El
ejemplo de Sardis: el precio del pecado es la muerte
“Yo
conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.
Sé
vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado
tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y
oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como
ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.
Pero
tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras
blancas, porque son dignas.
El
que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del
libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus
ángeles” (Apocalipsis 3:1-5).
Ruinas de Sardis |
Estaban espiritualmente
muertos. Hay un antiguo poema
acerca de un bote en el mar. Dice que los muertos surgen de las aguas para
empujar los remos, levantar las velas y dirigir el bote. Suena extraño y
cómico, pero la iglesia de Sardis era similar a esto. Personas espiritualmente
muertas estaban sentadas en las bancas y cantaban en el coro. Maestros y
diáconos espiritualmente muertos decían palabras amables a un pastor igualmente
muerto. ¡Imagínese! Una iglesia llena de personas muertas. ¡Qué advertencia! Sardis es la prueba de que los creyentes
pueden morir espiritualmente.
Sus obras no eran perfectas (Ap 3:2). Eran como el templo de su ciudad. Un
edificio enorme de 49 metros (160 pies) de ancho por 91 metros (300 pies) de
largo. Tenía 78 columnas o pilares de 17.7 metros (58 pies) de alto. Dos de
estos pilares permanecen en pie hasta el día de hoy. ¡Pero nunca terminaron el
templo! Comenzaron a edificarlo en el tiempo de Alejandro el Grande, pero nunca
lo terminaron.
Del mismo modo, las obras de los miembros
de la iglesia de Sardis eran imperfectas. Podemos esperar eso de personas que
están espiritualmente muertas. Perdieron el interés y no tenían ni el deseo y
ni el celo requeridos para completar lo que habían comenzado. La fuerza del amor ya no existía en ellos y
perdieron el interés y la energía, porque faltaba la pasión y la devoción del
Espíritu.
¿Y qué acerca de tus obras? ¿Cumples tus
compromisos? ¿Descansa en el poder del Espíritu Santo para terminar lo que Él
te ha motivado a comenzar?
Estaban
caminando con vestiduras sucias. Jesús
dijo que solamente había unos pocos que no las habían manchado (Ap 3:4).
El Señor Jesús había dado a los creyentes de Sardis vestiduras espirituales
limpias, pero no las habían mantenido así. La mayoría de los miembros de la
iglesia de Sardis usaba ropa sucia.
La Biblia compara el pecado con la
enfermedad. Una enfermedad puede causar manchas en la ropa que usamos en
nuestro cuerpo físico, pero el pecado mancha nuestra ropa espiritual. Santiago
nos dice que nos guardemos sin mancha del mundo (Stg 1:27). Pablo
nos dice que nos quitemos la ropa de nuestra vieja naturaleza pecaminosa.
Compara esta ropa sucia con pecados sexuales, fornicación, impurezas, enojo,
ira, malicia y blasfemias (Col 3:5–9 NVI). Luego dice que nos
vistamos de compasión, benignidad, humildad, gentileza, paciencia y amor (Col
3:10–14). Solamente unos pocos en Sardis vestían ropa limpia, pues la
mayoría de los miembros de la iglesia estaban viviendo vidas pecaminosas y sus
vestiduras espirituales estaban manchadas por los pecados de la carne y del
mundo.
Ahora hemos llegado a la raíz del problema.
Los miembros de la iglesia de Sardis estaban muertos. ¿Pero qué fue lo que los
mató? La respuesta es clara. El pecado que había manchado sus vestiduras había
matado su relación con Dios. “Porque si vivís conforme a la carne,
moriréis” (Ro 8:13).
Somos salvos por gracia, por medio de la fe
(Ef 2:8). Pero para continuar con Dios debemos caminar por fe,
pues sin ésta es imposible agradarle (Heb 11:6). El pecado es enemigo mortal de la fe. Los gusanos y otros insectos
se pueden devorar lentamente las raíces y hojas de una planta hasta que
finalmente la planta muere. Igualmente, el pecado acaba lentamente con la fe.
El
pecado mata la fe, la
cual es confianza y esperanza en Dios. Primera Juan 3:21 dice
que si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza en Dios. Pero cuando
un creyente peca, su corazón o su conciencia lo condena. En cuanto más peca,
más culpa siente. Pero vivir en pecado
finalmente terminará por matar toda confianza y fe. Jesús dijo que el hijo
que vivía en pecado estaba muerto (Lc 15:24). El pecado mata
nuestra fe y por lo tanto nuestra relación con Dios.
No
se puede vivir en pecado y tener fe en Dios. La paga del pecado es muerte (Ro 6:23; 8:13).
Los que viven en pecado están muertos aunque estén vivos (1 Ti 5:6). “Si
decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad” (1 Jn 1:6). Pero si andamos en
luz, tenemos las vestiduras limpias. La sangre de Jesucristo nos limpia de todo
pecado (1 Jn 1:7), y nuestra fe es la victoria que vence al mundo
(1 Jn 5:4). Protejámosla diciéndole no al pecado y sí al Espíritu
Santo.
En conclusión, el pecado mató la vida espiritual de los
creyentes de Sardis. Manchó sus vestiduras y les quitó todo deseo de cumplir
las buenas obras. El pecado apagó el fuego del Espíritu y los dejó con sólo una
experiencia pasada con Dios y con una reputación de estar espiritualmente
vivos. Cierta vez un predicador dijo: “El pecado lo llevará más lejos de lo que
usted quiere ir, le tomará más tiempo del que quiere gastar y le costará más de
lo que quiere pagar”. Aun así Jesús tenía una solución para ellos.
(Colaborado por el hermano Pedro Ramírez / Iglesia Cristiana).
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