jueves, 25 de septiembre de 2014

Reflexión / Coherencia

De par en par:
Palabras bonitas, pero falsas
En muchos casos lo que dicen los cristianos es cierto, pero les falta la práctica de vida, el compromiso real con este discurso.
Juan Simarro Fernández

Vamos a hacer algunas reflexiones sobre la palabra. La palabra, o si se quiere, La Palabra, tiene muchísima importancia en la Biblia. Por tanto, sin quitar valor a La Palabra verdadera, sí que se puede hacer una reflexión al hecho de ver cómo se puede apoyar o deteriorar nuestra palabra, nuestro testimonio verbal, el sembrar La Palabra. Vamos a ver la coherencia que tiene que haber entre las palabras y los hechos para que no sean palabras bonitas, pero falsas. Parece ser que nuestra palabra, aunque sea verdadera, necesita el apoyo de la conducta, del vivir haciendo y realizando en nuestra historia la voluntad de Dios para evitar su falsedad.

Todos conocemos textos bíblicos referentes al ritual: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Son palabras de Jesús que tiran abajo toda palabrería, toda expresión bonita, pero falsa, y toda práctica del ritual no apoyada en el testimonio activo y solidario, en el ejemplo de vida entregada al servicio al otro, en la coherencia entre la palabra y los hechos, entre lo que decimos o predicamos y nuestra coherencia de vida.

Recordad también aquella parábola bíblica en la que había un padre que pide a sus hijos que vayan a trabajar a la viña. Uno de ellos usó una palabra preciosa, agradable a los ojos del padre: “Sí, Señor, voy”, pero nos dice la parábola que luego no fue. Sus palabras eran bonitas, pero falsas, incoherentes. El otro hijo pareció irrespetuoso en el uso de la palabra, brusco, duro con el padre, palabra fea impropia de un hijo obediente: “No, Señor, no voy”, pero nos dice la parábola que arrepentido fue. Éste último, a pesar de su respuesta negativa, a pesar del uso impropio de la palabra, nos dice la Biblia que fue el que hizo la voluntad del padre porque, en arrepentimiento, la validó con la acción. Por eso nuestras palabras son importantes, pero si no va avalada por los hechos, es una mentira, una falsedad hipócrita por muy bellas que sean y por muy bien que suenen.

Más grave todavía es que la incoherencia entre la palabra y la acción, la no correspondencia entre lo que predicamos o decimos con el ejemplo de vida. Sigue siendo parte de esa falsedad hipócrita de las palabras bonitas, pero falsas. Esto puede perjudicar a la palabra de Dios misma expuesta por nosotros, aunque también hemos de decir que la Palabra de Dios puede ser autosuficiente y actuar incluso cuando el que la vocea sea un hipócrita impío en su vida privada. No obstante, lo ideal es que la Palabra vaya sembrada con el ejemplo de vida, con el estar haciendo la voluntad del Padre. Que sean palabras a la vez que bonitas, verdaderas y apoyadas con la vida y con el ejemplo.

Sin quitar ningún valor a La Palabra, a la proclamación verbal del Evangelio, muchas veces tenemos que decir que falta el apoyo del testimonio solidario de acción en la línea de hacer la voluntad del Padre, en la línea del servicio. Esa proclamación se queda en palabras bonitas, pero alejadas de la verdad. 

En muchos casos, lo que la iglesia o los cristianos anuncian y verbalizan es cierto, está basado en la Palabra de Dios, pero falta la práctica de vida, se echa de menos la coherencia de los creyentes miembros de las congregaciones cristianas, el compromiso de los creyentes. Cuando esto falta, se raya en la falsedad por muy bonito que sea nuestro discurso. Es entonces cuando nuestra verbalización se queda paralizada y las personas nos dan la espalda. Funciona en las mentes de los escuchantes el clásico refrán español: No es lo mismo predicar que dar trigo.

La proclamación del mensaje de salvación la hizo Jesús de una forma que no era sólo y puramente verbalización, sino todo un estilo de vida comprometido que se acompañó de signos, de milagros, de prácticas de la misericordia, de apoyo a los débiles, a los proscritos y desclasados.

La comunicación del Evangelio, la proclamación de la que hablan algunos pastores, no debe ser solamente algo bonito, sino que lo hagamos cierto con nuestros estilos de vida. Debe ser todo un conjunto compacto e integral en compromiso activo y amoroso con el hombre, fundamentalmente con el prójimo en necesidad, pues el mensaje, lanzado de una manera no avalada por el compromiso de vida, por la acción y por la práctica de la misericordia, aunque sea expresado con mucha belleza puede caer como nieve fría en los corazones de las personas a las que queremos evangelizar o transmitir el mensaje evangélico. 

Puede haber falta de autoridad, de autenticidad, cuando somos pasivos y pasamos indiferentes ante el grito de los apaleados y tirados al lado del camino de la vida. Esto falsea nuestra proclamación y nuestro testimonio. ¿No habéis notado en ocasiones la falta de autoridad que se nota en el mundo ante el mensaje de la iglesia? Quizás esos mensajes no están regados con la acción y el compromiso cristiano, con el servicio, con la práctica de la misericordia, con estilos de vida sobrios y comprometidos con los débiles de la tierra. La comunicación de mensajes evangelizadores, siguiendo el ejemplo de Jesús, se debe hacer desde el escándalo de la injusticia y de la pobreza de tantos hombres sacrificados en el mundo hoy. 

Así, pues, hablemos de forma bella y con expresiones bonitas y atractivas, prediquemos, lancemos mensajes verbales al mundo, pero que sean mensajes avalados por conductas cambiadas, por testimonios de vidas comprometidas con el prójimo, por palabras que van avaladas por manos tendidas de ayuda y de liberación. 

Es verdad que se comunica y se proclama a través de la palabra hablada y escrita, pero no solamente. También se proclama y se comunica el Evangelio con nuestros hechos y nuestros compromisos con el hombre. Esto también es bello y hace bonitas y atractivas nuestras palabras. Palabras preciosas y verdaderas. Si no, estamos muy cerca de la mentira.