Vocación de siervo
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su
hora había llegado para que pasara de este mundo al Padre, como había amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. (Juan 13.1).
¿Se ha cruzado con personas que están
pasando una gran tribulación personal? Son muy pocas las que poseen la
capacidad de abstraerse de sí mismos, de no monopolizar la conversación para
contar lo que les está pasando o encerrarse en una profunda indiferencia hacia
los demás. No así con el Hijo del Hombre.
La agonía de la crucifixión no era
desconocida para Cristo, aunque aún no había transitado por ese camino. Pero
los romanos habían introducido el cruel método de ejecución muchos años antes
de que el Hijo de Dios caminara por esta tierra. Hemos de suponer, entonces,
que Jesús había visto, en más de una ocasión, a los reos colgados de maderos en
las inmediaciones de las ciudades de Israel. La verdadera magnitud de la prueba
que lo esperaba, sin embargo, parecía haberse manifestado en toda su intensidad
en la agónica lucha que se libró en Getsemaní. Allí, el Mesías confesó a sus
más íntimos que se sentía angustiado hasta el punto de la muerte.
¿Cómo no dedicar, entonces, las horas y
los días previos a esta titánica prueba para fortalecer el espíritu y concentrar
los recursos espirituales? Si en algún
momento alguna persona tuvo derecho a centrarse en sí mismo frente a una
inminente crisis, esa persona fue Jesús. Hubiéramos entendido que, frente a
semejante prueba, se hubiera mostrado
distraído o melancólico.
Juan, sin embargo, nos hace notar que el
evento que está por describir ocurre con el pleno conocimiento, por parte de
Cristo, de que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre. Y ese
paso le llevaría, irremediablemente, por la cruz. En este momento crucial de su vida, Cristo continuó pensando en sus discípulos,
y no permitió que sus luchas personales lo distrajeran del compromiso de amarlos
en todo momento y en toda circunstancia.
La lección que nos deja su ejemplo es
clara: el verdadero amor no conoce
situaciones personales que lo libra de la responsabilidad de expresarse en
forma práctica en la vida de los que están a su alrededor. Todos hemos
conocido situaciones donde una persona hospitalizada, con una enfermedad
incurable, anima y bendice a los que la visitan para reconfortarla. Su ejemplo
nos habla de una vocación que no conoce
feriados, ni vacaciones, ni tampoco circunstancias en las cuales es lícito
dejar de amar.
Esta vocación no es lo mismo que la
esclavitud al servicio, tal como la que mostró Marta cuando el Mesías la visitó
en su casa (Lc 10). Esta es otra cosa enteramente diferente. El que ama de verdad, sin embargo, ama en
toda circunstancia, aun en medio de profundas pruebas personales.
Para
pensar:
«El
amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, cesarán las lenguas y
el conocimiento se acabará» (1 Co 13.8).
(Tomado de Shaw, Christopher: ALZA TUS OJOS - Encuentros diarios del líder con Dios / Desarrollo Cristiano Internacional).
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