Entre la desfachatez del varón y la tentación femenina de “cosificarse”
Este artículo fue escrito en julio del 2007, pero a mi entender conserva plena vigencia.
Milton Tejada C.
En la otra cara de la moneda se encuentra también la tentación femenina de “hacerse cosa” con tal de conquistar un espacio de dominio, de poner su valía en lo que es el “fenómeno”, la apariencia, muchas veces con la ilusión de que constituye un simple camino para que la reconozcan y que, al final, se impondrá lo que es. Y no es así. Cosificador y cosificada juegan a la muerte.
Yo propugno por otra perspectiva. Más radical, difícil, pero apuesto también a que es más satisfactoria. La otra –la mujer- es diferente de mi. Apuesto a que en mucho nos complementamos, pero también a que en diversos aspectos constituimos dos universos que no siempre podrán construir un conjunto común y que tendrán que aceptar que lo divergente es, existe.
Intento mirarte a los ojos. Intento descifrar tus palabras, tu sonrisa, tu forma de escribir y de existir. Y si eres de alguien no es por posesión, no es por complejo de “propietario de finquita” sino, todo lo contrario, por entrega, porque te da la gana, porque dispones de tu voluntad y la rindes y eres capaz de recuperarla (como todo lance, es posible el dolor). En el caso de las parejas, sólo así es posible enloquecer de amor y mantenerse cuerdo.
Recuerdo una enseñanza que indica la dimensión del respeto que aspiro a que se construya entre hombres y mujeres. “Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia…”. Claro, hemos reivindicado la mitad conveniente, aquella que llama a las mujeres a obedecer a sus maridos y ser sumisas, pues él es la cabeza… pero es imprescindible saber que Cristo amó a su comunidad de creyentes hasta dar la vida por ella (y en la cruz). Sólo es posible la sumisión ante quien es capaz de dar la vida por ti. Dialéctica del amor, de lo incondicional.
Y me alegro por las mujeres. Mabel Caballero escribió en una columna en el periódico el Caribe , que es fácil ver a un tipo inteligente con una mujer mediocre, pero no lo contrario. Sencillo: porque los ojos de mujer inteligente no son simplemente sus ojos verdes o castaños o del color que unos lentes de contacto le faciliten. En ella hay lo que ahora suele llamarse “inteligencia emocional”, esa capacidad que es intuición y es corazón.
Los hombres, en cambio, solemos caer en la trampa del “fenómeno”, de lo que vemos, de lo que nos “allanta”, detrás de quien corremos presurosos. Permíteme concluir con unos versos cuyo autor ya he olvidado (y cuya exactitud tampoco recuerdo):
Cu cu cantaba la rana.
Cu cu debajo del agua.
En mi opinión… Monsieur le moi,
el “moi” francés, ese si que es grande…
solo los que aman saben decir “tú”.
Cu cu debajo del agua.
En mi opinión… Monsieur le moi,
el “moi” francés, ese si que es grande…
solo los que aman saben decir “tú”.
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