En una lucha armada... de qué parte está Dios?
Antonio Cruz Suárez
Cuando dos pueblos se enfrentan en una lucha armada que ambos consideran legítima, ¿de qué parte está Dios? El pastor argentino Dionisio Byler escribe acerca de la guerra de las Malvinas, que tuvo lugar a principios de los ochenta, en los siguientes términos: “Cuando la Armada argentina tomó posesión de las islas, nada tardaron la jerarquía católica argentina ni tampoco los pastores evangélicos en declarar justa
Hoy sabemos que aquella guerra la ganaron los ingleses, ¿quiere esto decir que Dios tomó partido por el Reino Unido contra Argentina?
En ocasiones se tiende a pensar que como Dios es todopoderoso y controla los hilos de la historia, también es quien provoca las guerras y las catástrofes de todo tipo, por muy incomprensibles que resulten para el ser humano. Él debe saber por qué lo hace y nosotros sólo podemos doblegarnos a su enigmática voluntad. No obstante, esta piadosa explicación no satisface generalmente ni despierta la confianza en el espíritu humano, sino que más bien provoca el recelo en lo más profundo del alma, e incluso el odio, hacia ese Dios culpable de las masacres humanas. Si tal explicación fuera correcta, ¿qué diferencia habría entre Dios y Satanás? Si ambos se complacen en producir el mal que hay en el mundo, ¿dónde estaría la distinción de sus funciones?
Creo que la idea de que Dios es todopoderoso no debe ser entendida en el sentido de que “todo” lo que ocurre en el universo se debe a él. Las guerras las origina el hombre y son por tanto consecuencia de la maldad que anida en el corazón humano. Dios no es culpable de la agresividad incontrolada que es capaz de generar el espíritu del hombre cuando le da la espalda a
Al formular la pregunta, ¿cómo ha permitido Dios esto? se le está robando responsabilidad a los hombres que provocan los conflictos armados. Resulta infantil suponer que Dios debería limitar la libertad de las personas precisamente en el momento en que éstas pueden hacerse daño.
El Creador no impidió que Adán y Eva pecaran, ni que Caín matara a su hermano Abel. Si lo hubiera hecho habría convertido al hombre en un autómata carente de voluntad y libre albedrío. La humanidad sería entonces como cualquier otra especie animal, irracional y sin responsabilidad moral. Pero el hombre es hombre porque puede reflexionar y elegir libremente entre el bien o el mal. De ahí que afirmar a la ligera que Dios “permite” la guerra, en el fondo, contribuye a la irresponsabilidad del hombre. Esto jamás puede servir de excusa ante el juicio divino porque “un Dios que permite tan espantosos crímenes, haciéndose cómplice de los hombres, difícilmente puede ser llamado Dios” (Moltmann, J. La justicia crea futuro, Sal Terrae, 1992). El Señor del universo no “da permiso” para que los humanos se aniquilen unos a otros y, por lo tanto, a él no se le pueden pedir cuentas por Auschwitz, Hiroshima, Kosovo o Afganistán. Dios no está de parte de los hombres violentos que practican la injusticia.
¿Cuál es entonces la actitud divina ante tanta agresividad humana? ¿qué nos revela el Evangelio en este sentido?
Después de
Sin embargo, esta comunión divina con el dolor humano no es una relación de desesperanza o resignación, sino que está enfocada hacia un futuro optimista. El triunfo final de Dios sobre todo crimen del hombre está ya de antemano asegurado porque, como escribió San Juan, llegará un día en que: “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Ap. 21:4).
Tal es la esperanza del cristiano y la forma en que puede entenderse que Dios sostiene el mundo y continúa siendo el Todopoderoso. Él será quien al final pronunciará la última palabra.
(ProtestanteDigital.com (España, 2007)
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