MADRES DE LA BIBLIA (Antiguo Testamento).
(Reflexiones tomadas de la Biblia: “Nueva Versión Internacional –Biblia de Estudio Mujeres de Fe”, Sociedad Bíblica Internacional, Editorial Vida, Miami, 2006).
Ahí está Eva (Gn 3:6). Madre de los vivientes, pero también “madre de la insatisfacción”. Lo tenía todo. Un cuerpo perfecto. Sus días eran puro deleite. Los animales no le tenían miedo a los humanos y compartían en paz el huerto del Eden. Nunca había conocido la soledad, pues Adán era su compañero y amante constante. Eran uno. Conocía a su creador de manera íntima. Eva no tenía por qué esconderse, no tenía por qué temer, no tenía por qué controlar, no tenía por qué pelear… Sin embargo, se preguntaba… y tomó una decisión ante la cuña de insatisfacción que insertó la serpiente y abrió un abismo, cambiando tesoros inestimables por promess huecas.
Dios parece que bromea. Si, se trata de Saray, la estéril, madre de multitudes. Abraham cree la promesa, pero esa promesa pasa por el vientre de una mujer estéril. Mes tras mes, la misma pregunta: “¿Ya estas embarazada?”. Sara rió al oír en labios de un desconocido que ella tendría el hijo de Abraham (Gn 18:10-15). ¡Absurdo! El desconocido le hizo frente: “¿Acaso hay algo imposible para Dios?” (Gn 18:14). Sara abandonó sus pretensiones de estar en control y dejó el control de su vida al Señor. El sueño de Abraham pasó a ser el sueño de Sara. La meta es confiar (2 Ped 3:6) , y el poder para confiar viene del Señor.
Sola y abandonada. La otra mujer, Agar, concubina descartada, estaba segura de que ella y su hijo morirían. Pero Dios escuchar y había escuchado “los sollozos del niño” (Gn 21:17) y ella vio un pozo de agua, renovó sus esperanzas. Regresó, no como concubina, sino como sirviente de Sara. Cuando sentimos que hemos sido tratados de modo injusto, podemos estar seguros de que servimos a un “Dios que ve” (Gn 16:13), un Dios que obra y un Dios en el que se puede confiar.
Madre de mellizos. No pudo ocultar sus preferencias y probablemente pensó que sus acciones hacían avanzar la causa de Dios. Intentó sacar el futuro de sus hijos de las manos de Dios y llevarlo en sus propias manos, pero ningún ser humano puede idear el plan perfecto para llevar a cabo la voluntad de Dios (Is 55:9). Lo más triste es que la necesidad que sintió Rebeca de elevar a Jacob impidió que alentara y cuidara a Esaú. Se perdió una de las alegrías más grandes que puede tener una madre: ver cómo sus hijos crecen hasta ser hombres íntegros, dedicados a complacer a Dios. Y es que podemos orar teniendo fe de que el plan de Dios no será frustrado. No tenemos el derecho de manipular ni de maquinar, como lo hizo Rebeca, para lograr lo que a nuestro parecer es la voluntad de Dios en la vida de nuestros hijos.
No eran parte de la elite intelectual. Cortaban el cordón, bañaban al bebé, lo frotaban con sal, y luego lo envolvían en pañales (Ez 16:4). Marcaban al mellizo que nació primero (Gn 38:28). Sifrá y Fuvá se negaron a obedecer las órdenes del poderoso faraón, quien se había enfrentado a Dios. Ellas sabían dónde reside el verdadero poder. Llegó la hora de la verdad y fuera que le creyera o no el farón (Ex 1:19), las dejó en libertad. Les salvó la vida su confianza en Dios. Lo que hicieron fue porque era lo que se debía hacer, no por una recompensa, pero Dios vio, quedó complacido y las bendijo. La Biblia nos exhorta a que obedezcamos a nuestras autoridades (Rom 13:19, pero hay momentos en que debemos escoger entre obedecer alguna autoridad u obedecer a Dios. Si Dios es el autor de la decisión, él estará con nosotros, sea cual fuere el resultado.
Se mordió los labios. Estaba en labores de parto, pero gritar significaba que anunciaba la presencia de un niño y el faraón estaban vigilante. Jocabed pujó para que el niño pudiera respirar. ¡Un varón, qué alegría y qué aterrador! Hizo falta una enorme fe para que Jocabed colocara a su bebé de tres meses de modo tan precario en un río que fácilmente podía llevárselo en su corriente y que además era el hábitat de muchos cocodrilos hambriento. ¡Qué alegría cuando la hija del faraón la contrató para cuidar a su propio hijo! Su profundo amor y su fe permitieron que Moisés no solo viviera sino que recibiera las mejores ventajas: educación, diplomacia en la corte del faraón, lenguaje, literatura… una preparación para su destino como líder de Israel. Aprender de Jocabed que el tiempo que pasamos con nuestros hijos es breve, pero nuestro poder de ejercer influencia es enorme.
Débora, madre en Israel. En épocas de debilidad espiritual, las obras y la fe de las mujeres se hace más evidente. Los israelitas estaban siendo oprimidos y Débora no dudó el resultado: Dios había escuchado. Es una mujer entre hombres: valiente, inteligente, confiable, segura de la palabra de Dios. Débora, la abeja, es portadora de la voluntad de Dios para su pueblo: que vayan a la batalla. Sale de la posición cultural común asignada a las mujeres en esa época. Juzga, mientras la mayoría de las mujeres están en casa hilando. Profetiza, mientras sus pares están preparando comidas. Y va a la guerra, mientras otras mujeres se quedan en casa con los niños. Lo importante no es qué hace, sino a quién sigue. No se queja, ni tiembla, obedece la voluntad de Dios.
Es la madre de Sansón, ese juez de Israel de tremendo potencial pero de poco compromiso. Era una época de oscuridad espiritual, en la que “cada uno hacía lo que le parecía mejor” (Jue 17:6). Una mujer estéril, ahora tendría un hijo que, según había dicho el ángel, “sería consagrado a Dios antes de nacer” el cual comenzaría a “librar a Israel del poder de los filisteos” (Jue 13:5). ¿Cómo se cría semejante hijo? Manoa, su esposo, hace la pregunta y la respuesta es: obediencia. Y aunque los padres fueron obedientes, a Sansón le faltó la relación con Dios que se merecía su llamamiento. Dios tiene un plan para cada hijo. Nosotros los padres no podemos conocer el final al principio. No obstante, a pesar de nuestros errores y las malas decisiones de nuestros hijos, Dios es fiel. Debemos estar en sociedad con él para criar a nuestros hijos con una fe genuina propia.
La madre de otro juez de Israel y a igual que la mamá de Sansón, estéril. Es Ana, madre al fin. Atormentada por la otra esposa de su marido. Oraba al Señor pidiendo un hijo, haciendo voto de entregarlo al Señor. Elí, el sacerdote, la confunde con una borracha. Explicó lo que le pasaba y Elí la bendijo. Concibió y dio a luz a Samuel. Su alegría fue completa, derrochó gratitud y alabanza a Dios. Mantuvo su voto y fue bendecida con tres hijos y dos hijas más. Ana nos demuestra que la oración es eficaz y está cargada de gracia. Cuando nos enfrentamos a una circunstancia abrumadora, decimos: “Lo único que puedo hacer es orar”. Y es suficiente. Es más que suficiente. Destraba la presencia y el poder de Dios mismo.
Al igual que en muchas guerras: vencidos y vencedores. Sus hijos se encuentran entre los vencidos y muertos. Rizpa (Piedra Caliente) no podía soportar la idea de que sus hijos se pudrieran en el suelo (2 Sam 3:7; 21: 8-14). La concubina de Saúl se quedó vigilando día y noche. Los protegió, los honró e hizo duelo por estos hombres en desgracia. Mantuvo su vigilia hasta que vino la lluvia y lavó sus huesos hasta dejarlos blancos. Su dolor era tan intenso como solitario. Sin familia, sin vecinos… sólo el viento y Rizpa. Cuando David se enteró de lo que ella había hecho, aflojó su postura severa y en un acto de profundo respeto, recogió los huesos de Saúl, Jonatán y los siete que estaban en el monte y los hizo enterrar. El amor de una madre piadosa no se termina cuando sus hijos cometen errores graves o son víctimas de alguna tragedia. El amor de Rizpa es un reflejo empañado del amor de Dios. “ ¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré! Grabada te llevo en las palmas de mis manos” (Is 49:15-16).
El padre, desconocido. Dos prostitutas compartían una casa (1 Reyes 3:16-18). No hubo nadie que las asistiera con el parto. No hubo testigos que identificarán el niño que le correspondía a cada madre. Ambas madres eran marginadas de la sociedad. Una se acostó sobre el niño mientras dormía, y el bebé murió. No aulló, no gritó con dolor y remordimiento. En silencio cambió uno por el otro ¡como cuando se cambia un vestido en una tienda! La otra, consideraba a su hijo como un regalo irremplazable de Dios. Conocía a su hijo de manera íntima y sabía que el muerto, el que tenía a su lado, no era su hijo. Apelaron a la corte. No fue un asunto fácil. Cualquiera de las dos podía estar mintiendo. Salomón sabía la respuesta antes de tomar la espada en la mano. Ordenó que el hijo vivo fuera partido en dos, sabiendo a ciencia cierta que la madre del niño preferiría entregarlo que verlo muerto. Así es el amor de Dios. Nos conoce íntimamente, y somos irremplazables en su corazón. Él creó nuestras entrañas; nos formó en el vientre de nuestra madre (Salm 139). Él entregó su propia felicidad en la cruz en lugar de dejarnos abandonados a la muerte.
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