jueves, 13 de marzo de 2014

Crecimiento / Dios quiere sanarte

DIOS QUIERE SANARTE
Adaptado de la obra de Rick Warren con el título “Celebrando la restauración”.

Hoy sólo tengo una buena noticia: Dios quiere sanarte.
Muchas son las heridas que tenemos como cristianos, heridas emocionales, heridas espirituales, heridas por causa de nuestros pecados y heridas causadas por la guerra espiritual en la cual estamos,
La sociedad está marcada por dos géneros de personas: el primero lo componen quienes se resignan a su situación y, el segundo, aquellos que deciden avanzar hacia el cambio gracias a que reciben al Señor Jesucristo como su salvador personal y su Señor.
Dios quiere sanar, quiere sanarte de modo integral.
Detrás de cada uno de nosotros existe una historia en particular. Desde antes que de ser engendrados por nuestro padre y llevados en el vientre de nuestra madre, éramos ya objeto de la mirada de Dios, quien de antemano había concebido un plan perfecto para cada uno de nosotros.
Pasado el tiempo, tuvo lugar el día más glorioso cuando decidimos seguir al Señor Jesucristo y que sea nuestro Salvador y Señor.
Desde ese momento, para unos hace poco tiempo para otros hace muchos años, hemos vivido tantas situaciones, compartido tiempos de ardua labor, gozo por ver la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la vida de muchos, dolor con los que están atribulados, pero también algunos fuimos incomprendidos o quizás tenidos en poco, para poder servir en el ministerio; diversas experiencias que han quedado grabadas en nuestra mente y corazón; situaciones del pasado que arrastramos…. Y entonces experimentamos dolor, tristeza y hasta lágrimas…
Cuando esto ocurre, está siendo evidente que el alma está herida y requiere de sanidad y restauración. 
No sólo el cuerpo puede enfermarse, sino también nuestro ser interior. 

De qué necesito sanar

Del exceso de trabajo
Temores
Ansiedad
Amarguras
Divorcios
Inseguridad
Relaciones destrozadas
Juego
Glotonería
Heridas
Culpas
Abusos
Perfeccionismo
Retrasos
Mala Administración
Alcohol
Drogas
Mentir
Ira/Furia
Adicciones sexuales
Necesidad de controlar…

Soy como Pablo:

“No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí” (Rom 7:15-17).

(Anécdota: el niño y el mapa: “Cuando terminé de armar a esa persona, el mundo quedó arreglado”).

Es así, el mundo se ve mejor cuando nuestra persona está arreglada.

Arreglar nuestras personas significa sanar las heridas de nuestras vidas, superar los hábitos que destruyen nuestras vidas y los complejos que han causado dolor.

Heridas, hábitos, complejos.

Isaías 57:18-19 nos dice lo que el Señor está dispuesto a hacer:

“He visto cómo han actuado, pero los sanaré. Los guiaré y les ayudaré y consolaré a los que lloran. Ofrezco paz a todos, a los que están cerca y a los que están lejos”.

¿Estás herido? Quiero sanarte.
¿Estás confundido? Quiero guiarte.
¿Te cuesta cambiar? Quiero ayudarte.
¿Sientes que nadie te entiende?  Quiero consolarte.
¿Te sientes ansioso, preocupado, temeroso? Quiero ofrecerte paz.

Somos dañados por otros, herimos a otros, nos herimos a nosotros mismos.

Necesitas sanar.

Y para sanar, necesitas en primer lugar reconocer que no eres Dios.

Reconocer que “hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero acaban por ser caminos de muerte” (Prov 14:12). De muerte…. De heridas, de enfermedad…

Si quieres sanar, tienes que reconocer que  la causa de tus heridas, tus angustias, tus confusiones, tus resistencias al cambio, tus temores…. Se encuentra en que muchas veces pretendes ser como Dios.

LA CAUSA

Juegas a ser Dios cuando dices en tu interior “quiero controlar”.

Y mientras más poseído estás de este querer ser Dios, más buscas controlarte a ti mismo, controlar a otros, controlar lo que te rodea…

CONTROLAR es la raíz de nuestras enfermedades espirituales y de muchas de nuestras enfermedades emocionales. Es el mismo problema desde el principio…. Querer ser como Dios (Adán).

¿Y cómo has jugado a ser Dios?

Como hombres….

1. Tratamos de controlar nuestra imagen. Controlar lo que otros piensan de mí. Evitar que conozcan realmente cómo soy. Uso máscaras. Que la gene vea ciertos aspectos míos y escondo otros. Niego mis debilidades:
            -“No estoy molesto”;
            -“No estoy disgustado”;
            -“No estoy preocupado”;
            -“No estoy asustado…”.

2. Tratamos de controlar a otras personas. Los padres, a los hijos. Los hijos, a los padres. Las esposas, a los esposos. Los esposos a las esposas. Unos países a otros. Múltiples estrategias para manipularnos unos a otros: la culpa, el temor, la alabanza, el enojo, la ira… tratamos de controlar a las personas.

3. Tratamos de controlar los problemas, nuestros problemas. Usamos frases como: “Lo puedo manejar, realmente no es un problema”. “No te preocupes, puedo controlarlo, realmente estoy bien”. Queremos estar en control, mostrar que no necesitamos ayuda y consejo.  Y mientras más tratamos de arreglar nuestros problemas por nosotros mismos, peor es.

4. Tratamos de controlar nuestro dolor. Lo evitamos, lo negamos, lo reducimos, lo posponemos, tratamos de escapar de él. De muchas maneras, a veces comiendo y otras veces dejando de comer; bebiendo, fumando, consumiendo drogas, involucrándonos en otra relación. “Esta es la relación que necesitaba para sentirme completo y realizado…. Ahora sí soy feliz”. 

Un dolor que se agiganta cuando estando a solas nos damos cuenta de que no somos Dios y que no podemos controlar nada y nos invade el miedo (no es la muerte o el dolor nuestro peor enemigo, es el miedo a la muerte, es el miedo al dolor, y tratamos de vencer ese miedo controlando…).

Es el primer paso, hermano, a la sanidad. No sanarás por ti mismo, reconócelo. No lo niegues. Dios te dice: “Hola, soy Dios y tú no”.

LAS CONSECUENCIAS DE JUGAR A SER DIOS

            Hay cuatro consecuencias que siempre se hacen presentes cuando juego a ser Dios y pretendo controlar.

1. Temor. Cuando trato de controlar todo, el temor me invade. Adán: “Tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí”.  Nos da miedo que alguien descubra que realmente no tenemos el control, que estamos asustados. Cuidamos nuestra imagen porque pensamos que a los demás “sólo les gusta una imagen de mí. Si supieran realmente cómo soy, no les gustaría”. Nos llenamos de temor cuando jugamos a ser Dios.

2. Frustración. Los problemas vienen uno tras otro. Terminamos con uno y aparece el otro. Y yo pretendo estar en control. Si estoy en control ¿por qué no termino con todo al mismo tiempo?

3. Fatiga. Jugar a ser Dios cansa. Pretender que todo está bien, negar algo, consume mucha de nuestra energía. David dice: “Mi fuerza se fue debilitando como el calor del verano…. Pero te confesé mi pecado y no te oculté mi maldad” (Salm 32). Renunció, en ese momento, a jugar ser Dios.

            La mayor parte de las personas tratamos de esconder nuestro dolor, nuestras heridas. No nos gusta cómo nos sentimos y pensamos que manteniéndonos ocupado va a desaparecer. Trabajamos hasta el cansancio o nos involucramos en alguna actividad de modo compulsivo, esperando que cuando pongamos la cabeza sobre la almohada estemos tan cansados que no tengamos que confrontar nuestras heridas, nuestro dolor.

4. Fracaso. Prov 28:13 (DHH) nos dice dónde terminaremos cuando jugamos a ser Dios: “Nunca tendrás éxito en la vida si tratas de esconder tus pecados. Confiésalos y renuncia a ellos. Entonces Dios mostrará su misericordia sobre ti”. Necesitamos ser honestos y aceptar nuestras debilidades, faltas y fracasos.

No hay nadie que tenga todo bajo control. Nosotros somos hermanos y nos necesitamos porque así conocemos nuestras heridas y nos ayudamos unos a otros.

LA CURA

            El primer paso para hallar sanidad es admitir que soy incapaz de sanar por mí mismo. La Biblia dice que al hacerlo encontramos fortaleza, salud, paz. No es una idea popular en una sociedad que nos dice: usted puede por sí mismo… pero admitir mi incapacidad es el primer paso para recuperarme de mis enfermedades, de mis heridas, de mis dolores… Necesitamos a otras personas y necesitamos a Dios.

            En ese sentido, el camino de la cura significa que yo:

1. Reconozco que soy incapaz de cambiar mi pasado. Duele, todavía lo recuerdo, pero todo el resentimiento del mundo no va a cambiar esa realidad (enumerar realidades dolorosas que pudieron ocurrir en el pasado). Soy incapaz de cambiar mi pasado.

2. Reconozco que soy incapaz de controlar a otras personas. Trato, me gusta manipularlos, utilizo toda clase de trucos, pero no funciona. Soy responsable de mis acciones, no de las de otros. No puedo controlar a otras personas.

3. Reconozco que soy incapaz de hacer frente a mis hábitos, comportamientos y acciones dañinas. Las buenas intenciones no son suficientes. Lo he intentado muchas veces y he fracasado. La fuerza de voluntad no es suficiente (poner ejemplo de cómo cene anoche). Necesitamos algo más que fuerza de voluntad. Necesitamos a Dios, porque él nos hizo para necesitarle.

            Santiago 4:6 (NVI): “Dios resiste a los orgullosos, pero da gracias a los humildes”. Esa gracia que Dios te ofrece, si eres humilde, es el poder para sanar, es el poder para lograr los cambios que queremos hacer y que él desea que hagamos. Es el poder para recuperarnos de las heridas, complejos y problemas de nuestras vidas. Necesitamos la gracia de Dios. ¿Cómo obtenerla? Es Dios quien da su gracia, pero requiere una condición: El se la da al humilde.

            ¿Qué aspecto de tu vida necesitas cambiar?
            ¿Qué herida, complejo o hábito ha estado tratando de ignorar?

            Para muchos reconocer que necesitan sanar y cambiar, es difícil. Tienes que admitir: “tengo un problema, tengo una necesidad, tengo una herida”.  Para muchos es difícil y hasta humillante decir: “No tengo el control”.
           
            Sin embargo, hermano, si se lo dices a otro te aseguro que no se sorprenderán, porque lo saben. Dios lo sabe, tú lo sabes, sólo necesitas admitirlo. Significa ser honesto y afrontar esa herida, ese dolor, esa necesidad de cambio que has arrastrado por poco o por mucho tiempo. Necesitas renunciar a controlar y saber que si quieres ser plenamente sano sólo Dios puede estar en control….

(Por pareja, si desean pueden compartir con el otro cualquier miedo, frustración, cansancio o fracaso que me agobie, cualquier herida o situación del pasado…. Pero sí deben orar el uno por el otro por sanidad, incluso por sanidad de las heridas que no me atrevo a reconocer todavía… mejor si la reconoces).


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