domingo, 12 de octubre de 2014

Carta a Los Romanos-2/ “Te condenas a ti mismo”

Parámetros para juzgar
Leer la carta a Los Romanos es como nadar en el mar. Brazadas vienen, brazadas van, avanzo, pero no agotaré toda su riqueza porque es ancho, es hondo, soy limitado.

Hoy leo el capítulo 2.

Me detengo en Romanos 2:3. No, no me niega la posibilidad de juzgar (Ver Romanos 2:3). Sin embargo, el parámetro supone una confrontación al interior de mi mismo, de mi familia y de mi iglesia. A la luz del Espíritu Santo, una evaluación continua ha de permitirme discernir qué tan conforme a tu voluntad, Padre, están mis actos, mi proceder, mi corazón (o los de mi familia, mi iglesia…).

El sentido de “te condenas a ti mismo” es, a mi modo de ver, el sentido de “responsabilidad”.  Si juzgas a alguien de ladrón, por ejemplo, te condenas a ser honrado. Y entonces cabe preguntarse ¿lo eres?

¡Claro! Si vas a juzgar a alguien por ladrón y te confrontas a ti mismo –siguiendo este consejo que me doy- no te limites, p.e., al erario público. No tienes acceso a él y entonces te será fácil ser honrado “en esta materia”. ¿Eres honrado realmente con lo que Dios ha puesto en tus manos, a tu alcance? ¿Eres honrado con el tiempo en tus estudios o en tu trabajo? ¿Eres honrado con los dones que Dios depositó en ti para servicio de tus hermanos? No dar a tus hermanos lo que les pertenece –y de lo cual eres simplemente administrador- es robar. ¿Cómo juzgar a estos “políticos corruptos y ladrones” si practicamos las mismas cosas?

Pablo, al igual que Jesús, golpea en estos versos el espíritu de hipocresía con el que solemos juzgar a otros. O, como expresa Will Graham: “Si vives una vida secreta de pecado e iniquidad, ¿quién eres para atreverte a hablar en contra del pecado de otra persona en público? ¡Eso es el colmo de la hipocresía!”.

Puedo escribir muchas páginas repasando diversos “parámetros morales” con los cuales solemos juzgar a otros, pero basta con indicarme hoy, domingo 12 de octubre del 2014, varias conclusiones:
  1. No, no tengo prohibido juzgar.
  2. La confrontación del juez es, primero, consigo mismo, a la luz del Espíritu Santo.
  3. Juzgar-me no es condenar-me, es simplemente arrojar luz sobre lo que soy o lo que hago con el propósito de limpiar, sanar, corregir, crecer, caminar… en SU fuerza (que las nuestra no dan ni para una brazada en este ancho mar).
  4. Un llamado profundo a la misericordia (para con otros, pero también para conmigo). Ninguno es justo en los parámetros de Dios, el plenamente santo y justo.

 Otro día seguiré nadando en estas aguas de Los Romanos.

¡Padre, cuida de mi!

3 comentarios:

Jose dijo...

Muy de acuerdo con lo expresado, ya que somo muy ligero al juzgar a lo demás, pero no miramos nuestra viga o paja que esta en nuestros ojos.

Ansel =) dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ansel =) dijo...

Excelente reflexión. No tengo nada más que decir.