Cifras del
cambio religioso en América Latina (III)
Se aprecia un distanciamiento valorativo de los latinoamericano/as católicos con las enseñanzas oficiales de la Iglesia católica.
Carlos Martínez García
La corriente mayoritaria en el
protestantismo/cristianismo evangélico latinoamericano es el pentecostalismo. Esto lo valida estadísticamente la
investigación del Pew Research Center, la cual he compendiado y comentado en
dos artículos anteriores. Pero la vertiente pentecostal también ocupa un lugar
destacado dentro del catolicismo romano, en cuyo seno se le conoce como renovación
carismática.
El carismatismo católico tiene ritmos de crecimiento contrastantes en
América Latina, en algunos países ya es mayoritario, y así lo demuestra el
porcentaje de quienes siendo católicos romanos también se identificaron como
carismáticos: 71 por ciento en Panamá, 58 por ciento en Brasil, 55 por ciento
en Honduras, 52 por ciento en República Dominicana y 50 por ciento en El
Salvador. Estas son las naciones que tienen 50 por ciento o más de católicos
que se reconocen carismatico/as.
En el otro extremo, el de los países donde la población católica
manifestó menor identificación con el carismatismo, están Uruguay (14 por
ciento), Argentina (20 por ciento), Chile (23 por ciento), Colombia (24 Por
ciento) y México (27 por ciento).
Mientras el pentecostalismo/neopentecostalismo es el que más crece
dentro del protestantismo latinoamericano, en el catolicismo le corresponde ese
lugar a la renovación carismática. El carismatismo ha sido visto
por algunos altos clérigos romanos y analistas sociorreligiosos como una
especie de dique a la expansión pentecostal, y de alguna manera lo es. Por otra parte, no sé si sea el caso
en otros países, pero en México varios grupos que iniciaron en la renovación
carismática después se independizaron y/o rompieron con la Iglesia católica y
se transformaron en iglesias pentecostales/neopentecostales .
De acuerdo a la investigación aquí examinada, el carismatismo católico
sí ha incorporado en sus reuniones emotividad en la liturgia, estudios bíblicos
caseros, asistencia a congresos masivos, pero con menor intensidad otros rasgos
considerados parte de la cotidianidad pentecostal: sanidad divina, recepción de
revelaciones, presenciar exorcismos, dar/interpretar profecías y hablar en
lenguas. Estos cinco rasgos están más presentes en los protestantes
pentecostales que en los católicos carismáticos.
De los diecinueve países objeto del amplio sondeo, en trece de ellos más
del cincuenta por ciento de la muestra estadística se expresó a favor de
mantener lo religioso separado de las políticas gubernamentales, principio que
se conoce como separación Estado-Iglesia(s). Los tres países en los que la
laicidad está más arraigada son Uruguay (75 por ciento), México (74 por ciento)
y Chile (70 por ciento). En los que menos dijeron favorecer la mencionada
separación fueron República Dominicana (42 por ciento), El Salvador (42 por
ciento), Paraguay (44 por ciento) y Guatemala (46 por ciento).
El estudio también incluye concepciones de los encuestados sobre
distintos asuntos de políticas públicas y principios éticos sobre ellas por
afiliación religiosa. En términos generales se aprecia un distanciamiento
valorativo de los latinoamericano/as católicos con las enseñanzas oficiales de
la Iglesia católica. También
es observable, igualmente en términos generales, el predominio
conservador dentro del abanico protestante en cuanto a temas agrupados por el
Pew Research Center como “visiones morales” de temas sociales.
Expongo algunas observaciones sobre las cifras del cambio religioso
evidenciadas en el documento. Es fehaciente que sigue creciendo el
protestantismo/cristianismo evangélico en toda Latinoamerica, y el rostro
predominante en la familia es pentecostal. En algunas regiones la
transformación del campo religioso, antes con gran hegemonía del catolicismo,
ha sido vertiginosa, lo que ha llevado a cuentas y proyecciones muy optimistas
dentro de cierto evangelicalismo triunfalista. Ello me hace preguntar si lo que
ha acontecido es más un cambio de adscripción religiosa que deja más o menos
intocado el núcleo de ciertas prenociones y prácticas que no se transforman al
ingresar al nuevo círculo confesional.
Al gran crecimiento cuantitativo protestante no le ha seguido lo que
desde adentro de las comunidades de fe se llama discipulado, y que hacia afuera
pudiera ser visto como creación de ciudadanía, construcción
de personalidades democráticas que son agentes de cambios mentales y
culturales.
En
este sentido cabe la distinción sociológica que afirma puede estudiarse el
fenómeno religioso como creencia y/o como conducta. ¿En qué son contrastantes
las conductas de los protestantes latinoamericanos con las de quienes no lo
son? ¿Son sus comunidades más democráticas, horizontales, preocupadas por el
otro, con menos casos de abusos de todo tipo y corrupción? ¿O todo, o la mayor
parte, consiste solamente en cambios de algunas creencias y nuevos ritualismos
que no alteran/transforman rasgos susbsistentes de la cultura patrimonialista
latinoamericana?
Las respuestas a las interrogantes anteriores no pueden ser tajantes
hacia un lado u otro. El sí o el no depende de comprensiones doctrinales,
aplicaciones pedagógicas de las mismas y proyectos para implementar las
creencias en la vida personal, comunitaria y social. Para clarificar las prácticas
sociales de las comunidades evangélicas realmenten existentes ya existe un
considerable cúmulo de investigaciones históricas, sociológicas y
antropológicas que muestran luces y sombras de ellas.
El protestantismo en América Latina, no obstante que
desde distintas posiciones e intereses se le sigue etiquetando de advenedizo,
ya tiene una historia de más de siglo y medio. Es en las últimas cuatro décadas donde su
presencia se ha masificado y es una realidad bien asentada por todo el
Continente. Si las primeras generaciones enfocaron su lid principalmente a
sobrevivir en un medio que les era hostil y por ello crearon espacios que les
dieran tanto legitimidad social como posibilidad de reproducir y diseminar una
identidad religiosa/cultural alternativa a la histórica y tradicional en
Latinoamérica, las generaciones actuales tienen la responsabilidad que les da
su peso demográfico de construir no nada más un perfil confesional identitario
hacia adentro de sus comunidades de fe, sino también de fermentar con lo mejor
de la cultura protestante las sociedades nacionales que siguen inmersas en un
desasosiego de profundas raíces históricas. Debe hacerse más carne el principio
protestante para
transformar la que Gabriel García Márquez, en su discurso de aceptación del
Premio Nobel de Literatura, llamó la “realidad descomunal” de América Latina.
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