Unos a otros,
en el temor de Dios
“Someteos
unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5.21).
sumisión es un asunto de suma
importancia para el discípulo de Cristo. No obstante, existe en la iglesia mucha ignorancia al respecto. Podemos también
afirmar que en el nombre de la sumisión se han visto las más terribles
manifestaciones de abuso de autoridad. Es bueno, por lo tanto, que meditemos un
instante sobre este concepto.
El versículo de hoy nos anima a practicar la sumisión mutua. Es decir,
se aleja de la idea que predomina en la mente de muchos líderes de que la
sumisión es un camino en una sola dirección; es decir, es algo que practican
los miembros de la iglesia hacia los que están en autoridad, mientras que ellos
están libres de este compromiso. La
exhortación de Pablo es bien clara: «someteos unos a otros». Para demostrar
cómo se practica esta sumisión, Pablo escoge tres tipos de relaciones humanas
donde existe la reciprocidad, y ejemplifica la clase de actitudes que debemos
tener. Estas tres relaciones son el
matrimonio, la familia y el trabajo. En cada una de ellas la sumisión toma
diferentes matices pero es igualmente obligatoria para todas. De modo que,
trasladando la figura a la iglesia, se puede afirmar que un pastor no puede insistir en que la sumisión solamente es
responsabilidad de los miembros, sino que él mismo también debe practicar la
sumisión hacia las personas que pastorea.
Es interesante notar, sin embargo, que
los mayores abusos en cuanto a la sumisión existen en aquellos líderes que creen que no tienen que dar cuentas a
nadie de su comportamiento. En ellos vemos una constante insistencia en
«exigir» la sumisión de las personas de su congregación. Uno de los principios
fundamentales de la sumisión, sin embargo, es que no es algo que se exige sino que se otorga. Es decir, no
conseguimos que otros se sometan a nosotros mediante airadas denuncias acerca
de su rebeldía, ni usando constantes recordatorios de que deben hacerlo porque
la Biblia lo demanda. La sumisión se
gana mediante un estilo de vida que invita a otros a someterse a nosotros.
Si recorremos las páginas del evangelio no encontraremos una sola instancia
donde Cristo les recordara a sus discípulos que debían someterse a él. Sin
embargo, todos ellos entendieron que la
sujeción era un elemento indispensable para una relación sana con él.
El apóstol nos deja un segundo principio
en el versículo de hoy, y es que la
sumisión debe ser en el temor de Dios. Frecuentemente no practicamos la
sumisión porque no vemos en la otra persona las características que «merezcan»
nuestra sumisión. Pablo aclara que, a la hora de practicar la sumisión, no debe
inspirarnos la figura de la otra persona, sino que debemos hacerlo por temor a
Dios. Lo que nos motiva es que entendemos que la sumisión es algo que agrada a
nuestro Padre. De hecho, el Señor ha
trabajado intensamente en la vida de todos sus grandes siervos para enseñarles
la sumisión, pues sin la sumisión es imposible agradarle. Aun el Hijo de
Dios practicó la sumisión absoluta a la voluntad del Padre.
Para
pensar:
«La enseñanza bíblica sobre la
sumisión no pretende establecer una jerarquía de relaciones, sino cultivar una
actitud interna de honra hacia los demás».
R. Foster.
Tomado de:
Alza
tus
ojos / Encuentros diarios del líder con Dios / Christopher Shaw, Desarrollo
Cristiano Internacional, 2005.