domingo, 5 de abril de 2015

Sardis: cristianos muertos

El ejemplo de Sardis: el precio del pecado es la muerte

“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.
Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.
Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras blancas, porque son dignas.
El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3:1-5).
Ruinas de Sardis
Estaban espiritualmente muertos. Hay un antiguo poema acerca de un bote en el mar. Dice que los muertos surgen de las aguas para empujar los remos, levantar las velas y dirigir el bote. Suena extraño y cómico, pero la iglesia de Sardis era similar a esto. Personas espiritualmente muertas estaban sentadas en las bancas y cantaban en el coro. Maestros y diáconos espiritualmente muertos decían palabras amables a un pastor igualmente muerto. ¡Imagínese! Una iglesia llena de personas muertas. ¡Qué advertencia! Sardis es la prueba de que los creyentes pueden morir espiritualmente.

Sus obras no eran perfectas (Ap 3:2). Eran como el templo de su ciudad. Un edificio enorme de 49 metros (160 pies) de ancho por 91 metros (300 pies) de largo. Tenía 78 columnas o pilares de 17.7 metros (58 pies) de alto. Dos de estos pilares permanecen en pie hasta el día de hoy. ¡Pero nunca terminaron el templo! Comenzaron a edificarlo en el tiempo de Alejandro el Grande, pero nunca lo terminaron.

Del mismo modo, las obras de los miembros de la iglesia de Sardis eran imperfectas. Podemos esperar eso de personas que están espiritualmente muertas. Perdieron el interés y no tenían ni el deseo y ni el celo requeridos para completar lo que habían comenzado. La fuerza del amor ya no existía en ellos y perdieron el interés y la energía, porque faltaba la pasión y la devoción del Espíritu.

¿Y qué acerca de tus obras? ¿Cumples tus compromisos? ¿Descansa en el poder del Espíritu Santo para terminar lo que Él te ha motivado a comenzar?

Estaban caminando con vestiduras sucias. Jesús dijo que solamente había unos pocos que no las habían manchado (Ap 3:4). El Señor Jesús había dado a los creyentes de Sardis vestiduras espirituales limpias, pero no las habían mantenido así. La mayoría de los miembros de la iglesia de Sardis usaba ropa sucia.

La Biblia compara el pecado con la enfermedad. Una enfermedad puede causar manchas en la ropa que usamos en nuestro cuerpo físico, pero el pecado mancha nuestra ropa espiritual. Santiago nos dice que nos guardemos sin mancha del mundo (Stg 1:27). Pablo nos dice que nos quitemos la ropa de nuestra vieja naturaleza pecaminosa. Compara esta ropa sucia con pecados sexuales, fornicación, impurezas, enojo, ira, malicia y blasfemias (Col 3:5–9 NVI). Luego dice que nos vistamos de compasión, benignidad, humildad, gentileza, paciencia y amor (Col 3:10–14). Solamente unos pocos en Sardis vestían ropa limpia, pues la mayoría de los miembros de la iglesia estaban viviendo vidas pecaminosas y sus vestiduras espirituales estaban manchadas por los pecados de la carne y del mundo.

Ahora hemos llegado a la raíz del problema. Los miembros de la iglesia de Sardis estaban muertos. ¿Pero qué fue lo que los mató? La respuesta es clara. El pecado que había manchado sus vestiduras había matado su relación con Dios. “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis” (Ro 8:13).

Somos salvos por gracia, por medio de la fe (Ef 2:8). Pero para continuar con Dios debemos caminar por fe, pues sin ésta es imposible agradarle (Heb 11:6). El pecado es enemigo mortal de la fe. Los gusanos y otros insectos se pueden devorar lentamente las raíces y hojas de una planta hasta que finalmente la planta muere. Igualmente, el pecado acaba lentamente con la fe.

El pecado mata la fe, la cual es confianza y esperanza en Dios. Primera Juan 3:21 dice que si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza en Dios. Pero cuando un creyente peca, su corazón o su conciencia lo condena. En cuanto más peca, más culpa siente. Pero vivir en pecado finalmente terminará por matar toda confianza y fe. Jesús dijo que el hijo que vivía en pecado estaba muerto (Lc 15:24). El pecado mata nuestra fe y por lo tanto nuestra relación con Dios.

No se puede vivir en pecado y tener fe en Dios. La paga del pecado es muerte (Ro 6:238:13). Los que viven en pecado están muertos aunque estén vivos (1 Ti 5:6). “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1 Jn 1:6). Pero si andamos en luz, tenemos las vestiduras limpias. La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (1 Jn 1:7), y nuestra fe es la victoria que vence al mundo (1 Jn 5:4). Protejámosla diciéndole no al pecado y sí al Espíritu Santo.

En conclusión, el pecado mató la vida espiritual de los creyentes de Sardis. Manchó sus vestiduras y les quitó todo deseo de cumplir las buenas obras. El pecado apagó el fuego del Espíritu y los dejó con sólo una experiencia pasada con Dios y con una reputación de estar espiritualmente vivos. Cierta vez un predicador dijo: “El pecado lo llevará más lejos de lo que usted quiere ir, le tomará más tiempo del que quiere gastar y le costará más de lo que quiere pagar”. Aun así Jesús tenía una solución para ellos.

(Colaborado por el hermano Pedro Ramírez / Iglesia Cristiana).https://ssl.gstatic.com/ui/v1/icons/mail/images/cleardot.gif


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