lunes, 25 de febrero de 2013

Desde la fe / No hay dolor como este dolor

Cristian sembró

Rubén Darío -ese que nos identificó con el mar azul- plasmó esos versos que aprendí en mi adolescencia: "Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver / cuando quiero llorar no lloro / y a veces lloro sin querer". Son los primeros versos que me vienen a la memoria ante la muerte de Cristian Max, un joven de 20 años, sobrino de mi esposa Ysabel, que falleció en un accidente esta madrugada (otros dos sobrinos sobrevivieron y por ello damos gracias a Dios).
A Cristian lo conocí un niño, cuando tenía siete u ocho años. Y lo traté un adolescente de esos que maduran antes de tiempo, que asumen el trabajo, que confrontan dificultades y que -a diferencia de algunos que no salieron del pozo- logró superarlas, continuar sus estudios, avanzar... sin dejar jamás de lado la alegría de vivir.
Fue varias veces a nuestra Iglesia. Y cuando lo recuerdo sólo puedo recordarle como en la foto que acompaña estas letras: alegre, pero también respetuoso, tierno, atento, detallista. Cristian sembró y podemos dar gracias a Dios por el regalo de haberle tenido estos años. Cada uno puede recordar cosas que sembró. Mi hijo Luis Reynaldo lo llora con toda el alma, los momentos con Cristian no volverán, pero Luis y yo sabemos que tenemos otra patria y por la misericordia de Dios podremos volvernos a ver.
Hoy también pienso en su familia, especialmente en su madre. "Una espada te atravesará el alma". Y sólo puedo decir que aunque escribo estas líneas, ante su dolor no hay palabras. No hay dolor como este dolor de ver partir un hijo.
El Señor es el único que puede poner un bálsamo sobre esa herida honda, sobre ese dolor y el desconsuelo. Hay una esperanza y a ella nos aferramos en este tránsito por la tierra.
La familia Acosta y los que hemos sido acogidos en ella estamos llamados a redoblar nuestra confianza en ti, Señor.
En ti ponemos nuestra esperanza!


Alzaré mis ojos a los montes;
¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová,
que hizo los cielos y la tierra

No dará tu pie al resbaladero,
ni se dormirá el que te guarda.
He aquí, no se adormecerá
ni dormirá el que guarda a Israel

Jehová es tu Guardador;
Jehová es tu sombra a tu mano
derecha. El sol no te fatigará
de día, ni la luna de noche.

Jehová te guardará de todo mal;
El guardará tu alma. Jehová
guardará tu salida y tu entrada
desde ahora y para siempre.
Amen
Salmo 121


domingo, 24 de febrero de 2013

Desde la fe / El Rey primero que sus negocios


LO PRIMERO, PRIMERO 
Designó entonces a doce, para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar, y que estuvieran autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios (Marcos 3. 14-15).
 Este versículo nos da, en forma resumida, una clara idea de cuál era el plan que Cristo tenía en mente cuando escogió a sus doces discípulos. El camino a seguir incluía tres claros objetivos: 1) estar con él, 2) enviarlos a predicar, y 3) darles autoridad sobre los enfermos y los endemoniados.
Hay otros pasajes donde podría ser modificado el orden sin que se altere el producto final. Pero esta es una clara instancia de una secuencia en la que cada paso depende de la anterior. El orden establecido para esta estrategia no puede ser modificado. Podríamos sanar enfermos y expulsar demonios, pero tendría escaso valor si no fuera acompañada de la Palabra, que tiene un peso eterno. Asimismo, podríamos también agregarle la predicación de la Palabra a nuestro ministerio de sanidad, pero si no está sustentado por una relación de intimidad con el Hijo, no podríamos realmente señalar el camino hacia el conocimiento del Mesías.
Es aquí donde, como pastores, necesitamos ejercer gran cautela. La vorágine del ministerio con frecuencia lleva a que estos factores se inviertan, de manera que nos encontremos atrapados en gran  cantidad de actividades que tienen la apariencia de devoción, pero que nos han robado lo más precioso, que es nuestra relación con el Señor.
Cuando me encuentro con pastores, siempre busco la oportunidad de preguntarles cómo andan en su vida espiritual. Es fácil tomar por sentado que si estamos en el ministerio entonces, lógicamente estaremos disfrutando de intimidad con el gran Pastor. La realidad, lamentablemente, es otra. Muchas veces encuentro que los pastores han perdido su pasión por Aquel a quien están sirviendo con tanta devoción.
El evangelio de Mateo nos presenta una escena escalofriante. Algunos que pretenden justificar su falta de relación, señalando las muchas obras que han realizado, dirán en el día del juicio: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?¨ El Hijo del Hombre les responde con esta lapidaria frase: “Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de mí, hacedores de maldad!” (Mt 7.22-23). Note usted que Jesús les llama “hacedores de maldad”. ¡Es muy fuerte! No deja lugar a dudas que toda obra divorciada de una relación con el Señor, aún cuando sea obra para él, es obra mala.
¿Ha perdido usted la disciplina de pasar tiempo con él, buscando su rostro y su compañía? ¿Lo han vencido las constantes demandas para hacer cosas en la iglesia? ¿Se le ha enfriado un poco la relación con el Señor? ¿Por qué no aprovecha este día para volver a poner las cosas en su lugar? ¡Acérquese con confianza y renueva esa relación que tanto bien le hace! El Señor lo ha estado esperando.
Para Pensar:
Alguien ha observado alguna vez que estar ocupado en los negocios del  Rey, no es excusa para olvidarse del Rey. Si usted está tan ocupado que no le queda tiempo para estar con su Pastor, está más ocupado de lo que él quiere.
Tomado del devocional “Alza tus ojos” / Christopher Shaw 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Iglesia / ¿Un "deber"?


Esta es una historia que pone en evidencia un problema que a veces sufren muchos cristianos: su acercamiento a Dios y a la Iglesia como "un deber" el cual hay que "cumplir" y luego a las tareas de todos los días. Edgar, un niño, expone su punto de vista y "entiende" a los adultos.

 Xtremo Joven:

La iglesia como un deber…

Edgar

“Hola. Me llamo Edgar y tengo siete años. Me gusta jugar al fútbol con mis amigos, pero mis padres no me dejan salir hasta que acabe los deberes. Mis deberes son hacer sumas y restas, escribir para mejorar mi caligrafía, y aprender palabras en inglés. A veces también tengo que hacer redacciones sobre mi familia y la comida que me gusta, por ejemplo. Cuando acabo todas esas cosas, puedo hacer lo que me apetezca y ni siquiera tengo que seguir acordándome de lo que he hecho.

 Los mayores también tienen que hacer sus propios deberes: todos los domingos tienen que vestirse guapos y peinarse; y mamá tiene que maquillarse y echarse colonia. Después tienen que ir a la iglesia. Yo creo que sus deberes son muy importantes, porque, cuando vamos en el coche, siempre están gritando y quejándose por llegar tarde. Creo que es porque quieren sacar muy buenas notas. Cuando entramos en la iglesia, dejan de gritar, porque estar callados y portarse bien es parte de los deberes que tienen que hacer. La verdad es que no entiendo por qué tengo que acompañarlos yo a que hagan sus deberes; ellos no vienen conmigo al colegio…

 Después viene un señor y se pone delante de todos. Me parece que es el profe de los mayores. El profe de los mayores habla durante una hora sobre cosas que yo nunca entiendo. Dice cosas sobre Dios. Mis papás me dejan dibujar en la silla si no hago ruido. Ellos tienen que estar muy atentos y tener la Biblia abierta encima de las piernas, si no, suspenden. Hay un señor que siempre se queda dormido, y mi papá dice que es porque tiene que trabajar por la noche. Pobre señor… tiene que hacer muchos deberes y sus profes no le dejan dormir.

 Cuando el profe de los mayores termina de hablar sobre Dios, ora mucho rato diciendo palabras muy raras; pero yo no les puedo preguntar a mis padres qué está diciendo, porque ellos tienen que cerrar los ojos y yo también. No entiendo por qué tengo que hacer esos deberes para mayores, pero si no mi mamá me regaña. 

 Al final, se acaba todo y pueden hacer lo que les dé la gana, porque ya han acabado sus deberes. Y ni siquiera tienen que seguir acordándose de lo que han hecho ni de todo lo que el profe de los mayores les ha dicho. De hecho, cuando su profe termina de dar la clase, no vuelven a hablar de Dios hasta que tienen que hacer los deberes otra vez. A mí me parece normal, porque cuando yo estoy jugando al fútbol con mis amigos no estoy pensando en los deberes de mates. Pero mientras están haciendo los deberes parecen estar tan convencidos de lo que hacen que a veces casi me creo que lo hacen porque les gusta, no porque sean sus deberes”.

Cuando Edgar me contó todo esto, me hizo pensar en muchas cosas. ¿Qué transmitimos a los niños con nuestra vida espiritual? ¿Cuánto afecta nuestra relación con Dios a nuestros hijos, sobrinos y hermanitos? ¿Estamos dejando a los niños venir al Señor y no se lo estamos impidiendo (Lucas 18:16)?

Pero creo que la pregunta más sincera es: ¿Estamos viviendo para Dios, o estamos haciendo “los deberes de los mayores”?

sábado, 16 de febrero de 2013

Desde la fe / Te hace descansar


Me hará descansar

“En lugares de delicados pastos me hará descansar” (Salm 23:2).

Hay momentos en que el creyente necesita quedarse inmóvil como la tierra bajo la lluvia de primavera, dejando que la lección de la experiencia y los recuerdos de la Palabra de Dios penetren hasta las mismas raíces de su vida y llenen los profundos depósitos de su alma.
No siempre tiene que considerar perdidos los días en que sus manos no están ocupadas, como tampoco se consideran perdidos esos días lluviosos del verano, sólo porque mantienen al granjero dentro de su casa. El Gran Pastor hace descansar allí a su siervo.
Hay momentos en que los hombres dicen que están demasiado ocupados para detenerse, cuando piensan que le están rindiendo un servicio a Dios si continúan. De vez en cuando Dios hace al tal descansar. Ha atravesado los pastos tan rápidamente que no ha conocido su verdor, ni ha captado su dulce sabor; y Dios no quiere que él se pierda todo eso, así que lo hace descansar.
Muchos hombres han tenido que agradecer a Dios esas obligadas etapas de descanso en las cuales aprendieron por primera vez la dulzura de la meditación en la Palabra y del quedarse inmóviles en las manos de Dios, esperando su voluntad.

(Enviado por Ana Ysabel Acosta de un devocional de su uso).

Desde la fe / Entre la carne y el Espíritu

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS


Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirlo, diciendo: Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca! Pero el, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mi, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios,  sino en las de los hombres. Mateo 16:22-23.

Lo que nos llama la atención de esta escena es que viene inmediatamente después de uno de los momentos más preciosos de Jesús con los discípulos, cuando Pedro le reconocía como el Cristo, el Hijo de Dios. Tal revelación no había sido el fruto de deducciones, ni el resultado de un estudio cuidadoso de las Escrituras.  Era algo que le había sido revelado al discípulo por el Padre mismo.

Poco tiempo después, sin embargo encontramos a Pedro en una postura que demuestra una increíble falta de discernimiento y una profunda incomprensión acerca de los propósitos del Padre para el Hijo. El discípulo pretendía impedir el cumplimiento de la Palabra que Cristo mismo estaba anunciando: que era necesario que el Mesías sufriera muchas cosas y luego fuera muerto en mano de los escribas y los fariseos.   

La escena nos revela una verdad acerca de la vida espiritual, y es que en la misma persona podemos encontrar la más extraordinaria espiritualidad como también las más marcadas manifestaciones de carnalidad. La verdad es que conviven dentro nuestro las dos realidades, y nuestra capacidad de caer no cesa nunca. Aunque se han hecho una serie de conjeturas acerca de la clase de persona que estaba describiendo Pablo en Romanos 7, no es descabellado creer que estaba hablando de su propia realidad. Todos hemos visto en nuestro interior la misma interminable puja entre la carne y el espíritu. “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que esta en mi.” (Ro 7.19-21)

De esta observación, quedan dos reflexiones. En primer lugar, como líder, nunca se confíe de que está libre de caer, y de caer en forma estrepitosa. Debe cultivar siempre una actitud sabia hacia los potenciales problemas que pueden llevarle a tropezar, manteniendo en alto la guardia contra las manifestaciones de la carne. Hombres más consagrados que usted y yo han caído, y haremos bien en recordarlo.

En segundo lugar, no se exaspere con las manifestaciones de la carne en su propia vida. A veces, luego de momentos realmente sublimes en Su presencia, encontramos que los pensamientos más horribles atraviesan nuestra mente. No se condene por esto. Cuando Cristo animó a los discípulos a que oraran para no entrar en tentación, les estaba señalando que la carne siempre iba a ser motivo de estorbo para quienes quieren avanzar hacia cosas mayores en la vida espiritual. Por esto podemos identificarnos con el apóstol Pablo, cuando exclamó: “!Miserable de mi! ¿Quién me librara de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”. No es la presencia del pecado en su vida lo que lo descalifica para el ministerio, sino que usted conviva con él.

(Tomado del devocional: Alza tus ojos).

viernes, 15 de febrero de 2013

Desde la fe / Que la basurita no te sea ofensiva


LA PAJA EN EL OJO AJENO

¿Por que miras la paja que esta en el ojo de tu hermano y no hechas de ver la viga que esta en tu propio ojo? ¿O como dirás a tu hermano: “Déjame sacar la paja de tu ojo”, cuando tienes la viga en el tuyo? Mateo 7:3-4

Hace muchos años, cuando era un pastor muy joven, habíamos acordado con los hombres de la iglesia ayudar a un hermano en la construcción de una habitación adicional en una casa. Uno de los que se comprometió con mayor entusiasmo no vino en el día señalado y no pude contener mi rabia. La crítica pronto apareció en mis palabras. Esperaba, al menos que la otra  persona presente en ese momento me diera la razón. Pero este hermano ya crecido en Cristo, me dijo: “No me atrevo a decir nada de el, porque me pesa demasiado mi propio pecado”. ¡Que avergonzado me sentí yo, que era el pastor!
Con el pasar de los años he entendido cada vez con mayor claridad que la crítica tiene que ver más con lo que hay en el corazón del que habla, que con la realidad del criticado. El más falto de misericordia, critica lo que ve como falta de misericordia en otros. El más legalista condena el legalismo que ve a su alrededor. El impuntual se irrita y se ofende cuando otros le hacen esperar.
Es precisamente este elemento el que resalta Cristo. La critica procede de la persona que no ha tomado tiempo para examinar realmente su propia vida. La basurita en el ojo de su hermano le resulta ofensiva y no ve que en su ojo hay una enorme viga. Por esta razón, su manera de ayudar al prójimo no produce un resultado positivo. No tiene la claridad de visión para poder realizar una operación tan delicada como remover un grano de arena del ojo ajeno. Además, Cristo releva en esta enseñanza esa tendencia en cada uno de nosotros de querer trabajar más en la vida de los demás que en la propia. Dallas Willard señala que “tenemos gran confianza en el poder que tiene la condenación para “enderezarle” la vida a los demás.
En el fondo, nos volcamos a la condenación porque hemos crecido en un mundo cuyo idioma es el de la condenación. El líder entendido sabe que no producirá cambios en la vida de nadie con las críticas, y aun menos si son criticas compartidas desde el pulpito. La corrección debe ser dada con firmeza, pero con un espíritu de mansedumbre “mirándote a ti mismo, no sea que tu también caigas.”(Gl 6.1)
La critica no solamente es desagradable a los oídos, también deshonra al Señor con una actitud que no ama. Siendo que hemos sido trasladados al reino, ¿no deberíamos, entonces hablar solo lo que produce edificación, de manera que nuestras palabras impartan gracia a los que oyen? (Ef 4.29)

Oración:

Tome un momento para pensar en el que habito de criticar en su propia vida. ¿Qué cosas critica en mayor frecuencia? ¿Qué revela esto de su propio corazón? ¿Cómo puede manejar de forma diferente lo que ve mal en la vida de otros? ¿Se anima a hacer este voto al Señor? “Señor, quiero que de mi boca solamente se escuchen palabras que edifiquen. Si no tengo algo bueno que decir de otros, entonces me callare. Amen”.
(Tomado del devocional para pastores "Alza tus ojos").

viernes, 8 de febrero de 2013

Del Pastor / Qué hacer para que Dios me oiga...

Mat. 6:7 Los gentiles piensan que por su palabrería serán oídos. 

La idea es que si hablamos mucho, seremos oídos. La línea de pensamiento es que mientras más hablamos, más Dios nos oye.
  • ¿Qué debo hacer para que Dios me oiga? ¿Cuál es la forma correcta de orar de manera que Dios me escuche? O más bien ¿Cuál es el corazón correcto, actitud correcta, la vida correcta para que Dios nos escuche?
  • Dios oye al contrito y humillado, está cerca del humilde, oye a Sus hijos, oye cuando pedimos de acuerdo a Su voluntad. Dios oye cuando nos hemos arrepentido de nuestros pecados. Oye cuando no tenemos deudas con los demás (ofensas, rencor, amargura, falta de perdón, etc.). Dios oye cuando permanecemos en Su Palabra y Sus Palabras permanecen en nosotros.
  • ¿Me está escuchando Dios de manera regular? ¿Me siento escuchado? ¿Estoy obteniendo respuestas de Dios de manera regular? Como Jesús: “Padre, yo sé que siempre me oyes”.

Rafael Montalvo

martes, 5 de febrero de 2013

De Iglesia / Pacto matrimonial


El matrimonio es para la gloria de Dios
Lo más importante que vemos en la Biblia sobre el matrimonio es que existe para la gloria de Dios. Fundamentalmente, el matrimonio es obra de Dios. Esencialmente, el matrimonio es la representación de Dios. Está diseñado por Dios para mostrar su gloria de una manera en que ningún otro acontecimiento o institución puede hacerlo.
Para ver esto más claramente debemos relacionar Génesis 2:24 con su uso en Efesios 5:31-32. En Génesis 2:24, Dios dice: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser.” ¿Qué clase de relación es esta? 
¿Cómo se mantienen unidas estas dos personas? ¿Pueden abandonar la relación? ¿Pueden ir de cónyuge en cónyuge? ¿Se basa esta relación en el romance? ¿En el deseo sexual? ¿En la necesidad de compañía? ¿En la conveniencia cultural? ¿Qué es esto? ¿Qué lo mantiene unido?
El misterio del matrimonio revelado en Génesis 2:24, las palabras “se une a su mujer” y las palabras “se funden en un solo ser” apuntan a algo mucho más profundo y más permanente que a los matrimonios en serie y al adulterio ocasional. Estas palabras apuntan al matrimonio como un pacto sagrado, arraigado en compromisos de pacto que soportan toda tormenta “hasta que la muerte nos separe.” No obstante, aquí, eso sólo está implícito. Se vuelve explícito cuando el misterio del matrimonio se revela de una manera más completa en Efesios 5:31-32.
Pablo cita Génesis 2:24 en el versículo 31: “El hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo.” Luego da esta interpretación crucial en el versículo 32: “Eso es un gran misterio, pero ilustra la manera en que Cristo y la Iglesia son uno.” En otras palabras, el matrimonio sigue el modelo del compromiso del pacto de Cristo con su Iglesia.
Lo más importante que podemos decir sobre el matrimonio es que existe para la gloria de Dios. Es decir, existe para mostrar a Dios. Ahora sabemos cómo: el matrimonio toma como modelo la relación del pacto de Cristo con su pueblo redimido, la Iglesia. Por lo tanto, el significado más elevado y el propósito más importante del matrimonio es exhibir la relación del pacto de Cristo con su Iglesia. Esa es la razón por la que existe el matrimonio. 
Si usted está casado, esa es la razón. Si espera casarse, ese debería ser su sueño: Cristo nunca dejará a su esposa. Permanecer casado no se trata principalmente de permanecer enamorados. Se trata de guardar el pacto. “Hasta que la muerte nos separe” o “Mientras vivamos los dos” es una promesa sagrada de pacto, de la misma clase que Jesús le hizo a su novia cuando murió por ella. Por consiguiente, lo que hace que el divorcio y el nuevo matrimonio sean tan horrorosos a los ojos de Dios no es simplemente el rompimiento del pacto con el cónyuge, sino que también implica distorsionar a Cristo y a su pacto.
Cristo nunca dejará a su esposa. Nunca. A veces puede existir un tiempo de doloroso distanciamiento y de trágica reincidencia de nuestra parte, pero Cristo guarda su pacto para siempre. ¡El matrimonio muestra eso! Eso es lo más importante que podemos decir al respecto. El matrimonio exhibe la gloria del amor, fiel al pacto, de Cristo.
La consecuencia más importante de esta conclusión es que mantener el pacto con nuestro cónyuge es tan importante como decir la verdad acerca del pacto de Dios con nosotros en Jesucristo. 
El matrimonio no se trata principalmente de estar o permanecer enamorado. Se trata principalmente de decir la verdad con nuestras vidas. Se trata de reflejar algo verdadero acerca de Jesucristo y de la manera en que él se relaciona con su pueblo. Se trata de mostrar en la vida real la gloria del Evangelio.
Jesús murió por los pecadores. Él forjó un pacto en el fervor candente de su sufrimiento en nuestro lugar. Hizo propia a una novia imperfecta con el precio de su sangre y la cubrió con las prendas de su propia justicia. Él dijo: “Estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos. . . . Nunca te fallaré. Jamás te abandonaré” (Mt. 28:20; Heb. 13:5). Con el matrimonio, Dios quiso exhibir al mundo esa realidad del evangelio. Por esa razón estamos casados. 
Por esa razón todos los matrimonios deben permanecer casados, incluso aquellos que no conocen ni adoptan este evangelio.

Del Pastor / Dios es fiel

Dios es digno de fiar

Dios es fiel! Esto significa digno de confianza, digno de fiar. Lo que El dice es verdad. No importa como nos sentimos ni por la situacion que estemos atravesando. Su amor permanece para siempre. Por tanto, no dudemos. No nos dejemos llevar por el espiritu derrotista que abate el alma, sintiendonos sin esperanzas. Porque si Dios es con nosotros quien contra nosotros! 
"...Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; 9 perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos". 2 Co 4.8–9. "Somos mas que vencedores por medio de Aquel que nos amó". Rom. 8

Pastor Rafael Montalvo

Desde la fe / Las pautas de Nehemías


Reconstruyendo entre ruinas
(Tratado de buenas prácticas)
  ¡Cuántas veces nos sentimos como Nehemías, ante el deseo de reconstruir, pero sin capacidad real de hacerlo! 
Lidia Martín Torralba
Es tiempo de ruina. A nadie se le pasa desapercibido eso en unos momentos en que, si no lo es a nivel personal o espiritual (que también en muchos sentidos), lo es a nivel económico.
Las personas se ven obligadas, de una u otra forma, a tomar decisiones de reconstrucción, ya sea en el presente o en un futuro más o menos cercano. Pero eso nunca es fácil, y mucho menos lo es cuando lo que ha quedado son despojos de toda clase.
Yo no soy constructor. Pero
  supongo que debe ser más fácil levantar un edificio desde la nada que hacerlo sobre un montón de escombros . Todo el trabajo de limpieza, reestructuración del terreno, organización y motivación de los trabajadores (especialmente esto, teniendo en cuenta que a las ruinas tampoco se llega de la noche a la mañana) ha de ser tremendo. Algo traumático sucede siempre hasta que llega el derrumbe o justo antes de que se produzca. Puede ser una situación anunciada desde mucho atrás, o quizá algo repentino, violento. Pudieran darse ambas posibilidades combinándose en una fórmula de dolor que deja sin posibilidad de reacción a quien lo sufre. Las ruinas hablan de lo peor de nuestra vida. Nos recuerdan que hubo una construcción o un edificio que ya no está. Y eso duele siempre.
 Nehemías esto lo conocía bien . Muchos años atrás venían viviendo las dificultades propias de estar permanentemente rodeados de enemigos, del pecado del pueblo y el consiguiente rechazo de Dios a congraciarse con esa actitud… Los muros de Jerusalén estaban en la más absoluta ruina y la ciudad de sus padres estaba al descubierto completamente. Destierros, calamidades, humillaciones, fuego y destrucción eran lo más descriptivo de la situación que observaba en los suyos. Pero Nehemías consideró que tenía un papel en todo ello y puso en marcha una obra de dimensiones titánicas para las posibilidades reales con que contaba como individuo, que eran pocas o ninguna.
 ¡Cuántas veces nos sentimos como Nehemías, ante el deseo de reconstruir, pero sin capacidad real de hacerlo!
Pensaba en estos días en este personaje y en su proyecto de reconstrucción. Pensaba también en nosotros y en nuestras propias ruinas ante nuestros ojos. Peleas, separaciones y divorcios, proyectos frustrados, empresas que se hunden, patrimonios que desaparecen… Y en cuán legítimo y adecuado es ponernos a trazar un plan de reconstrucción, aunque siguiendo un tratado de buenas prácticas, de pautas a seguir, tal y como hizo Nehemías para ejemplo nuestro.
· Al escuchar de las ruinas en que estaban los suyos, se sentó a llorar, hizo duelo por algunos días, ayunó y oró en primer lugar al Dios del cielo (1:4)
· Dirigiéndose a Dios reconocía lo grande y temible que este Dios es, que cumple Su pacto y es fiel con los que le aman y cumplen sus mandamientos. (1:5) Apela además al pacto que Dios había hecho con su pueblo, por el que si pecaban, los dispersaría entre las naciones, pero por el que si obedecían y ponían en práctica Sus mandamientos, aunque hubieran sido llevados al lugar más apartado del mundo, los recogería y los devolvería al lugar donde hubiera decidido que habitaran. (1:8-9)
· De día y de noche oraba por esta causa, antes de poner ni una sola piedra, o de siquiera plantearlo al rey. Esas oraciones eran en favor de Israel buscando la atención de Dios sobre ellos (1:6) y pidiendo el favor del rey como paso previo a poder desarrollar la obra de reconstrucción. Nada había en Nehemías que pudiera augurar mejor éxito que éste: que Dios estuviera detrás de la obra, desde antes de su comienzo a posteriormente, tras su terminación. Como más adelante él admite, “El rey accedió a mi petición porque Dios estaba actuando a mi favor”. (2:8)
· Hizo una confesión personal y específica de su propio pecado. Lejos de conformarse con la mención del pecado del pueblo, en general, lo cual es casi como no decir nada, se incluyó a sí y a su familia para reconocer delante del Dios santo que ellos también habían cometido su parte de ofensa. “Hemos pecado contra ti”. Probablemente Nehemías sería de los más justos de entre el pueblo, pero su convicción acerca del propio pecado era profunda y práctica, en forma de confesión. Y sabía que sin confesión no habría bendición.
· Cuando Dios mostró Su respaldo a esa obra, Nehemías la compartió con sus hermanos para que le ayudaran a llevarla a cabo. La reacción fue un sonoro “¡Manos a la obra!”, pero también la acción unida a la palabra (2:18). ¡Cuántas veces nuestros planes no pasan del papel y el lápiz, de ideas que pululan sin rumbo concreto ni, mucho menos, dirección divina en nuestra mente y manos! ¡Cuántas otras todo queda en buenas intenciones que no nos comprometan a ejecutar la obra!
· La convicción de Nehemías era que, ya que la obra estaba respaldada por Dios mismo, Él les concedería salir adelante. El movimiento de la fe iba paralelo al movimiento de las piedras y por delante de éste, abriendo camino ante la posible incredulidad o escepticismo.
· La obra de reconstrucción no pertenecía a Nehemías en solitario. Todos los que le rodearon, de una u otra manera, tenían algo que hacer (cap. 3). Las reconstrucciones sólo tienen una posible autoría, la divina, aunque un trabajo compartido porque así Él lo ha querido: el de cada uno de Sus hijos colocando piedras según el trazado de Sus planes. Si construimos algo, asegurémonos de que es lo que Dios quiere que construyamos. Y asegurémonos de no hacerlo en solitario. Si lo reconstruimos, cuidemos también de no cometer los primeros errores que la primera vez.
· Alrededor de Nehemías y el pueblo no faltaron los que querían dinamitar el proceso de reconstrucción por el simple placer de hacerlo (4:2). El escepticismo y la incredulidad estaban servidos: “¿Cómo creen que de esas piedras quemadas, de esos escombros, van a hacer algo nuevo?”. Sin embargo, el pueblo de Dios apeló a ese Dios como vengador de su causa. Delegaron en que Dios no pasaría por alto su maldad ni olvidaría sus pecados (4:5), los de sus enemigos. Y continuaron la construcción con entusiasmo, muy al contrario de lo que a nosotros nos sucede a veces cuando se nos presentan obstáculos en el camino.
· Los israelitas no dejaron de construir, no cedieron a las presiones, pero tampoco dejaron de orar y vigilar de día y de noche (4:9). Su responsabilidad estaba tanto en la piedra como en postrarse de rodillas y mantener los ojos bien abiertos. La alerta ante las asechanzas del enemigo es fundamental en la vida cristiana, particularmente entendiendo que está repleta de procesos de construcción y reconstrucción de principio a fin. La santidad lo es, en definitiva, de ahí que sea tan fundamental orar sin cesar y estar alertas.
· Grandes y pequeños, tenían un papel en la reconstrucción. Todos, además, eran alentados en el mismo mensaje: “¡No tengáis miedo! Acordaos del Señor, que es grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, hijos e hijas, y por vuestras esposas y hogares!” (4:14)
· El poder de los planes trazados por Dios sobrepasa cualquier dificultad. Eso es visible tantos a propios como a extraños, al pueblo de Dios como a sus enemigos, que ante esa realidad de que Dios mismo había frustrado sus planes no podrían más que retirarse a un lado. Los israelitas seguían trabajando, la mitad de ellos, y la otra mitad permanecía armada y velando “y no se descuidaba ni la obra, ni la defensa” (4:17)
· Al toque de alarma, por cualquiera que fuese la razón, el mensaje era claro: “¡Nuestro Dios peleará por nosotros!”

 ¿A qué reconstrucción te enfrentas?
¿Tu vida se desmorona?
¿Sientes que todo alrededor se cae o se está viniendo abajo y ya no quedan más que ruinas cerca de ti?
¿Sientes, sin embargo, que Dios puede obrar en tu casa, en tu familia, en tu matrimonio, en tu trabajo…?
¿Estás pensando en reconstruir, aunque sea sobre ruinas y despojos?
 He aquí Dios puede hacer cosa nueva. Las cosas viejas pasan.  Dios las transforma bajo la obra de Su poder, no solamente en el aspecto espiritual sino en las pequeñas cosas prácticas de cada día, sea reconstruyendo lo aparentemente minúsculo, o lo gigantesco. Pero el  modus operandi  de Nehemías no es casual. No es fortuito, ni gratuito. Está preservado en las páginas de la Escritura para enseñarnos cómo hacer para, de entre los escombros, contemplar la obra de Dios, portentosa y milagrosa siempre.
Y volver a reconstruir desde la mejor de las prácticas: la confianza depositada en Él.


sábado, 2 de febrero de 2013

Desde la fe / Un diamante con varias caras

La VERDAD, un diamante con varias caras


El siguiente es un fragmento de una extensa reflexión de Pablo Martínez Vila, expresidente de la Alianza Evangélica Española, que él titula “La verdad ha muerto, ¡viva mi verdad!”, evidenciando los estragos que el subjetivismo ha hecho a la sociedad moderna. La conclusión es “clara y contundente”: Sí existe la verdad. La palabra de Dios es normativa, no sólo orientativa, y en ella Jesús proclama: “Yo soy la verdad”… y también afirma “Y conocerán la verdad y la verdad les hará libres”. La Iglesia sabe esto y no puede obviarlo.

Esta corriente de subjetivismo y crisis de la verdad está afectando a  la Iglesia  de forma perceptible. La erosión de la autoridad de la Palabra de Dios como norma suprema de vida y de conducta es una de sus consecuencias más preocupantes. Para muchos creyentes  la Biblia ha dejado de ser  normativa  para ser sólo  orientativa.  Según Charles Colson, conocido evangelista y pensador americano, en los años 1960 el 65 por cien de los norteamericanos creía que la Biblia era la verdad. Hoy esta cifra ha bajado al 32 por cien. Y lo que es más significativo, el 70 por cien afirma que no existe tal cosa como la verdad ni los valores morales absolutos.

 Posiblemente ahí está la raíz de la crisis de secularismo y superficialidad que predomina en muchas iglesias en Occidente, incluida España. Cuando la Verdad se convierte en algo relativo y no absoluto, la Iglesia acaba siendo mundana, es transformada por el mundo en vez de ser ella agente de transformación; la Biblia pasa a ser un libro orientativo, pero no normativo y la gracia de Cristo se convierte en una gracia barata que lo acepta todo y mira hacia otro lado ante aquellas conductas que antes se llamaban  pecado  y que ahora quedan excusadas por este manto de subjetivismo que lo envuelve todo.

Por esta razón los cristianos debemos recuperar y proclamar con vigor la Verdad de Dios revelada en la Biblia y encarnada en Cristo. Necesitamos coraje para ser heraldos de esta Verdad y coherencia para encarnarla en nuestra propia vida. Sólo así lograremos ser “sal y luz” en un mundo de corrupción y oscuridad. Aquel que dijo “Yo soy la luz del mundo” también afirmó de sí mismo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32).

 La Verdad sigue viva en Cristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida….”

Al mostrar la Verdad de Dios al mundo podemos compararla a un diamante que tiene varias caras, cada una de las cuales refleja aspectos preciosos, aunque parciales, del todo:

1- LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA PALABRA
Dios ha hablado a lo largo de la Historia  “muchas veces y de muchas maneras” (Heb. 1:1) y nos ha revelado la Verdad en las Escrituras. Esta cara del diamante es la que podemos llamar  la verdad revelada.  Constituye el conjunto de proposiciones que somos llamados  a creer. El apóstol Pablo la llama “el buen depósito ” (1 Tim. 1:14”) o la “ sana doctrina ” (2 Tim 4:3; Tito 1:9). Este cuerpo de doctrinas –creencias- se inicia con la revelación de Dios a los patriarcas, sigue con los profetas y culmina en el NT con la enseñanza de Jesús y los apóstoles. Si bien está expresada de manera perfectamente comprensible –hay un elemento lógico racional incontestable en la verdad revelada- , en último término sólo se puede acceder a ella desde la fe. Son los ojos de la fe los que alumbran nuestro entendimiento (Efes.1:18) y nos permiten aprehender toda la riqueza de la Verdad de Dios.

2- LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA VIDA
La verdad de Dios es inseparable de la vida, tiene unas implicaciones morales inevitables para nuestra conducta. La verdad no es sólo algo a creer, sino a practicar. Implica demandas éticas, cambios, un estilo de vida. La segunda cara del diamante es la  verdad obedecida. Somos llamados también  a vivir  la verdad, no sólo a creerla. De hecho, vivir la verdad es la mejor demostración de que la hemos creído. Hemos de creer lo correcto – la sana doctrina-,  pero también hemos de vivir rectamente (Heb 12:14; 1 Ped. 1:14-16). Creer la verdad de Dios nos da paz y seguridad para el futuro – “Señor, ¿a quién iremos? Tú, tienes palabras de vida eterna ” (Jn. 6:68)- pero también debe transformar las vidas aquí y ahora (2 Cor 3:18; Filip. 1:6)).  La obediencia a la verdad  no sólo  purifica nuestras almas , sino que nos dispone para el amor fraternal no  fingido y  para amarnos unos a otros entrañablemente  (1 Pedro 1:22).

3 -LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA GUÍA DEL ESPÍRITU SANTO
Hasta aquí hemos considerado los aspectos más directamente relacionados con nuestra responsabilidad, lo que nosotros ponemos de nuestra parte: buscamos entender y aprehender la verdad revelada de Dios y anhelamos vivirla, obedecerla. Conseguir esto por nosotros mismos no sólo es difícil, es imposible porque entender y vivir la Verdad de Dios requiere la capacitación divina. La verdad es también algo  a discernir  y, en este sentido, nos referimos a la tercera faceta del diamante como la  verdad iluminada.  Por esta razón, Dios nos ha provisto de un recurso sobrenatural: la ayuda del Espíritu Santo quien es el que desde el principio “nos convence de pecado de justicia y de juicio” (Jn. 16:8) y nos sigue “ guiando a toda la verdad ” (Jn. 16:13) en nuestro caminar diario. Dependemos del Espíritu para que nuestras creencias –la verdad revelada- no se queden en algo frío u oxidado por el tiempo, sino que sean regadas con la unción del Espíritu que nos renueva cada día.

4- LA VERDAD ES INSEPARABLE DE LA PERSONA DE JESUCRISTO
La Verdad es más que una doctrina o una vivencia espiritual-religiosa; es, ante todo, una persona: Cristo. Dios, después de darnos la verdad revelada, “ …en estos postreros días, nos ha hablado por el Hijo ” (Heb 1:1). En Cristo culmina la revelación de la verdad hasta el punto que él pronunció las palabras más osadas que nadie haya dicho jamás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14:6). Cristo viene a ser la  verdad encarnada: “Aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros….lleno de gracia y de verdad…Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo ” (Jn. 1: 14,17). Siguiendo con el símil del diamante, Cristo es la parte más preciosa de la verdad divina porque él “es la imagen del Dios invisible ” (Col. 1:15) y en él “ habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad ” (Col. 2:9). Como alguien ha dicho, “un cristiano es una persona que ha quedado prendada y prendida de Jesucristo”. La luz que irradia la Verdad no sólo alumbra nuestras tinieblas, sino que nos seduce y nos atrae para compartir toda nuestra vida con Él (Apoc. 3:20). Ahí radica el rasgo más distintivo del cristianismo: no es tanto una religión, sino una relación. Por ello, en último término, la verdad no es sólo algo a creer, algo a vivir y algo a discernir, sino sobre todo alguien a quien amar:  el Cristo vivo, la Verdad encarnada.