lunes, 28 de mayo de 2007

Mi opinión / Sirviendo desde lo femenino - 25-05-07

Sirviendo desde lo femenino


Ser mujer es condición indispensable para ser madre. Sin embargo, se puede ser madre desde distintas posiciones en un grupo familiar: la madre-madre; la madre-abuela; la madre-suegra; la madre-nuera; la nana o nodriza… y desde ese punto en que está ubicada una mujer-madre puede sembrar en los suyos semillas de salvación o, por el contrario, semillas de perdición.

En la Biblia nos encontramos mujeres que jugaron que representan muchos de estos “roles” y que constituyen ejemplos de lo que estamos llamados a sembrar y de lo que no debemos sembrar. Para utilizar una metáfora culinaria: de los ingredientes que debemos utilizar en nuestra cocina y de los que no debemos utilizar si no queremos que el plato haga daño. Hoy vamos a hablar de mujeres que sí supieron colocar ingredientes necesarios en el plato de los suyos.

Una mujer estéril. Ana llegó a ser madre de Samuel por la fe. Una mujer estéril, al igual que Sara, pero diferente en el sentido de que la esposa de Abraham se rió de la promesa de Dios y le fue imputado como incredulidad (la firme fe de Abraham hizo posible el cumplimiento de la promesa). Ana, en su tribulación, se rinde por completo a la confianza de Dios. Su fe firme es que Dios puede convertirla en madre. Su deseo era un hijo para dedicarlo al Señor, según vemos en el voto solemne que hace. Y Ana tiene fe en el hecho que Dios puede concedérselo. Veía la respuesta no como meramente posible, sino cierta. Su fe la inducía a aferrarse al Dios vivo. La petición fue contestada.

Una nana o nodriza. De Débora (Gn 35:1-15) se nos dice que fue sepultada debajo de una encina llamada “Alon-bacuat” o “Encina del lloro”, porque hay mujeres en la vida nuestra que, sin ser nuestras madres biológicas, juegan un papel tan fundamental que su muerte es asumida con tristeza, con lágrimas… Débora, además esclava, sirvió de tal manera a la familia de Rebeca, que su partida fue lamentada por todos… Débora significa “una abeja”, lo cual es un nombre apropiado para alguien que sirve.

Una prima. Isabel –o Elizabeth- le cabe el honor de ser la primera mujer que confesó a Cristo en la carne. "¿De dónde a mí esto, que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1:43). Por medio de esta inesperada e indudable confesión Elisabet reforzó la fe de María en el hecho de que ella, sin la menor duda, llevaba al Salvador del mundo en su seno.

Una abuela y una madre, Loida y Eunice. Ser cristiano de familia cristiana es una bendición que merece un reconocimiento en la Biblia. Tal es el caso de la familia de Timoteo, en donde su abuela Loida y su madre Eunice fueron portadora de una “fe no fingida”, es decir: de esas que se prueban. "Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también" (2 Timoteo 1:5). Dios se complace en permitir que su bendición se acreciente en las sucesivas generaciones, imprimiendo el valor de lo que permanece y el conocimiento de ser llamado, dentro de la familia, para glorificar el nombre del Señor.

Hoy podemos preguntarnos dónde están las Eunices, cuya intensidad espiritual se ha contagiado al hijo. Dónde se encuentran las mujeres de fe como Ana o aquellas que brindan tanta ternura que arrancan lágrimas, sin ser “sangre de su sangre”, a quienes la ven partir. Podemos asegurar que nos rodean, aunque a veces no nos damos cuenta…

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