “Padre”.
De modo que una oración como el Padrenuestro no puede ser pronunciada por una persona cualquiera, sino sólo por los hijos de Dios. Cristo enseñó esta oración a sus discípulos. Personas comprometidas con el evangelio, con el pacto y con las promesas, y con él mismo como Mesías y Rey.
Nadie que no comparta este mismo compromiso puede citar el Padrenuestro sin que resulte un mero rito y un contrasentido. O sea, nadie puede llamar a Dios Padre nuestro si no ha nacido como hijo suyo por obra del Espíritu Santo.
“Padre” es, además, una palabra que indica intimidad. Dios está cercano. Nos recibe en su familia y nos escucha como a hijos suyos. Es una palabra que sugiere la plena confianza con la que el creyente puede acercarse a Dios. También revela nuestra condición de hijos, de intimidad, de cercanía con nosotros. ¡Al Dios creador, grande, excelso, majestuoso…le podemos llamar: Padre!
Por eso nos acercamos con confianza, con seguridad. Vamos a donde nuestro Padre que nos ama, que nos comprende, que nos ayuda y que tiene todo lo mejor para nosotros.
Gracias a Jesús podemos tener esta cercanía e intimidad con el Padre. Éramos enemigos de Dios, extraños, descarriados, estábamos lejos de Dios…pero Jesús nos ha acercado! Sin Jesús y Su sacrificio en la cruz, esto NO hubiera sido posible.
Por otro lado, aquí se nos enseña a quién hay que orar, sólo a Dios, no a los ángeles ni a los santos. La oración se dirige al Padre, no a Maria, no a Pedro, no a Pablo...Solo al Padre.

Nuestro
No soy un hijo único. Aunque me conoce y me trata de manera individual, personal, soy parte de una familia. Esto ya insinúa que hemos de pedir, no sólo por nosotros mismos, sino por nuestros hermanos. Tengo muchos hermanos…con diferentes características, diferentes dones, habilidades, trasfondos, formas de hacer los cultos…dentro de la misma Iglesia local, fuera de la Iglesia local: pentecostales, bautistas, metodistas, carismáticos, etc. No somos iguales, pero somos familia. Y pasaremos la eternidad juntos como familia.
Porque son diferentes a mi no son herejes, no son falsos. Es verdad que no voy a “estudiar” (carrera, profesión) ni voy a hacer lo mismo que mi hermano, soy diferente. Si considero que tiene algunos errores o estilo de vida diferente, pero no por eso deja de ser mi hermano. Tenemos el mismo fundamento.
Por otro lado, esto no quiere decir que TODOS somos hermanos. TODO el mundo. TODA la raza humana. Hay falsos, hay herejes, personas que están en el error.
Cuando oro, no lo hago solo por mí, sino por TODA mi familia en la fe. Hay un sentido de cuerpo, de familia, de comunidad.

Que estás en el cielo
El Padre no está en la naturaleza, el Padre no es la creación, no somos todos. Él está en el Cielo. Por encima de todos nosotros. Aunque El llena TODO, está por encima de todo.Él no está en una esfera humana. No es igual a nosotros. Está en otra dimensión. Él es el Padre, Creador, Todopoderoso, Majestuoso…que está en el cielo.
La frase inicial de la oración define a AQUEL a quien estamos orando: Padre nuestro que estás en los cielos.
“Que estás en los cielos”. Porque allí manifiesta de modo especial Su gloria, ya que los cielos son Su trono (Sal. 103:19), el cual es para los creyentes un trono de gracia; por eso hemos de dirigir nuestras oraciones a aquel lugar.
Por ser Padre, nos acercamos a Él confiadamente; por ser Celeste, del cielo, nos acercamos a Él reverentemente.
“Padre nuestro que estás en el cielo”. Esta hermosa frase indica simultáneamente la proximidad y la trascendencia de Dios, su cercanía y su majestad.
Padre nuestro que estás en los cielos. En la primera parte de esta cláusula expresamos la cercanía de Dios con respecto a nosotros; en la segunda, su lejanía de nosotros. (Eclesiastés 5:2; Isaías 66:1). La primera parte expresa una familiaridad santa y amorosa; la segunda, una grandiosa reverencia.
El no es igual a nosotros. Él está en el cielo.
Tenemos intimidad con el Padre. Sin embargo, esta intimidad no debe ser exagerada.
La frase que estás en los cielos indica que este Padre nuestro habita en otra esfera diferente de la que nosotros conocemos. Él no está sujeto al tiempo y al espacio. Es Dios eterno, el Dios trascendente, omnisciente, omnipresente, omnipotente, único y sublime, alejado de toda capacidad nuestra de entenderle. Sus pensamientos no son los nuestros. Él no está sujeto a nuestras limitaciones y debilidades, sino que vive en absoluta santidad.
Por lo tanto, está tan cerca de nosotros que nos entiende a la perfección y ve aun nuestros pensamientos más íntimos (v. 4); pero, a la vez, está tan lejos de nuestra comprensión que Su persona trasciende a toda nuestra imaginación.
Su proximidad significa que podemos acercarnos a él en oración con plena confianza, como el niño a su padre; su trascendencia implica que debemos hacerlo con reverencia, humildad, devoción y sumo respeto.
Nuestro temor a Dios nunca debe impedir que nos acerquemos a Su trono con confianza; nuestra confianza nunca debe significar que nos acerquemos con irreverencia o con excesiva ligereza.

(Continuará).

martes, 16 de abril de 2013

Desde la fe / Peor que la desobediencia!

Lamentable tendencia
"Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: "Ah, Jehová! No es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal..." (Jonas 4:1-3).

Un santo, Henry Smith, observó en cierta ocasión: "El pecado justificado doble pecado es!". Cuánta verdad hay en esta declaración! No cabe duda que la desobediencia es detestable a nuestro Dios. A este pecado, sin embargo, se le agrega uno que es aún más despreciable: nuestra incurable tendencia a justificar nuestro pecado, ya sea delante de los hombres o delante del Señor mismo. ¿Ha notado cuántas veces los relatos de desobediencia van acompañado de esta lamentable tendencia?  Adán, confrontado, dijo: "la mujer que me diste". Eva, confrontada, dijo: "la serpiente me engañó". Aarón, confrontado por hacer el becerro de oro, dijo: "Yo no hice nada, sino que tiré el oro al fuego y este becerro salió solo". Saúl, confrontado por su desviación de la palabra, dijo: "No fui yo, sino el pueblo que estaba conmigo".
Cuántas veces usted y yo hemos hecho lo mismo! Piense en todas esas ocasiones que condenamos rotundamente en otros aquello que nosotros mismos también hacemos. En nuestro caso, no obstante, siempre tenemos una elaborada explicación para demostrar que, en realidad, nuestro pecado no es pecado; mas el pecado del otro sí lo es.
A pesar de todo esto, nuestros argumentos no convencen a Dios. El Señor no castigó a Adán por el pecado de Eva, ni a Eva por el pecado de la serpiente, ni al pueblo por el pecado de Aarón, ni a los israelitas por el pecado de Saúl. Cada uno recibió el justo y merecido pago por sus propios pecados. Así también será en su vida y la mía. Ante su trono nuestros argumentos serán como paja que se lleva el viento. "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (2 Cor 5:10).

(Tomado de Alza tus Ojos - Shaw).

lunes, 15 de abril de 2013

Desde la fe / De la salvación a la santidad


Operación santidad
   
Lidia Martín Torralba

 En el momento que aceptamos a Jesús como Salvador, se pone en marcha lo que he dado en denominar hoy la Operación Santidad.
Cuando uno llega por primera vez al Evangelio, y no me refiero al hecho de escucharlo, sino al de recibirlo genuinamente, se experimenta, quizá por primera vez en la vida, la realidad de un milagro. A lo mejor hasta entonces, en teoría incluso, uno aceptaba la existencia de estos hechos inexplicables. Pero comprender que el Dios infinito ha extendido Su mano para alcanzarnos, eso no se puede comprender sin una aproximación a la faceta sobrenatural de Dios. Él, en esencia, es sobrenatural y muchas de Sus manifestaciones lo son.
Lo que llega a nosotros a través del milagro de la conversión es un soplo, o más bien un huracán, de aire fresco. En ese frescor entendemos, por primera vez, lo que significa sentirse salvo y serlo sin duda alguna, confiar en que nada ni nadie nos separará de Su mano. E iniciamos la vida cristiana desde el fluir del primer amor, ajenos a los muchos avatares a los que el propio caminar como discípulos está sujeto.
Sin embargo, llama la atención como, conforme va pasando el tiempo, lejos de entender más y mejor que nuestra vida está llena de esos sinsabores que, en muchas ocasiones, vienen asociados al hecho de ser cristianos (no se nos entiende, ni se nos aprecia, ni se nos trata como a los demás, ni siquiera en los estados democráticos), lo que hacemos es estar más y más confusos acerca de los propósitos de Dios para nuestras vidas y acerca de los métodos que Él emplea para que podamos llegar a donde Él quiere llevarnos: a ser más y más a la imagen de Cristo.
En el momento que aceptamos a Jesús como Salvador, se pone en marcha lo que he dado en denominar hoy la Operación Santidad, en que la vida de las personas empieza a ser transformada por mano del Creador, bajo la imagen del alfarero, para poder extraer de nosotros el tipo de instrumento y herramienta que quiere que seamos. No basta con ser salvos. Dios quiere que seamos, además, santos y apartados para Él, útiles para Su servicio a favor del Reino del que hemos venido a formar parte. Y ese proceso de transformación, el proceso de aprendizaje y remodelación es duro.
Ninguna de las menciones que se hacen en el Nuevo Testamento a la santidad habla de un proceso fácil e indoloro y tampoco de uno que sea breve y de índole mágica, aunque sí sobrenatural porque donde Dios pone Su mano siempre hay algo de sobrenatural.
El proceso a menudo implica un cierto nivel de destrucción, prueba y sufrimiento. La reconstrucción suele venir asociada a unas ruinas previas y esas ruinas son el producto de algo que hubo y ya no está.
No termino de entender, entonces, la insistencia de muchos creyentes por creerse una versión  light  de lo que la santidad implica. Y es que, entre otras muchas confusiones, la que tiene que ver con este asunto de la santidad no es más que una filtración de los valores y las aspiraciones del mundo exterior en nuestras propias mentes de cristiano que, lejos de pensar como tal, a menudo sustituimos la mente de Cristo, de la que somos portadores desde el momento de nuestra redención, por nuestra propia mente.
El Nuevo Testamento nos llama a renovarnos en nuestro entendimiento, a no amoldarnos al presente siglo. Se nos recuerda que pongamos los ojos en Cristo, el autor y consumador de nuestra fe y que aspiremos a servir tal y como él sirvió. Su camino en el servicio fue uno en descenso hasta las últimas consecuencias… y muerte de cruz. Me pregunto cómo, entonces, es posible, que mirando hacia Él y la manera en que Él vino a servir, nosotros podamos pensar que nuestra santificación sea fácil. Nuestra salvación nos ha resultado demasiado fácil quizá (sobre todo pensando que Otro sufrió por nosotros lo que sólo nosotros debíamos pagar). Pero la santificación no es tan fácil como nos ha resultado alcanzar la salvación.
No se puede tener la vista adecuadamente en el Señor Jesucristo sin comprender que nuestra vida no vendrá libre de problemas. Él mismo nos recordó que en este mundo tendríamos aflicción. Ni Él mismo se libró de esto. Y así, decidió voluntariamente someterse al sacrificio que le supondría el abandono del Padre, por amor a nosotros.
Nosotros, por otra parte, lejos de seguir Su ejemplo, no sólo no estamos dispuestos a sufrir por otros, sino tampoco por ocuparnos en nuestra propia salvación, la que hemos conseguido por la fe, con temor y temblor. No somos dados a sufrir ni por nosotros mismos, aun cuando esa santificación es un beneficio para nosotros mismos en primer lugar, un avance para la obra de Dios y Su testimonio en esta tierra a través nuestra (se nos ha llamado a ser sal y luz en este mundo), una forma de manifestar agradecimiento y sumisión al Señor de nuestras vidas y una forma de obediencia que nos acerca más y más a nuestro propósito último.
Cuando no fijamos nuestra mirada en Cristo y Su sacrificio y no sólo en esto, sino en las características de ese sacrificio, que fueron de sufrimiento y dolor, perdemos el norte y todo se confunde. En esos momentos empezamos a pensar que de lo que se trata ahora es de disfrutar la vida, de ser felices… que puede estar bien, pero Dios sigue estando mucho más interesado en que seamos santos, aunque ello no conlleve un alto nivel de felicidad humanamente hablando para nosotros. Si Cristo tuvo que sufrir por nosotros, si Dios Padre no antepuso la felicidad y el bienestar de Su Hijo Jesucristo, ¿Por qué tendría que anteponer la nuestra?
Nosotros somos herramientas, y las herramientas están para servir, para ser útiles, para prestar un servicio durante un tiempo determinado y cumplir una función. En ese uso, la herramienta puede deteriorarse, tener que repararse, someterse a trato muy duro… pero estará sirviendo al propósito con el que se la creó y estará contribuyendo a la obra para la que su dueño la rescató del mundo.
Cuando nos apartamos del centro, de Cristo mismo, todo se confunde. Nuestros objetivos, el propósito de nuestras vidas, el sentido del sufrimiento y del bienestar, las prioridades que rigen nuestra existencia… pero todo vuelve a tener sentido a la luz de Cristo y en la sombra que proyecta Su cruz.
La Operación Santidad termina con calles de oro y un mar de cristal, pero empieza con una cruz y una tumba. Entre medias, una gloriosa resurrección y una guerra ganada, pero muchas batallas que lidiar en el camino y mucho sufrimiento que, aunque no exento de esperanza, es tan real como las heridas que supone. Sin embargo, como se ha dicho, como es promesa, la guerra está ganada y nosotros, en el bando vencedor.