La perspectiva
correcta
Entonces faraón mandó llamar a José, y
lo sacaron del calabozo aprisa; y después de afeitarse y cambiarse sus
vestidos, vino a faraón. Y faraón dijo a José: He tenido un sueño y no hay
quien lo interprete; y he oído decir de ti, que oyes un sueño y lo puedes
interpretar. José respondió a faraón, diciendo: No está en mí; Dios dará a faraón una respuesta favorable (Génesis
41.14–16).
Mucho nos cuesta
imaginar lo dramático e inesperado de este evento. José, que no había hecho
nada para merecerlo, vivía olvidado y solo en una de las cárceles del faraón.
Su condición de esclavo hacía que cualquier esperanza de ser rescatado hubiera
dejado de existir en su corazón. Nadie se ocupaba de defender los derechos de
un esclavo, y mucho menos los derechos de un esclavo condenado por uno de los
más altos oficiales de la corte.
Durante esos
años de cárcel José había tenido la oportunidad de interpretar los sueños a dos
prisioneros: el panadero y el copero del rey. Ahora, repentinamente, se le
presentaba al joven hebreo la posibilidad de interpretar los sueños nada menos
que del faraón, el hombre más poderoso de la tierra.
Para José, el
éxito del emprendimiento podía muy bien significar el fin de su cautiverio. Lo
acertado de la interpretación de los sueños de sus compañeros de cárcel podía
otorgarle cierta confianza frente a este nuevo desafío. ¡Qué fácil hubiera sido atribuirse la capacidad de interpretar sueños!
¿Qué importaba si el don realmente no le pertenecía? El faraón ni siquiera
sabía quién era Jehová. ¿Para qué gastarse en explicaciones innecesarias?
Es fácil que uno se atribuya un don que es enteramente de
Dios, porque somos muy propensos a creer que es nuestra mano la que mueve las
cosas en la iglesia. En nuestro medio han surgido pastores
que, según ellos, son dueños de una «unción» especial que solamente pueden
administrar ellos mismos. La postura no hace más que revelar lo creativos que
podemos llegar a ser a la hora de «defender» nuestro «puesto». Olvidamos que en
el mundo espiritual no pasa absolutamente nada si Dios no lo ordena. En el mejor de los casos no dejamos de ser
más que vasos frágiles en sus manos.
Aunque el futuro
de José estaba en juego, el joven no dudó en aclarar exactamente cuál era la
realidad de su situación. Él no tenía ninguna capacidad, en sí mismo, de
interpretar sueños. Esta capacidad le pertenecía a Dios. Al realizar tal afirmación
también estaba declarando que si Dios no daba la explicación, nadie la podía
obtener. A Dios no se lo maneja como una máquina. Es soberano y se mueve como él quiere.
Solamente podemos esperar que, en su gracia, se manifieste. No
tenemos sobre él ningún control. Aunque hayamos interpretado mil sueños en
el pasado, el don sigue siendo exclusiva propiedad de Dios.
Qué importante
es que nunca perdamos de vista esta verdad. Somos meros canales del obrar de Dios. Mientras lo recordemos seremos
instrumentos útiles en sus manos.
Para pensar:
«Al ver esto Pedro, dijo al pueblo:
Varones israelitas ¿por qué os maravilláis de esto, o por qué nos miráis así,
como si por nuestro propio poder o piedad le hubiéramos hecho andar?» (Hch 3.12
- LBLA)
(Tomado de “Alza
tus ojos”, devocional escrito por Christopher Shaw).
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