Repensar una dicotomía
(Editado del artículo “Quiero ser monja… o
repensar una dicotomía”, de Jesús Guerrero Corpas,publicado en Protestante
Digital).
Sutilmente, en la mentalidad de algunos de
nosotros se ha infiltrado la idea de que la consagración está enfocada
exclusivamente en participar frecuentemente de los cultos, cantar, orar,
evangelizar, etc. Es una equivocación mayor al creernos que la vida
cristiana tiene dos compartimentos: la consagrada y la no-consagrada, la
religiosa y la no-religiosa, la espiritual y la no-espiritual.
Este es un error que arrastra el
catolicismo romano desde hace siglos. Para muchos de sus fieles –puesto que les
han educado así-, la vida espiritual consiste en asistir a misa, comulgar,
rezar, guardar algunas fiestas conmemorativas, hacer buenas obras, participar
en romerías, etc. Sutilmente, en la mentalidad de algunos de nosotros también
se ha infiltrado dicha idea, al creer que la consagración está enfocada
exclusivamente en participar frecuentemente de los cultos, cantar, orar,
evangelizar, etc. Mientras más intervenga el cristiano en todo esto, más
consagrado estará. Esto es lo que creemos o nos han hecho creer. Parece que el
resto de los aspectos de la vida son secundarios, como si Dios no le concediera
importancia a lo que hagamos o dejemos de hacer fuera del local de reunión de
la iglesia local, y eso no es así.
El enfoque correcto
¿Qué debemos aprender de todo esto? Dos
cuestiones: por un lado, tomar conciencia de que para el creyente toda su vida
tiene una connotación espiritual, sea que esté dentro de un edificio
considerado “religioso” como si no, y que no puede haber partes consagradas y
partes no-consagradas.
Esto significa que no podemos tener una
doble cara ni comportarnos de manera diferente en función de la tarea realizada
y del lugar donde nos encontremos.
Tenemos que ser iguales siempre. La integridad que mostramos en las llamadas
“actividades eclesiales” debe ser luego la misma en los estudios, en el trabajo
y en las relaciones personales. Nuestra obediencia a la Palabra de Dios no debe
variar según nos convenga, obedeciendo algunos mandamientos y pasando por alto
otros de manera voluntaria. La santidad que mostramos ante el resto de
creyentes debe continuar entre los incrédulos y cuando estamos a solas. Nuestro
vocabulario debe ser puro independientemente de con quien hablemos. Y así en
todas las demás cuestiones en que seamos partícipes: política, deportes,
aficiones, etc. Lo contrario sería una especie de “postureo religioso” y
“bipolaridad espiritual”.
Y por otro, que no debemos compararnos ni
dejarnos arrastrar por sentimientos de superioridad o inferioridad ante otros
hermanos en Cristo. En términos bíblicos, no hay dos compartimentos ni
distinción entre el cristianismo clerical y el laico. Existen diversos
ministerios y funciones, algunos muy visibles y otros no tan llamativos, pero
no por ello menos necesarios y significativos. Lo vemos claramente en uno de
los muchos ejemplos vistos en el Nuevo Testamento: unos se dedicaban a servir a
las mesas de las viudas y otros a predicar el Evangelio (cf. Hechos 6:1-5).
La vida consagrada no es posesión
exclusiva de aquellos que se dedican a ministerios reconocidos o a labores
consideradas espirituales en lugares teóricamente “sagrados”. Incluye también a todos los cristianos:
al padre que provee para las necesidades de su familia, al pediatra que cuida a
los críos como si fueran sus propios hijos, al ama de casa que se esfuerza por
educar emocionalmente sanos a sus hijos y al joven que es honrado y ayuda a los
demás según sus posibilidades económicas. Recordemos que desde el Nuevo Pacto
el sacerdocio incluye a todos los creyentes que han nacido de nuevo. Para el
Señor todos los cristianos somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9) y hay muchas maneras de
servirle: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas
obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”
(Efesios 2:10).
Tengamos siempre presente que no existen
ocupaciones religiosas y no-religiosas. Para el creyente, todas lo son: “Y todo
lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”
(Colosenses 3:23). ¡Todo! ¡Sin distinción entre una parte de la vida y otra!
Mostremos una sola cara sin dividirnos en
dos. Seamos verdaderamente genuinos.
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