Sumérgete en tu desierto
Juan Simarro Fernández
Estamos
metidos dentro de un mundo de prisas, marcado por el reloj implacable en el
paso de los minutos. Vivimos en el agobio improductivo.
Te
invito a buscar tu desierto personal. Hoy no te voy a hablar de problemáticas
humanas, ni de pobrezas, ni de injusticias, ni de desiguales repartos. ¡Nada!
Desnúdate y métete en la soledad de tu desierto. Quizás lo necesitas. Yo lo
necesito.
Vivimos en una sociedad rodeados de cosas que nos entretienen. ¿O quizás nos estresan? Rodeados de ordenadores, televisión, videos, reproductores de películas y de música… al igual que de personas por doquier. Estamos metidos dentro de un mundo de prisas, marcado por el reloj implacable en el paso de los minutos. Vivimos en el agobio improductivo.
Los momentos de soledad que podemos captar, son normalmente una soledad rodeada de muchos o frente al televisor. Quizás necesitemos la experiencia del desierto. Jesús les tuvo que decir a sus discípulos: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco”. También Jesús mismo, el Maestro, se preparó en el desierto… Quizás es que todos necesitamos pasar por esa experiencia de soledad y desnudez existencial total. Sumérgete un tiempo en tu desierto personal. Olvídate de los aparatos técnicos de los que estás rodeado, deja las prisas. Olvida conceptos, problemas. Deja de escuchar los gritos de los pobres, de los parados, de los enfermos… Esto último un tiempo, sólo un tiempo, un tiempo breve, pues necesitan de tu acción y compromiso en el mundo. Busca renovación.
El desierto puede llegar a ser todo un símbolo para aquellos que, en realidad, no vamos a retirarnos a un auténtico desierto en donde sólo tengamos arenas por delante y por detrás, sin que podamos divisar nada diferente en nuestro horizonte. El desierto puede ser el símbolo de la búsqueda de espacios en donde nadie nos pueda distraer, en donde la televisión no reine, en donde falte todo el tinglado de cosas que necesitamos para vivir en la vida posmoderna.
Sería como el convertirnos en seres humanos, no solamente ligeros, sino desnudos de todo equipaje, sin estar pendientes del dinero, ni de la comida. Desnudos ante nosotros mismos con los únicos recursos que nos da el tener unas manos, unos pies, unos ojos y unos oídos. Solos ante la verdad de la existencia, de cara a no sé si al vacío o a la llenura existencial, allí donde, quizás, ni siquiera la llamada angustia existencial existe. ¿Habrá alguna verdad existencial? ¿Acudirá a alguien verdadero a nosotros en el momento de la soledad absoluta y la carencia de todos los artilugios que nos hemos creado como equipaje para esta vida? ¿Encontraré yo algún día mi desierto, Señor? ¿Lo encontrarás tú?
Jesús se buscó espacios solitarios, Juan el Bautista vivió austeramente en el desierto… Nosotros debemos buscar el nuestro. Nuestro espacio de soledad. ¿Lo encontraremos, Señor? ¿Seré yo capaz de encontrarlo alguna vez? Siento que necesito esa soledad, de vez en cuando, como un remanso de aguas frescas.
En esos momentos de soledad, ese símbolo que es nuestro desierto se muestre enormemente sugerente para los cansados, para los peregrinos de este mundo. Allí no va a estar todo lo superfluo que nos estorba, nadie nos va a distraer de los pensamientos de nuestro corazón. Quizás, lo primero que nos demos cuenta es que para vivir no necesitamos tantos artilugios, quizás las muchas cosas que poseemos se nos revelen como superfluas, carentes de sentido e incapaces de llenar el vacío existencial que muchas veces tenemos en medio de los trajines de la vida. Muchas veces no vamos ligeros de equipaje y caminamos encorvados, casi besando el suelo.
Debemos buscar momentos en el desierto, en nuestro personal desierto, en el que nos podamos imbuir existencialmente. Allí donde no tenemos nada, pero nos sobra todo. Quizás sea el momento de sumergirnos en lo profundo de nosotros mismos, de encontrar, de encontrarnos, de bucear en lo profundo de nuestro yo personal
¡Escucha! ¡Está atento! Quizás sea el momento de comunicarnos con nosotros mismos y puede ser que, al adentrarnos en nuestras propias entrañas y en lo profundo del corazón, nos demos cuentas de que, realmente no estamos solos. Quizás se produzca la mejor comunicación con lo trascendente o, si se quiere algo más concreto y personalizado, con ese Tú personal que nunca nos abandona. Con el otro que siempre nos acompaña.
¡Pon atención! Es el momento del inicio del diálogo transparente y sincero. En esa desnudez, no tenemos nada que esconder, en el desierto no hay escondite posible. Todo es transparencia en la comunicación de mi yo, con el Otro que siempre me acompaña, el Tú trascendente. Es el momento de la vuelta a los orígenes: Tú y Dios. Yo y Dios. El yo personal desnudo ante la trascendencia. Una experiencia espiritual y existencial que todos deberíamos vivir.
Quizás en este momento podríamos ver la posibilidad del diálogo profundo que nunca hemos podido tener, de la queja existencial por todos los vacíos y contradicciones vividos, el momento de rendirnos ante ese Tú para pedir perdón… No son necesarias las palabras. Estamos ante el Padre que nos abre los brazos. Es el momento del enamoramiento, de la experiencia existencial del amor en plenitud. El amor nos inunda, se derrama en nuestros corazones. Es la experiencia del amor eterno, sin mancha, del amor que inunda toda la existencia. No hay que hablar, sólo dejarnos, en medio de la soledad del desierto, abrazar por el Padre.
Y una vez vivida la experiencia, cuando abandonamos el desierto y nos metemos en el trajín diario, veremos las cosas diferentes. Mucho de lo que antes era esencial, ahora es superfluo. La experiencia del amor en nuestras vidas ha cambiado prioridades. Ahora, la prioridad más importante después del amor vivido, es la búsqueda de nuevas experiencias amorosas que sean semejantes a la vivida en el desierto… Y lo más semejante que encontramos es el amor al prójimo, con una preferencia total hacia el amor que se centra en el prójimo que sufre, en el necesitado. Quizás mi amor le pueda redimir y él mismo desee acercarse a la experiencia vital máxima, hacia la auténtica verdad existencial, al encuentro con el Tú trascendente de la experiencia del desierto. Habré liberado al otro a través del amor y, al hacerlo, me habré liberado a mí mismo. La experiencia del desierto habrá hecho encontrarme con la vida abundante que sólo se realiza en experiencias de amor.
Vivimos en una sociedad rodeados de cosas que nos entretienen. ¿O quizás nos estresan? Rodeados de ordenadores, televisión, videos, reproductores de películas y de música… al igual que de personas por doquier. Estamos metidos dentro de un mundo de prisas, marcado por el reloj implacable en el paso de los minutos. Vivimos en el agobio improductivo.
Los momentos de soledad que podemos captar, son normalmente una soledad rodeada de muchos o frente al televisor. Quizás necesitemos la experiencia del desierto. Jesús les tuvo que decir a sus discípulos: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco”. También Jesús mismo, el Maestro, se preparó en el desierto… Quizás es que todos necesitamos pasar por esa experiencia de soledad y desnudez existencial total. Sumérgete un tiempo en tu desierto personal. Olvídate de los aparatos técnicos de los que estás rodeado, deja las prisas. Olvida conceptos, problemas. Deja de escuchar los gritos de los pobres, de los parados, de los enfermos… Esto último un tiempo, sólo un tiempo, un tiempo breve, pues necesitan de tu acción y compromiso en el mundo. Busca renovación.
El desierto puede llegar a ser todo un símbolo para aquellos que, en realidad, no vamos a retirarnos a un auténtico desierto en donde sólo tengamos arenas por delante y por detrás, sin que podamos divisar nada diferente en nuestro horizonte. El desierto puede ser el símbolo de la búsqueda de espacios en donde nadie nos pueda distraer, en donde la televisión no reine, en donde falte todo el tinglado de cosas que necesitamos para vivir en la vida posmoderna.
Sería como el convertirnos en seres humanos, no solamente ligeros, sino desnudos de todo equipaje, sin estar pendientes del dinero, ni de la comida. Desnudos ante nosotros mismos con los únicos recursos que nos da el tener unas manos, unos pies, unos ojos y unos oídos. Solos ante la verdad de la existencia, de cara a no sé si al vacío o a la llenura existencial, allí donde, quizás, ni siquiera la llamada angustia existencial existe. ¿Habrá alguna verdad existencial? ¿Acudirá a alguien verdadero a nosotros en el momento de la soledad absoluta y la carencia de todos los artilugios que nos hemos creado como equipaje para esta vida? ¿Encontraré yo algún día mi desierto, Señor? ¿Lo encontrarás tú?
Jesús se buscó espacios solitarios, Juan el Bautista vivió austeramente en el desierto… Nosotros debemos buscar el nuestro. Nuestro espacio de soledad. ¿Lo encontraremos, Señor? ¿Seré yo capaz de encontrarlo alguna vez? Siento que necesito esa soledad, de vez en cuando, como un remanso de aguas frescas.
En esos momentos de soledad, ese símbolo que es nuestro desierto se muestre enormemente sugerente para los cansados, para los peregrinos de este mundo. Allí no va a estar todo lo superfluo que nos estorba, nadie nos va a distraer de los pensamientos de nuestro corazón. Quizás, lo primero que nos demos cuenta es que para vivir no necesitamos tantos artilugios, quizás las muchas cosas que poseemos se nos revelen como superfluas, carentes de sentido e incapaces de llenar el vacío existencial que muchas veces tenemos en medio de los trajines de la vida. Muchas veces no vamos ligeros de equipaje y caminamos encorvados, casi besando el suelo.
Debemos buscar momentos en el desierto, en nuestro personal desierto, en el que nos podamos imbuir existencialmente. Allí donde no tenemos nada, pero nos sobra todo. Quizás sea el momento de sumergirnos en lo profundo de nosotros mismos, de encontrar, de encontrarnos, de bucear en lo profundo de nuestro yo personal
¡Escucha! ¡Está atento! Quizás sea el momento de comunicarnos con nosotros mismos y puede ser que, al adentrarnos en nuestras propias entrañas y en lo profundo del corazón, nos demos cuentas de que, realmente no estamos solos. Quizás se produzca la mejor comunicación con lo trascendente o, si se quiere algo más concreto y personalizado, con ese Tú personal que nunca nos abandona. Con el otro que siempre nos acompaña.
¡Pon atención! Es el momento del inicio del diálogo transparente y sincero. En esa desnudez, no tenemos nada que esconder, en el desierto no hay escondite posible. Todo es transparencia en la comunicación de mi yo, con el Otro que siempre me acompaña, el Tú trascendente. Es el momento de la vuelta a los orígenes: Tú y Dios. Yo y Dios. El yo personal desnudo ante la trascendencia. Una experiencia espiritual y existencial que todos deberíamos vivir.
Quizás en este momento podríamos ver la posibilidad del diálogo profundo que nunca hemos podido tener, de la queja existencial por todos los vacíos y contradicciones vividos, el momento de rendirnos ante ese Tú para pedir perdón… No son necesarias las palabras. Estamos ante el Padre que nos abre los brazos. Es el momento del enamoramiento, de la experiencia existencial del amor en plenitud. El amor nos inunda, se derrama en nuestros corazones. Es la experiencia del amor eterno, sin mancha, del amor que inunda toda la existencia. No hay que hablar, sólo dejarnos, en medio de la soledad del desierto, abrazar por el Padre.
Y una vez vivida la experiencia, cuando abandonamos el desierto y nos metemos en el trajín diario, veremos las cosas diferentes. Mucho de lo que antes era esencial, ahora es superfluo. La experiencia del amor en nuestras vidas ha cambiado prioridades. Ahora, la prioridad más importante después del amor vivido, es la búsqueda de nuevas experiencias amorosas que sean semejantes a la vivida en el desierto… Y lo más semejante que encontramos es el amor al prójimo, con una preferencia total hacia el amor que se centra en el prójimo que sufre, en el necesitado. Quizás mi amor le pueda redimir y él mismo desee acercarse a la experiencia vital máxima, hacia la auténtica verdad existencial, al encuentro con el Tú trascendente de la experiencia del desierto. Habré liberado al otro a través del amor y, al hacerlo, me habré liberado a mí mismo. La experiencia del desierto habrá hecho encontrarme con la vida abundante que sólo se realiza en experiencias de amor.
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