Reconstruyendo entre ruinas
(Tratado de buenas prácticas)
¡Cuántas veces nos sentimos como Nehemías, ante el deseo de
reconstruir, pero sin capacidad real de hacerlo!
Lidia Martín Torralba
Es tiempo de ruina. A nadie se le pasa desapercibido
eso en unos momentos en que, si no lo es a nivel personal o espiritual (que
también en muchos sentidos), lo es a nivel económico.
Las personas se ven obligadas, de una u otra forma, a tomar decisiones de
reconstrucción, ya sea en el presente o en un futuro más o menos cercano. Pero
eso nunca es fácil, y mucho menos lo es cuando lo que ha quedado son despojos
de toda clase.
Yo no soy constructor. Pero supongo que
debe ser más fácil levantar un edificio desde la nada que hacerlo sobre un
montón de escombros . Todo el trabajo de limpieza, reestructuración
del terreno, organización y motivación de los trabajadores (especialmente esto,
teniendo en cuenta que a las ruinas tampoco se llega de la noche a la mañana)
ha de ser tremendo. Algo traumático sucede siempre hasta que llega el derrumbe
o justo antes de que se produzca. Puede ser una situación anunciada desde mucho
atrás, o quizá algo repentino, violento. Pudieran darse ambas posibilidades
combinándose en una fórmula de dolor que deja sin posibilidad de reacción a
quien lo sufre. Las ruinas hablan de lo peor de nuestra vida. Nos recuerdan que
hubo una construcción o un edificio que ya no está. Y eso duele siempre.
Nehemías esto lo
conocía bien . Muchos años atrás venían viviendo las
dificultades propias de estar permanentemente rodeados de enemigos, del pecado
del pueblo y el consiguiente rechazo de Dios a congraciarse con esa actitud…
Los muros de Jerusalén estaban en la más absoluta ruina y la ciudad de sus
padres estaba al descubierto completamente. Destierros, calamidades,
humillaciones, fuego y destrucción eran lo más descriptivo de la situación que
observaba en los suyos. Pero Nehemías consideró que tenía un papel en todo ello
y puso en marcha una obra de dimensiones titánicas para las posibilidades
reales con que contaba como individuo, que eran pocas o ninguna.
¡Cuántas veces nos
sentimos como Nehemías, ante el deseo de reconstruir, pero sin capacidad real
de hacerlo!
Pensaba en estos días en este personaje y en su proyecto de reconstrucción.
Pensaba también en nosotros y en nuestras propias ruinas ante nuestros ojos.
Peleas, separaciones y divorcios, proyectos frustrados, empresas que se hunden,
patrimonios que desaparecen… Y en cuán legítimo y adecuado es ponernos a trazar
un plan de reconstrucción, aunque siguiendo un tratado de buenas prácticas, de
pautas a seguir, tal y como hizo Nehemías para ejemplo nuestro.
· Al escuchar de las ruinas en que estaban los suyos, se sentó a llorar, hizo
duelo por algunos días, ayunó y oró en primer lugar al Dios del cielo (1:4)
· Dirigiéndose a Dios reconocía lo grande y temible que este Dios es, que
cumple Su pacto y es fiel con los que le aman y cumplen sus mandamientos. (1:5)
Apela además al pacto que Dios había hecho con su pueblo, por el que si
pecaban, los dispersaría entre las naciones, pero por el que si obedecían y
ponían en práctica Sus mandamientos, aunque hubieran sido llevados al lugar más
apartado del mundo, los recogería y los devolvería al lugar donde hubiera
decidido que habitaran. (1:8-9)
· De día y de noche oraba por esta causa, antes de poner ni una sola piedra, o
de siquiera plantearlo al rey. Esas oraciones eran en favor de Israel buscando
la atención de Dios sobre ellos (1:6) y pidiendo el favor del rey como paso
previo a poder desarrollar la obra de reconstrucción. Nada había en Nehemías
que pudiera augurar mejor éxito que éste: que Dios estuviera detrás de la obra,
desde antes de su comienzo a posteriormente, tras su terminación. Como más
adelante él admite, “El rey accedió a mi petición porque Dios estaba actuando a
mi favor”. (2:8)
· Hizo una confesión personal y específica de su propio pecado. Lejos de
conformarse con la mención del pecado del pueblo, en general, lo cual es casi
como no decir nada, se incluyó a sí y a su familia para reconocer delante del
Dios santo que ellos también habían cometido su parte de ofensa. “Hemos pecado
contra ti”. Probablemente Nehemías sería de los más justos de entre el pueblo,
pero su convicción acerca del propio pecado era profunda y práctica, en forma
de confesión. Y sabía que sin confesión no habría bendición.
· Cuando Dios mostró Su respaldo a esa obra, Nehemías la compartió con sus
hermanos para que le ayudaran a llevarla a cabo. La reacción fue un sonoro
“¡Manos a la obra!”, pero también la acción unida a la palabra (2:18). ¡Cuántas
veces nuestros planes no pasan del papel y el lápiz, de ideas que pululan sin
rumbo concreto ni, mucho menos, dirección divina en nuestra mente y manos!
¡Cuántas otras todo queda en buenas intenciones que no nos comprometan a
ejecutar la obra!
· La convicción de Nehemías era que, ya que la obra estaba respaldada por Dios
mismo, Él les concedería salir adelante. El movimiento de la fe iba paralelo al
movimiento de las piedras y por delante de éste, abriendo camino ante la
posible incredulidad o escepticismo.
· La obra de reconstrucción no pertenecía a Nehemías en solitario. Todos los
que le rodearon, de una u otra manera, tenían algo que hacer (cap. 3). Las
reconstrucciones sólo tienen una posible autoría, la divina, aunque un trabajo
compartido porque así Él lo ha querido: el de cada uno de Sus hijos colocando
piedras según el trazado de Sus planes. Si construimos algo, asegurémonos de
que es lo que Dios quiere que construyamos. Y asegurémonos de no hacerlo en
solitario. Si lo reconstruimos, cuidemos también de no cometer los primeros
errores que la primera vez.
· Alrededor de Nehemías y el pueblo no faltaron los que querían dinamitar el
proceso de reconstrucción por el simple placer de hacerlo (4:2). El
escepticismo y la incredulidad estaban servidos: “¿Cómo creen que de esas
piedras quemadas, de esos escombros, van a hacer algo nuevo?”. Sin embargo, el
pueblo de Dios apeló a ese Dios como vengador de su causa. Delegaron en que
Dios no pasaría por alto su maldad ni olvidaría sus pecados (4:5), los de sus
enemigos. Y continuaron la construcción con entusiasmo, muy al contrario de lo
que a nosotros nos sucede a veces cuando se nos presentan obstáculos en el
camino.
· Los israelitas no dejaron de construir, no cedieron a las presiones, pero
tampoco dejaron de orar y vigilar de día y de noche (4:9). Su responsabilidad
estaba tanto en la piedra como en postrarse de rodillas y mantener los ojos
bien abiertos. La alerta ante las asechanzas del enemigo es fundamental en la
vida cristiana, particularmente entendiendo que está repleta de procesos de
construcción y reconstrucción de principio a fin. La santidad lo es, en
definitiva, de ahí que sea tan fundamental orar sin cesar y estar alertas.
· Grandes y pequeños, tenían un papel en la reconstrucción. Todos, además, eran
alentados en el mismo mensaje: “¡No tengáis miedo! Acordaos del Señor, que es
grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, hijos e hijas, y por vuestras
esposas y hogares!” (4:14)
· El poder de los planes trazados por Dios sobrepasa cualquier dificultad. Eso
es visible tantos a propios como a extraños, al pueblo de Dios como a sus
enemigos, que ante esa realidad de que Dios mismo había frustrado sus planes no
podrían más que retirarse a un lado. Los israelitas seguían trabajando, la
mitad de ellos, y la otra mitad permanecía armada y velando “y no se descuidaba
ni la obra, ni la defensa” (4:17)
· Al toque de alarma, por cualquiera que fuese la razón, el mensaje era claro:
“¡Nuestro Dios peleará por nosotros!”
¿A qué reconstrucción
te enfrentas?
¿Tu vida se desmorona?
¿Sientes que todo alrededor se cae o se está viniendo abajo y ya no quedan más
que ruinas cerca de ti?
¿Sientes, sin embargo, que Dios puede obrar en tu casa, en tu familia, en tu
matrimonio, en tu trabajo…?
¿Estás pensando en reconstruir, aunque sea sobre ruinas y despojos?
He aquí Dios puede
hacer cosa nueva. Las cosas viejas pasan. Dios
las transforma bajo la obra de Su poder, no solamente en el aspecto espiritual
sino en las pequeñas cosas prácticas de cada día, sea reconstruyendo lo
aparentemente minúsculo, o lo gigantesco. Pero el modus operandi de
Nehemías no es casual. No es fortuito, ni gratuito. Está preservado en las
páginas de la Escritura para enseñarnos cómo hacer para, de entre los
escombros, contemplar la obra de Dios, portentosa y milagrosa siempre.
Y volver a reconstruir desde la mejor de las prácticas: la confianza depositada
en Él.