Prudencia desmedida
El que al viento observa, no sembrará, y el que a las nubes mira,
no segará. Eclesiástes 11.4
Algunos de nosotros hemos heredado un
espíritu de perfeccionismo que con frecuencia nos juega una mala pasada. El perfeccionista no puede aceptar que sus proyectos no
estén a la altura de sus expectativas. Cuando
las expectativas tienen que ver con agradar a los demás, siempre contienen un
grado de exigencia que es prácticamente imposible de alcanzar. Por buscar
ese estado, en el cual no se puede mejorar más, la persona pierde valioso
tiempo y esfuerzo. Y no solamente esto, sino que a veces acabamos por arruinar
el trabajo que estamos realizando, porque nuestras exigencias demoran innecesariamente
su ejecución, y cuando terminamos ¡la necesidad que dio origen al proyecto ha
desaparecido!
Posiblemente el autor de Eclesiastés no estaba pensando en el
perfeccionista cuando escribió el versículo sobre el cual hoy meditamos. No
obstante, su sabiduría tiene un elemento práctico que encaja bien a la hora de
emprender un nuevo proyecto. Existe una temporada establecida para echar la
semilla en la tierra y todo labrador la conoce bien. No es lo mismo sembrar en primavera que en invierno. Cada cultivo tiene
su época de siembra y dentro de este momento establecido existe un limitado
tiempo de variación. El labrador puede demorar una semana o dos el trabajo
de colocar la semilla en tierra, pero si se demora más de lo debido perderá la
oportunidad. Dios ha creado la naturaleza con sus propios ciclos y ella no
espera a nadie.
A pesar de esto, algunos campesinos podrían estar buscando el
momento «perfecto» para plantar sus semillas. Se dedican con cuidado a observar
el viento y medir las nubes, esperando detectar el momento en que caerá la lluvia
apropiada para que sus semillas germinen rápidamente. El autor de Eclesiastés le está advirtiendo a quien pasa demasiado
tiempo buscando el momento preciso para realizar su tarea, que si se extiende
mucho en este proceso perderá la oportunidad de sembrar y, por ende, de
cosechar. Para un pueblo que vivía del cultivo de la tierra esto constituía
una verdadera catástrofe.
El principio es tan válido para nosotros como lo es para aquellos que
trabajan la tierra. Nuestra labor tiene que poseer una medida razonable de
prudencia. He sido testigo de muchos proyectos en la iglesia que fueron armados
a las «apuradas» y que produjeron muy poco fruto por lo improvisado de su estructura. Existe otro mal, sin embargo, que es aún
peor que este: el de creer que se tienen
que dar todas las condiciones para emprender un nuevo proyecto. En el
reino, son pocas las veces en que todo lo necesario está dado para que podamos
avanzar en algo nuevo. De hecho, de esto se trata la aventura de andar por fe.
Avanzamos en situaciones no perfectas, con la convicción de que hemos recibido
órdenes de nuestro Señor para echarnos a andar. Como dicen en mi tierra, ¡no se
demore mucho porque se le va a ir el tren!
“En el reino de Dios, se nos concede la victoria en el mismo
instante que escogemos dejar de observar la vida, para comenzar a vivirla”. E.
R. McManus.
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