martes, 21 de mayo de 2013

Desde mi estudio / Una iglesia atrapada (1)




Enganchados en Constantino y anhelando el agustinismo político

Milton Tejada C.

Este es el primero de un conjunto de artículos en que me propongo reflexionar sobre el sometimiento de un recurso de amparo hecho por la Iglesia contra la campaña de Profamilia sobre los derechos sexuales y reproductivos. Este recurso fue rechazado por una corte dominicana.

Un planteamiento que a algunos de mis hermanos cristianos puede parecer escandaloso: creo que los cristianos nos hemos quedado enganchados en el “efecto Constantino” y muchos siguen anhelando vivir un mundo en donde sea una realidad el agustinismo político.
Llamo “efecto Constantino” al sometimiento de las estructuras eclesiales y la manipulación de la fuerza de las creencias cristianas para lograr estabilidad y dominio político. En cambio, a la idea de que es posible llegar a tener un “estado cristiano”, una “nación cristiana”, o un “gobierno cristiano”, hegemónico, trazador de las pautas dominantes, sancionador de disidencias, en la historia de la iglesia también se le conoce con el nombre de “agustinismo político”.
No olvidemos que en el Nuevo Testamento no hay una concepción política del Estado, no hay un análisis político, pero hay una concepción moral y escatológica del Estado. En cuanto concepción moral, el cristiano se basa en la Palabra de Dios que establece que el gobernante ha de ser justo, y en cuanto concepción escatológica afirma que toda realidad social (incluso el Estado) es transitoria y, por lo tanto, no puede ser una realidad totalizante. Esta es una base fundamental en la critica cristiana
Los cristianos tenemos una existencia “dialéctica”: somos ciudadanos del cielo y de la tierra. Creemos y sabemos que cualquier realización humana será superada por el Reino del Padre, sin embargo, continúan su quehacer en medio de su sociedad. El autor de la carta a Diogneto dice que los cristianos son el alma del mundo (y no puede considerarse esta una afirmación triunfalista, fue dicha en el siglo de mayor persecución de los cristianos, el siglo II).
No olvidemos que los cristianos de la diáspora se enfrentan a dos circunstancias. Primero, una lengua común, el griego popular o koyné, y segundo, una unificación política: el Mediterráneo era romano. Es, sin embargo, un imperio romano decadente, siendo uno de sus símbolos la inestabilidad político-militar. El ejército es atacado por bárbaros y persas.  Hacia el siglo IV Roma tenía dificultades para mantener militarmente sus fronteras y para mantener la unidad cultural del imperio. Incluso llega a recurrir a un ejército de mercenarios.
En este contexto, Diocleciano intenta reformar el imperio y promueve la descentralización. En lugar de un emperador, una tetrarquía: cuatro jefes en cuatro zonas. No permanentes. Sin embargo, la cultura política impulsada es la despotismo tipo oriental, con extraordinarias riquezas en las cortes, coerción bruta como medio de control de los pueblos, intento de retornar a la religión patria y, en consecuencia, confrontación con los cristianos, contra los cuales se decreta la persecución (incluyendo la depuración de la administración pública, del ejército, la destrucción de su bibliografía y lugares religiosos, expropiación de bienes…). La extensión del cristianismo, sin embargo, les obligó a contemplar su legalización, la cual le fue concedida en el 311 en la ciudad de Sárdica. Este edicto es reafirmado en el 313 en el Edicto de Milán, firmado por Constantino y Licinio, dos de los tetrarcas.
En el 324 Licinio es asesinado y Constantino queda como único emperador.  Sobre él se tejen dos posiciones extremas. De un lado, quienes afirman que Constantino sólo utilizó la Iglesia para sus fines políticos. De otro, la pía, quienes dicen que su madre oró mucho por su conversión, la cual se realiza en el 313. Lo cierto –siguiendo al profesor de historia de la Iglesia, Antonio Lluveres- que Constantino conocía bien la fuerza social de los cristianos y que para la Iglesia de ese momento significó la alianza con el poder político. Es decir, la subordinación del pensamiento religioso y del comportamiento de los cristianos a razones de Estado, tendiendo a consolidar el orden establecido, el orden del imperio. Es el constantinismo, el sometimiento de la Iglesia al control del Estado, característica propia de toda la edad media. También suele llamársele “cesaropapismo” (o los papas bajo el poder del César o rey). A cambio, el cristianismo pasa a ser la “religión oficial” del Estado con todas las prerrogativas que esto significa.
Conclusión de esta primera entrega: Constantino cooptó para sus fines políticos a la Iglesia. La Iglesia perdió su carácter subversivo y la ganó la tendencia humana a “lo establecido”.  Esto debilitó a las iglesias para llevar adelante la misión que Jesús les encomendó. 

2 comentarios:

Patricia Báez Martínez dijo...

Muy interesante, ya quiero ver la segunda parte.

Albireo29 dijo...

Muy buen articulo....

A ver que trae en el segundo , me parecieron muy interesantes las referencias historicas y sus detalles todas acertadas y quiero ver la culminacion.