De par
en par:
Palabras bonitas, pero falsas
En muchos
casos lo que dicen los cristianos es cierto, pero les falta la práctica de
vida, el compromiso real con este discurso.
Juan Simarro Fernández
Vamos a hacer algunas reflexiones sobre la palabra. La palabra, o si se quiere, La Palabra,
tiene muchísima importancia en la Biblia. Por tanto, sin quitar valor a La
Palabra verdadera, sí que se puede hacer una reflexión al hecho de ver cómo se
puede apoyar o deteriorar nuestra palabra, nuestro testimonio verbal, el
sembrar La Palabra. Vamos a ver la coherencia que tiene que haber entre las
palabras y los hechos para que no sean palabras bonitas, pero falsas. Parece
ser que nuestra palabra, aunque sea verdadera, necesita el apoyo de la
conducta, del vivir haciendo y realizando en nuestra historia la voluntad de
Dios para evitar su falsedad.
Todos conocemos textos bíblicos referentes al ritual: “No
todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Son palabras de Jesús que tiran abajo toda palabrería, toda expresión
bonita, pero falsa, y toda práctica del ritual no apoyada en el testimonio
activo y solidario, en el ejemplo de vida entregada al servicio al otro, en la
coherencia entre la palabra y los hechos, entre lo que decimos o predicamos y
nuestra coherencia de vida.
Recordad también aquella parábola bíblica en la que había un
padre que pide a sus hijos que vayan a trabajar a la viña. Uno de ellos usó una
palabra preciosa, agradable a los ojos del padre: “Sí, Señor, voy”, pero nos
dice la parábola que luego no fue. Sus palabras eran bonitas, pero falsas,
incoherentes. El otro hijo pareció irrespetuoso en el uso de la palabra,
brusco, duro con el padre, palabra fea impropia de un hijo obediente: “No,
Señor, no voy”, pero nos dice la parábola que arrepentido fue. Éste último, a
pesar de su respuesta negativa, a pesar del uso impropio de la palabra, nos
dice la Biblia que fue el que hizo la voluntad del padre porque, en arrepentimiento,
la validó con la acción. Por eso nuestras palabras son importantes, pero si no
va avalada por los hechos, es una mentira, una falsedad hipócrita por muy
bellas que sean y por muy bien que suenen.
Más grave todavía es
que la incoherencia entre la palabra y la acción, la no correspondencia entre
lo que predicamos o decimos con el ejemplo de vida. Sigue siendo parte de esa falsedad hipócrita de las palabras bonitas,
pero falsas. Esto puede perjudicar a la palabra de Dios misma expuesta por
nosotros, aunque también hemos de decir que la Palabra de Dios puede ser
autosuficiente y actuar incluso cuando el que la vocea sea un hipócrita impío
en su vida privada. No obstante, lo ideal es que la Palabra vaya sembrada con
el ejemplo de vida, con el estar haciendo la voluntad del Padre. Que sean
palabras a la vez que bonitas, verdaderas y apoyadas con la vida y con el
ejemplo.
Sin quitar ningún valor a La Palabra, a la proclamación
verbal del Evangelio, muchas veces tenemos que decir que falta el apoyo del testimonio solidario de acción en la línea de hacer
la voluntad del Padre, en la línea del servicio. Esa proclamación se queda
en palabras bonitas, pero alejadas de la verdad.
En muchos casos, lo
que la iglesia o los cristianos anuncian y verbalizan es cierto, está basado en
la Palabra de Dios, pero falta la práctica de vida, se echa de menos la
coherencia de los creyentes miembros de las congregaciones cristianas, el
compromiso de los creyentes. Cuando esto falta, se raya en la falsedad por muy
bonito que sea nuestro discurso. Es entonces cuando nuestra verbalización se
queda paralizada y las personas nos dan la espalda. Funciona en las mentes de
los escuchantes el clásico refrán español: No
es lo mismo predicar que dar trigo.
La proclamación del mensaje de salvación la hizo Jesús de una
forma que no era sólo y puramente verbalización, sino todo un estilo de vida comprometido que se acompañó de signos, de
milagros, de prácticas de la misericordia, de apoyo a los débiles, a los
proscritos y desclasados.
La comunicación del
Evangelio, la proclamación de la que hablan algunos pastores, no debe ser
solamente algo bonito, sino que lo hagamos cierto con nuestros estilos de vida. Debe ser todo un conjunto compacto e integral en compromiso activo y
amoroso con el hombre, fundamentalmente con el prójimo en necesidad, pues el
mensaje, lanzado de una manera no avalada por el compromiso de vida, por la
acción y por la práctica de la misericordia, aunque sea expresado con mucha
belleza puede caer como nieve fría en los corazones de las personas a las que
queremos evangelizar o transmitir el mensaje evangélico.
Puede haber falta de autoridad, de autenticidad, cuando somos
pasivos y pasamos indiferentes ante el grito de los apaleados y tirados al lado
del camino de la vida. Esto falsea nuestra proclamación y nuestro testimonio.
¿No habéis notado en ocasiones la falta de autoridad que se nota en el mundo
ante el mensaje de la iglesia? Quizás esos mensajes no están regados con la
acción y el compromiso cristiano, con el servicio, con la práctica de la
misericordia, con estilos de vida sobrios y comprometidos con los débiles de la
tierra. La comunicación de mensajes evangelizadores, siguiendo el ejemplo de
Jesús, se debe hacer desde el escándalo de la injusticia y de la pobreza de
tantos hombres sacrificados en el mundo hoy.
Así, pues, hablemos
de forma bella y con expresiones bonitas y atractivas, prediquemos, lancemos
mensajes verbales al mundo, pero que sean mensajes avalados por conductas
cambiadas, por testimonios de vidas comprometidas con el prójimo, por
palabras que van avaladas por manos tendidas de ayuda y de liberación.
Es verdad que se comunica y se proclama a través de la
palabra hablada y escrita, pero no solamente. También se proclama y se comunica
el Evangelio con nuestros hechos y nuestros compromisos con el hombre. Esto
también es bello y hace bonitas y atractivas nuestras palabras. Palabras
preciosas y verdaderas. Si no, estamos muy cerca de la mentira.