El siguiente es un
fragmento de una extensa reflexión de Pablo Martínez Vila, expresidente de la
Alianza Evangélica Española, que él titula “La verdad ha muerto, ¡viva mi
verdad!”, evidenciando los estragos que el subjetivismo ha hecho a la sociedad
moderna. La conclusión es “clara y contundente”: Sí existe la verdad. La
palabra de Dios es normativa, no sólo orientativa, y en ella Jesús proclama: “Yo
soy la verdad”… y también afirma “Y conocerán la verdad y la verdad les hará
libres”. La Iglesia sabe esto y no puede obviarlo.
Esta corriente de subjetivismo y crisis de la verdad está
afectando a la Iglesia de forma perceptible. La erosión de la
autoridad de la Palabra de Dios como norma suprema de vida y de conducta es una
de sus consecuencias más preocupantes. Para
muchos creyentes la Biblia ha dejado de
ser normativa para ser sólo
orientativa. Según Charles
Colson, conocido evangelista y pensador americano, en los años 1960 el 65 por
cien de los norteamericanos creía que la Biblia era la verdad. Hoy esta cifra
ha bajado al 32 por cien. Y lo que es más significativo, el 70 por cien afirma
que no existe tal cosa como la verdad ni los valores morales absolutos.
Posiblemente ahí
está la raíz de la crisis de secularismo y superficialidad que predomina en
muchas iglesias en Occidente, incluida España. Cuando la Verdad se convierte en algo relativo y no absoluto, la
Iglesia acaba siendo mundana, es transformada por el mundo en vez de ser ella
agente de transformación; la Biblia pasa a ser un libro orientativo, pero no
normativo y la gracia de Cristo se convierte en una gracia barata que lo acepta
todo y mira hacia otro lado ante aquellas conductas que antes se llamaban pecado y que ahora quedan excusadas por este manto
de subjetivismo que lo envuelve todo.
Por esta razón los cristianos
debemos recuperar y proclamar con vigor la Verdad de Dios revelada en la Biblia
y encarnada en Cristo. Necesitamos coraje para ser heraldos de esta Verdad
y coherencia para encarnarla en nuestra propia vida. Sólo así lograremos ser
“sal y luz” en un mundo de corrupción y oscuridad. Aquel que dijo “Yo soy la
luz del mundo” también afirmó de sí mismo: “Conoceréis la verdad y la verdad os
hará libres” (Jn. 8:32).
La Verdad sigue
viva en Cristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida….”
Al mostrar la Verdad de Dios al mundo podemos compararla
a un diamante que tiene varias caras,
cada una de las cuales refleja aspectos preciosos, aunque parciales, del todo:
1- LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA
PALABRA
Dios ha hablado a lo largo de la Historia “muchas veces y de muchas maneras” (Heb. 1:1)
y nos ha revelado la Verdad en las Escrituras. Esta cara del diamante es la que podemos llamar la verdad revelada. Constituye el conjunto de proposiciones que
somos llamados a creer. El apóstol
Pablo la llama “el buen depósito ” (1 Tim. 1:14”) o la “ sana doctrina ” (2 Tim
4:3; Tito 1:9). Este cuerpo de doctrinas –creencias- se inicia con la revelación
de Dios a los patriarcas, sigue con los profetas y culmina en el NT con la
enseñanza de Jesús y los apóstoles. Si bien está expresada de manera
perfectamente comprensible –hay un elemento lógico racional incontestable en la
verdad revelada- , en último término sólo se puede acceder a ella desde la fe.
Son los ojos de la fe los que alumbran nuestro entendimiento (Efes.1:18) y nos
permiten aprehender toda la riqueza de la Verdad de Dios.
2- LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA
VIDA
La verdad de Dios es inseparable de la vida, tiene unas
implicaciones morales inevitables para nuestra conducta. La verdad no es sólo
algo a creer, sino a practicar. Implica demandas éticas, cambios, un estilo de
vida. La segunda cara del diamante es
la verdad obedecida. Somos llamados
también a vivir la verdad, no sólo a creerla. De hecho,
vivir la verdad es la mejor demostración de que la hemos creído. Hemos de creer
lo correcto – la sana doctrina-, pero
también hemos de vivir rectamente (Heb 12:14; 1 Ped. 1:14-16). Creer la verdad
de Dios nos da paz y seguridad para el futuro – “Señor, ¿a quién iremos? Tú,
tienes palabras de vida eterna ” (Jn. 6:68)- pero también debe transformar las
vidas aquí y ahora (2 Cor 3:18; Filip. 1:6)).
La obediencia a la verdad no
sólo purifica nuestras almas , sino que
nos dispone para el amor fraternal no
fingido y para amarnos unos a
otros entrañablemente (1 Pedro 1:22).
3 -LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA
GUÍA DEL ESPÍRITU SANTO
Hasta aquí hemos considerado los aspectos más
directamente relacionados con nuestra responsabilidad, lo que nosotros ponemos
de nuestra parte: buscamos entender y aprehender la verdad revelada de Dios y
anhelamos vivirla, obedecerla. Conseguir esto por nosotros mismos no sólo es
difícil, es imposible porque entender y vivir la Verdad de Dios requiere la
capacitación divina. La verdad es
también algo a discernir y, en este sentido, nos referimos a la
tercera faceta del diamante como la
verdad iluminada. Por esta
razón, Dios nos ha provisto de un recurso sobrenatural: la ayuda del Espíritu
Santo quien es el que desde el principio “nos convence de pecado de justicia y
de juicio” (Jn. 16:8) y nos sigue “ guiando a toda la verdad ” (Jn. 16:13) en
nuestro caminar diario. Dependemos del Espíritu para que nuestras creencias –la
verdad revelada- no se queden en algo frío u oxidado por el tiempo, sino que
sean regadas con la unción del Espíritu que nos renueva cada día.
4- LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA
PERSONA DE JESUCRISTO
La Verdad es más que una doctrina o una vivencia espiritual-religiosa;
es, ante todo, una persona: Cristo. Dios, después de darnos la verdad revelada,
“ …en estos postreros días, nos ha hablado por el Hijo ” (Heb 1:1). En Cristo
culmina la revelación de la verdad hasta el punto que él pronunció las palabras
más osadas que nadie haya dicho jamás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”
(Jn 14:6). Cristo viene a ser la verdad encarnada: “Aquel Verbo fue hecho
carne y habitó entre nosotros….lleno de gracia y de verdad…Pues la ley por
medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo ” (Jn. 1: 14,17). Siguiendo con el símil del diamante, Cristo es la
parte más preciosa de la verdad divina porque él “es la imagen del Dios
invisible ” (Col. 1:15) y en él “ habita corporalmente toda la plenitud de la
Deidad ” (Col. 2:9). Como alguien ha dicho, “un cristiano es una persona que ha quedado prendada y prendida de
Jesucristo”. La luz que irradia la Verdad no sólo alumbra nuestras
tinieblas, sino que nos seduce y nos atrae para compartir toda nuestra vida con
Él (Apoc. 3:20). Ahí radica el rasgo más distintivo del cristianismo: no es
tanto una religión, sino una relación. Por ello, en último término, la verdad no es sólo algo a creer, algo a
vivir y algo a discernir, sino sobre todo alguien a quien amar: el Cristo vivo, la Verdad encarnada.
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