DIOS QUIERE
SANARTE
Adaptado de la obra de Rick Warren con el título “Celebrando
la restauración”.
Hoy sólo tengo una buena
noticia: Dios quiere sanarte.
Muchas son las heridas que
tenemos como cristianos, heridas emocionales, heridas espirituales, heridas por
causa de nuestros pecados y heridas causadas por la guerra espiritual en la
cual estamos,
La sociedad está marcada por dos géneros de personas:
el primero lo componen quienes se resignan a su situación y, el segundo,
aquellos que deciden avanzar hacia el
cambio gracias a que reciben al Señor Jesucristo como su salvador personal
y su Señor.
Dios quiere sanar, quiere
sanarte de modo integral.
Detrás de cada uno de nosotros existe una historia en
particular. Desde antes que de ser engendrados por nuestro padre y llevados en
el vientre de nuestra madre, éramos ya objeto de la mirada de Dios, quien de
antemano había concebido un plan perfecto para cada uno de nosotros.
Pasado el tiempo, tuvo lugar el día más glorioso
cuando decidimos seguir al Señor Jesucristo y que sea nuestro Salvador y Señor.
Desde ese momento, para unos hace poco tiempo para
otros hace muchos años, hemos vivido tantas situaciones, compartido tiempos de
ardua labor, gozo por ver la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la
vida de muchos, dolor con los que están atribulados, pero también algunos
fuimos incomprendidos o quizás tenidos en poco, para poder servir en el
ministerio; diversas experiencias que han quedado grabadas en nuestra mente y
corazón; situaciones del pasado que arrastramos…. Y entonces experimentamos
dolor, tristeza y hasta lágrimas…
Cuando esto ocurre, está siendo evidente que el alma
está herida y requiere de sanidad y restauración.
No sólo el cuerpo puede enfermarse, sino también
nuestro ser interior.
De qué necesito sanar
Del exceso de trabajo
Temores
Ansiedad
Amarguras
Divorcios
Inseguridad
Relaciones destrozadas
Juego
Glotonería
Heridas
Culpas
Abusos
Perfeccionismo
Retrasos
Mala Administración
Alcohol
Drogas
Mentir
Ira/Furia
Adicciones sexuales
Necesidad de controlar…
Soy como Pablo:
“No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que
aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley
es buena; en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que
habita en mí” (Rom 7:15-17).
(Anécdota: el niño y el mapa: “Cuando terminé de armar a esa persona, el mundo quedó arreglado”).
Es así, el mundo se ve mejor cuando nuestra persona
está arreglada.
Arreglar nuestras personas significa sanar las heridas de nuestras vidas, superar los hábitos que destruyen
nuestras vidas y los complejos que han causado dolor.
Heridas, hábitos, complejos.
Isaías 57:18-19 nos dice lo que el Señor está
dispuesto a hacer:
“He visto cómo han actuado, pero los
sanaré. Los guiaré y les ayudaré y consolaré a los que lloran. Ofrezco paz a todos, a los que están cerca y a
los que están lejos”.
¿Estás herido? Quiero
sanarte.
¿Estás confundido? Quiero guiarte.
¿Te cuesta cambiar? Quiero ayudarte.
¿Sientes que nadie te entiende? Quiero consolarte.
¿Te sientes ansioso, preocupado, temeroso? Quiero ofrecerte paz.
Somos dañados por otros, herimos a otros, nos herimos
a nosotros mismos.
Necesitas sanar.
Y para sanar, necesitas en primer lugar reconocer que no eres Dios.
Reconocer que “hay
caminos que al hombre le parecen rectos, pero acaban por ser caminos de muerte”
(Prov 14:12). De muerte…. De heridas, de enfermedad…
Si quieres sanar, tienes que reconocer que la
causa de tus heridas, tus angustias, tus confusiones, tus resistencias al
cambio, tus temores…. Se encuentra en que muchas veces pretendes ser como Dios.
LA CAUSA
Juegas a ser Dios cuando dices en tu interior “quiero controlar”.
Y mientras más poseído estás de este querer ser Dios,
más buscas controlarte a ti mismo, controlar a otros, controlar lo que te
rodea…
CONTROLAR es la raíz de nuestras enfermedades espirituales y de
muchas de nuestras enfermedades emocionales. Es el mismo problema desde el
principio…. Querer ser como Dios (Adán).
¿Y cómo has jugado a ser Dios?
Como hombres….
1. Tratamos de controlar nuestra imagen. Controlar lo que otros piensan de mí. Evitar que conozcan realmente
cómo soy. Uso máscaras. Que la gene vea ciertos aspectos míos y escondo otros.
Niego mis debilidades:
-“No estoy molesto”;
-“No
estoy disgustado”;
-“No
estoy preocupado”;
-“No
estoy asustado…”.
2. Tratamos de controlar a otras personas. Los padres, a los hijos. Los hijos, a los padres. Las esposas, a los
esposos. Los esposos a las esposas. Unos países a otros. Múltiples estrategias
para manipularnos unos a otros: la culpa, el temor, la alabanza, el enojo, la
ira… tratamos de controlar a las personas.
3. Tratamos de controlar los problemas, nuestros problemas. Usamos frases como: “Lo puedo manejar, realmente no es un problema”.
“No te preocupes, puedo controlarlo, realmente estoy bien”. Queremos estar en
control, mostrar que no necesitamos ayuda y consejo. Y mientras más tratamos de arreglar nuestros
problemas por nosotros mismos, peor es.
4. Tratamos de controlar nuestro dolor. Lo evitamos, lo negamos, lo reducimos, lo posponemos, tratamos de
escapar de él. De muchas maneras, a veces comiendo y otras veces dejando de
comer; bebiendo, fumando, consumiendo drogas, involucrándonos en otra relación.
“Esta es la relación que necesitaba para sentirme completo y realizado…. Ahora
sí soy feliz”.
Un dolor que se agiganta cuando estando a solas nos
damos cuenta de que no somos Dios y que no podemos controlar nada y nos invade
el miedo (no es la muerte o el dolor nuestro peor enemigo, es el miedo a la
muerte, es el miedo al dolor, y tratamos de vencer ese miedo controlando…).
Es el primer paso, hermano, a la sanidad. No sanarás
por ti mismo, reconócelo. No lo niegues. Dios te dice: “Hola, soy Dios y tú
no”.
LAS CONSECUENCIAS DE JUGAR A SER DIOS
Hay
cuatro consecuencias que siempre se hacen presentes cuando juego a ser Dios y
pretendo controlar.
1. Temor. Cuando trato de controlar todo, el temor me invade.
Adán: “Tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí”. Nos da miedo que alguien descubra que
realmente no tenemos el control, que estamos asustados. Cuidamos nuestra imagen
porque pensamos que a los demás “sólo les gusta una imagen de mí. Si supieran
realmente cómo soy, no les gustaría”. Nos llenamos de temor cuando jugamos a
ser Dios.
2. Frustración. Los problemas vienen uno
tras otro. Terminamos con uno y aparece el otro. Y yo pretendo estar en
control. Si estoy en control ¿por qué no termino con todo al mismo tiempo?
3. Fatiga. Jugar a ser Dios cansa. Pretender que todo está bien,
negar algo, consume mucha de nuestra energía. David dice: “Mi fuerza se fue debilitando como el calor del verano…. Pero te
confesé mi pecado y no te oculté mi maldad” (Salm 32). Renunció, en ese
momento, a jugar ser Dios.
La
mayor parte de las personas tratamos de esconder nuestro dolor, nuestras
heridas. No nos gusta cómo nos sentimos y pensamos que manteniéndonos ocupado
va a desaparecer. Trabajamos hasta el cansancio o nos involucramos en alguna
actividad de modo compulsivo, esperando que cuando pongamos la cabeza sobre la
almohada estemos tan cansados que no tengamos que confrontar nuestras heridas,
nuestro dolor.
4. Fracaso. Prov 28:13 (DHH) nos dice dónde terminaremos cuando
jugamos a ser Dios: “Nunca tendrás éxito
en la vida si tratas de esconder tus pecados. Confiésalos y renuncia a ellos.
Entonces Dios mostrará su misericordia sobre ti”. Necesitamos ser honestos
y aceptar nuestras debilidades, faltas y fracasos.
No hay nadie que tenga todo bajo control. Nosotros
somos hermanos y nos necesitamos porque así conocemos nuestras heridas y nos
ayudamos unos a otros.
LA CURA
El
primer paso para hallar sanidad es admitir que soy incapaz de sanar por mí
mismo. La Biblia dice que al hacerlo encontramos fortaleza, salud, paz. No es
una idea popular en una sociedad que nos dice: usted puede por sí mismo… pero
admitir mi incapacidad es el primer paso para recuperarme de mis enfermedades,
de mis heridas, de mis dolores… Necesitamos a otras personas y necesitamos a
Dios.
En
ese sentido, el camino de la cura significa que yo:
1. Reconozco que soy incapaz de cambiar mi pasado. Duele, todavía lo recuerdo, pero todo el resentimiento del mundo no va
a cambiar esa realidad (enumerar realidades dolorosas que pudieron ocurrir en
el pasado). Soy incapaz de cambiar mi pasado.
2. Reconozco que soy incapaz de controlar a otras personas. Trato, me gusta manipularlos, utilizo toda clase de trucos, pero no
funciona. Soy responsable de mis acciones, no de las de otros. No puedo
controlar a otras personas.
3. Reconozco que soy incapaz de hacer frente a mis hábitos,
comportamientos y acciones dañinas. Las buenas
intenciones no son suficientes. Lo he intentado muchas veces y he fracasado. La
fuerza de voluntad no es suficiente (poner ejemplo de cómo cene anoche).
Necesitamos algo más que fuerza de voluntad. Necesitamos a Dios, porque él nos hizo para necesitarle.
Santiago
4:6 (NVI): “Dios resiste a los
orgullosos, pero da gracias a los humildes”. Esa gracia que Dios te ofrece,
si eres humilde, es el poder para sanar, es el poder para lograr los cambios
que queremos hacer y que él desea que hagamos. Es el poder para recuperarnos de
las heridas, complejos y problemas de nuestras vidas. Necesitamos la gracia de Dios. ¿Cómo obtenerla? Es Dios quien da su gracia, pero requiere
una condición: El se la da al humilde.
¿Qué
aspecto de tu vida necesitas cambiar?
¿Qué
herida, complejo o hábito ha estado tratando de ignorar?
Para
muchos reconocer que necesitan sanar y cambiar, es difícil. Tienes que admitir:
“tengo un problema, tengo una necesidad, tengo una herida”. Para muchos es difícil y hasta humillante
decir: “No tengo el control”.
Sin
embargo, hermano, si se lo dices a otro te aseguro que no se sorprenderán,
porque lo saben. Dios lo sabe, tú lo sabes, sólo necesitas admitirlo. Significa
ser honesto y afrontar esa herida, ese dolor, esa necesidad de cambio que has
arrastrado por poco o por mucho tiempo. Necesitas renunciar a controlar y saber
que si quieres ser plenamente sano sólo Dios puede estar en control….
(Por pareja, si desean pueden compartir con el otro
cualquier miedo, frustración, cansancio o fracaso que me agobie, cualquier
herida o situación del pasado…. Pero sí deben orar el uno por el otro por
sanidad, incluso por sanidad de las heridas que no me atrevo a reconocer
todavía… mejor si la reconoces).
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